Los círculos de Dunbar

 

Los círculos de Dunbar

Manuel Ángel Santana Turégano, Julio de 2021



 

Aunque no las llamemos teorías científicas las personas, para poder vivir en el mundo, elaboramos teorías y suposiciones acerca de cómo se comporta el mundo, físico, biológico y social en el que nos toca vivir. Mucho antes de que en el colegio le expliquen la teoría de la gravitación universal de Newton cualquier niño, mediante simple observación, llega a la conclusión de que si suelta algo que tiene en la mano el objeto caerá hasta el suelo. Por eso se puede decir que malas teorías producen mala vida o, aún más simplemente, producen el acortamiento de la vida. Imaginemos que, tras ver Superman (era una de las películas de moda en mi infancia) decides ponerte los calzoncillos encima de los pantalones, ponerte una capa a la espalda y tirarte por el balcón pensando que vas a volar: quien mantiene esas ideas no vive para contarlas ni, desde luego, para transmitirla a su descendencia. Como dice mi “amigo” Nassim Taleb, las personas no podemos evitar desear propagar nuestra información genética teniendo descendencia (estamos biológicamente programados para ello) de manera que lo que nos queda a muchos es el consuelo de que, ya que no podemos transmitir nuestra información genética a través de la descendencia, podemos al menos transmitir nuestra información a través de lo que dejamos escrito.

La reciente lectura del último libro (de 2021) de Robin Dunbar Friends: understanding the power of our most important relationships, me ha hecho recordar hasta qué punto la sociedad actual causa mucho sufrimiento innecesario a las personas porque nos dota de malas teorías con las que enfrentarnos al mundo. En unas sociedades que repiten hasta la sociedad mantras del tipo “todo es posible” y “si verdaderamente quieres algo basta con esforzarte” la gente acaba desarrollando teorías del tipo de las anteriormente mencionadas de que basta ponerse los calzoncillos encima de los pantalones y una capa a la espalda para que cuando te tires desde el balcón vueles y no te caigas al suelo. Y, claro, por más que la gente tenga esas teorías, y por más que la sociedad anime a la gente a pensar que si verdaderamente quieres algo lo único que hay que hacer es esforzarte, ya sabemos lo que pasa si te tiras desde el balcón: si vives en un primero te pegas un buen trompazo. Y si, cuando te recuperas, lo que piensas es que lo que hace falta es tan sólo esforzarse más y levantarte todas las veces que te caes, llegará un momento en que te subirás a un tercero o un cuarto y ya no te podrás levantar.

Ahora que, en mi caso personal, llegar a una edad considerable coincide con una pandemia global que nos debería recordar que, por más que pensemos que estamos al margen, los seres humanos no escapamos de las leyes de la naturaleza, me doy cuenta de que durante mi vida he creído muchas teorías tontas, tan tontas que me han llevado a caerme cada vez que me tiraba del balcón, hasta el punto de que ya no puedo hacerlo más y, por ejemplo, asumo que ya va a ser muy difícil, por no decir imposible, que yo transmita la información contenida en mi código genético. Así que al menos transmitiré la información contenida en mi cerebro para que quienes vengan detrás no cometan algunos de los errores que yo cometí.

El libro de Dunbar, que trata de la importancia de las relaciones en la vida de los seres humanos, pues al fin y al cabo no dejamos de ser monos que necesitamos el contacto físico, aunque esta pandemia nos haya librado de él, parte del marco teórico de la antropología y la psicología evolutiva (quien quiera que busque información al respecto). Pues bien, entre los seres humanos, a la hora de reproducirse, se da el mismo fenómeno que se da en todos los mamíferos: la selección femenina (female choice). Por mecanismos que pueden encontrarse en muchos textos, los individuos femeninos eligen, de entre todo el abanico de individuos masculinos, aquellos que 1) tienen mayor posibilidad de aportar material genético compatible y viable y 2) tienen mayor propensión a ayudarles a criar a su descendencia. Como consecuencia de todos estos fenómenos si bien es cierto, por imperativo biológico, que para que una especie sea exitosa en términos evolutivos es necesario que la mayoría de sus individuos femeninos se reproduzcan, no es para ello necesario que la mayoría de los individuos masculinos se reproduzcan. El cuento que a mí me contaron de chico, el de que, si más o menos hay las mismas mujeres que hombres, al final lo “normal” es que (si eres hombre) acabes encontrando una mujer y teniendo hijos es tan sólo eso, un cuento. A lo largo de toda la larga historia de la evolución lo que ha pasado no es eso, sino que (esto ya lo traté aquí) la mayoría de mujeres han tenido hijos, pero no con la mayoría de hombres, sino con aquella parte de los hombres que, por motivos variados, eran considerados “biológica y socialmente” los mejores progenitores. Por ponerlo en términos cuantitativos: al final puede ser cierto que el 95% de las mujeres acaban teniendo hijos, pero no con el 95% de los hombres (los estupendos, los normalitos y los menos buenos) sino con, pongamos por caso, el 45%  "mejor" de los hombres.

Así que un primer aprendizaje para mí y para muchos otros hombres como yo consiste en quitarle hierro al asunto. Aparte de cuestiones culturales e ideológicas es normal que pensáramos que lo normal era tener hijos, pues, al fin y al cabo, es lo que veíamos en nuestras familias (teníamos padre). Claro que, con el tiempo, algunos empezamos a pensar que quizá podríamos tener otros “hermanastros” por ahí. Lo cual nos debería de haber advertido y hecho pensar que, si hay hombres que tienen dos familias, que llevaron una doble vida, ello implica, por mera lógica, que debe haber hombres por ahí que no tienen ninguna, que no tuvieron apenas vida. Quizá es aquello de “mal de muchos, consuelo de tontos”, pero algo de eso hay: a mí me consuela. Ya sé que me pasa a mí, pero no es algo que me pase solo a mí.

La vida es como una partida de cartas en la que el resultado depende de la interacción entre las cartas que te tocan en la partida y cómo decides jugar tus cartas. Con mi formación científica cuando he leído textos sobre apareamiento selectivo y temáticas similares a veces he dudado si reír o llorar. Porque lo que todos los estudios revelan es que hay una pauta constante, que se repite en todas las culturas y los tiempos: las mujeres, a la hora de emparejarse y tener hijos, prefieren hacerlo con hombres más fuertes y más altos (hay un divertido vídeo de una simpática youtuber argentina titulado justamente “nuestra obsesión por los altos”). Como habría dicho Mafalda ¡Sonamos! Con aproximadamente 1,71 de altura y un peso sobre 56 kilogramos yo he llegado a un punto de madurez en que ya ni me extraña ni me ofende que más de una mujer piense (me lo diga o no) “es que tú eres muy buen chico y un amigo estupendo, pero no te veo de ese modo”. A ver, es que por comparación, hay muchos que comparados conmigo son como una oferta del Carrefour: Dos (112 kgs, lo que pesan muchos tíos) por uno (56 kgs, lo que peso yo). Y sé que al leer estas líneas más de una (especialmente mujer) se va a apresurar a decir “Pero no tienes que arrojar la toalla por ser bajito, hay muchos hombres más bajos que tú que tienen hijos, tampoco eres tan bajo”.

Y aquí es donde conviene recordar que la vida es una partida de cartas cuyo resultado depende tanto de las cartas que te tocan como de cómo las juegas. Lo importante no es sólo las cartas que tienes, sino las teorías que elaboras acerca de lo que puedes conseguir con tus cartas: tener malas teorías sobre la vida se convierte en una receta segura para tener “malas” vidas. Sí, por supuesto, claro que hay muchos hombres que son más bajitos que yo y que han tenido hijos. Pero es porque tenían mejores teorías sobre la vida que yo, y eran conscientes de que las cartas que les habían tocado eran malas: se diga lo que se diga, "Burro grande ande o no ande", caeteris paribus, que dirían los economistas, está claro que ser bajo es peor que ser alto si de gustarle a las mujeres se trata (para correr maratones no te digo). Por ello esas personas, conscientes de que en algunas cosas tenían malas cartas (eran bajitos) se esforzaron por sacarles todo el partido a las cartas que tenían. Yo, sin embargo, hasta antes de ayer no me enteré de que ser bajito quería decir que en el reparto inicial de las cartas no había salido favorecido. Pido perdón, con retraso, a alguna pretendida o pretendienta que habrá pensado que yo tenía un puntito prepotente: en el fondo, eran ellas quienes tenían razón. Ahora que sé lo que sé, sé que mis cartas tampoco valían tanto: un tío de 1,71 metros, por más doctorado que le pongas no deja de ser un tío bajito, y eso no es bueno. 

Claro que parte de mis teorías derivan de un contubernio ideológico dominante en mis tiempos que planteaba aquello de que “el hombre y el oso, cuanto más feo, más hermoso”. La ideología dominante planteaba que las mujeres eran cálidas, profundas, y que, por ejemplo, a la hora de valorar a los chicos tenían en cuenta rasgos “profundos” y significativos, no como los hombres que éramos unos superficiales asquerosos que lo único que nos importaba de una mujer era que estuviera buena (tiran más dos tetas que dos carretas). Yo, igual que muchos otros de mi generación (y así nos fue) nos creímos lo que nos dijeron: “Tú preocúpate de lo importante, de lo de dentro, de ser un buen chico que al final ya encontrarás una mujer que sepa valorarte cómo eres”. Así que hasta hace bien poquito yo no me preocupé sino de lo dentro, y pasé de lo de de fuera y, disculpas a todas las que me quisieron advertir y no lo supe ver, casi que hice gala de un cierto “feísmo”, ese pensamiento absurdo de que sólo los tíos que no tienen nada dentro que ofrecer tienen que preocuparse por lo de fuera. Y así me va, camino de los 48 y soltero. En realidad, lo único que yo hice fue creerme el cuento que me contaron. Lo que pasa es que el cuento que me contaron era sólo eso, un cuento. Así que ahora cuando veo a los jóvenes (varones) preocuparse tanto por su aspecto lo que siento es envidia de no tener la edad de ellos (y estar a tiempo de jugar más juegos) y de no haber entendido antes de qué iba el juego. A los jóvenes no les decimos que preocuparse de dar una buena impresión para una entrevista de trabajo es superficial, que no se preocupen, que al final encontrarán una buena empresa que sabrá valorar todo lo que ellos valen. Ojalá que ya nadie nunca jamás les diga a los chicos que no se preocupen por tener buen aspecto, que ya encontrarán una buena chica que les sepa valorar por todo lo que ellos valen.

Aunque estas cosas también surgen en el libro de Dunbar, como que en realidad ya las conocía, otro de los mitos que siempre me creí y que me ha hecho reflexionar es el de la amistad, las diferencias sobre la amistad entre géneros y la importancia que en la vida se le debe dar a lo profesional y a lo personal. Dunbar se ha hecho famoso por lo que se conoce como “el número de Dunbar que plantea que por motivos relacionados con el cerebro nuestras relaciones tienden a agruparse en círculos concéntricos. El centro de lo que se conoce como “los círculos de Dunbar” son una media de 1,5 relaciones íntimas (como ya sugerí antes, hay quien tiene dos). Luego está el círculo de los grandes amigos, el hombro sobre el que llorar, unas 3-5 personas. El siguiente círculo sería el de los amigos cercanos (unas 10-15 personas) que forman tu vida social. Los buenos amigos, hasta 50, sería un círculo algo más amigos; hasta 150, que es lo típico que se suele invitar por cada parte a una boda, es el círculo amplio de amigos; los conocidos con unos 500, conocidos de nombre unos 1.500 y más allá de 5.000 caras el cerebro humano es incapaz de retener la información.

Pues bien, leyendo en el libro de Dunbar la explicación que da este autor sobre las diferencias de género a la hora de vivir la amistad comprendí lo que decía el otro día a una amiga de que últimamente me relaciono más con amigas que con amigos. En un mundo en que se quiere pensar que todas las diferencias de género tienen que ver con la crianza es complicado aceptar diferencias, especialmente porque la gente es muy mala “socióloga folk”, y las diferencias entre individuo y grupo y las distribuciones no se entienden (o no se quieren entender). Lo explicaré con un ejemplo: afirmar que “las mujeres suelen ser más bajas y menos pasadas que los hombres” no se invalida por el hecho que yo, que peso menos de 57 kilos, pese menos que el 90% de las mujeres. Las mujeres suelen pesar menos que los hombres, pero también hay hombres que pesan menos que la mayoría de las mujeres. Sirva esto como advertencia de lo que voy a decir a continuación: en base a teorías neuro científicas complejas que ahora no vienen al caso, la idea de Dunbar es que viene a ser cierto el tópico de que las amistades de los hombres se centran en “hacer cosas juntos”: ir a correr, a jugar al fútbol, de copas, a ver el fútbol, y en ese sentido son más instrumentales. Por el contrario, las amistades de las mujeres son más de “conversar”, y en sentido más finalistas (y vuelvo  repetir el ejemplo de la altura: ello no quita que haya mujeres que les guste quedar con sus amigas para jugar al fútbol, ni hombres que lo que les guste sea hablar) ¿En qué manera ha afectado la pandemia a las amistades de hombres y mujeres? A muchas amistades femeninas apenas las ha afectado: total, pueden seguir quedando de dos en dos para contarse sus batallitas, o incluso llamarse por teléfono. Sin embargo, para los hombres, ¿Qué sentido tiene ver a Pepe, mi amigo de correr, a Juan, mi amigo de copas, o Fran, mi amigo de ir a ver los partidos, si no puedo ir correr acompañado, ni de copas, ni ver los partidos juntos? Quizá de ahí que le dijera a mi amiga que últimamente me relaciono más con amigas que con amigos: por un lado, porque es verdad el tópico de que para conversar suelen ser mejores las mujeres; por otro lado, porque hay amigos con los que antes, quizá tras 4 cervezas, acababas teniendo una buena conversación en un bar, pero así en seco… y por último, quizá es también que la salud mental de los hombres se esté resistiendo más con la pandemia porque nos han impedido hacer lo que solíamos hacer. Y, modestia aparte, que yo ya no tengo abuela, yo escapo porque soy un tanto “transgenérico” y para ser un hombre soy de lo más parlanchín que conozco, pero basta pensar que hay tíos que necesitaban tres copas o dos partidos para soltarse un poco para entender lo mal que estarán tras dos años de cierre del ocio nocturno y de los partidos de fútbol

Pues bien, para ir terminando, dos aprendizajes, uno muy aplicable en la actualidad, que espero que le sirva a mucha gente, y otro que a mí ya me sirve de poco pero que quizá les sirva a otras personas. Ahora que toda la socialización tiende a hacerse a través de la tecnología, la “respuesta por defecto” de todas las mujeres a la pregunta "¿tú por aquí?", incluso en páginas y aplicaciones específicamente diseñadas para la búsqueda de “algo” es que “yo no voy buscando nada”. Pues mienten. Léanse el libro de Dunbar. Sólo tenemos espacio para un número finito de amigos/as. Pongamos, por ejemplo, el círculo de 5 grandes amigos: salvo que se te haya muerto uno (me ha pasado) te hayas mudado, hayas tenido peleas o cosas por el estilo, en general la gente ya tiene sus “amigos”. ¿A qué se refiere una mujer que entra en una aplicación gente cuando dice que sólo busca “conocer gente”? ¿Acaso le cabe un amigo/a más del alma? ¿Es que quiere tenerte alguien en el círculo de los 50 amigos cercanos, alguien con quien ir al cine una vez por semana? ¿O quizá quiere tenerte en el círculo de 150 amigos, alguien con quien ir, por poner otro ejemplo, a la ópera o a un musical un par de veces al año? ¿Y para eso tanto esfuerzo? Pues no: la respuesta más obvia, tanto que por ello a menudo la solemos pasar por alto, suele ser la más cercana a la realidad. Alma de cántaro: cuando una mujer te dice que en realidad le caes bien pero que ahora mismo sólo está interesada en amistad te está mintiendo, aunque quizá ni ella misma sea consciente de ello. Desde la perspectiva de la psicología y antropología evolutiva, lo que te está diciendo es lo siguiente: “mira mi niño, yo lo que quiero es tenerte un tiempo pululando por mis círculos de amistad (el tercero o el cuarto de los círculos de Dunbar) hasta que haya acabado de evaluarte bien y ver si de verdad me interesas. Eso sí, alma de cántaro: en realidad deberías de sentirte halagado, porque los seres humanos tenemos una capacidad de procesamiento y análisis de la información mucho mayor que el más complejo de los sistemas de Big Data. Así que si te ha dicho que “le interesas como amigo” es que pasaste una primera criba y no te dijo aquello de “Sale p’alla”, que es lo que les pasa al 90% de los hombres con los que interactúa, que no pasan una primera criba y no le interesa ni como "amigos" (en el sentido en que acabamos de ver).

El aprendizaje que espero que le sirva a quienes vienen detrás de mí: cuando Dunbar lista lo que denomina los “7 pilares de la amistad, los tres primeros son: 1) haber crecido en el mismo lugar, especialmente durante la adolescencia 2) hablar el mismo idioma y 3) haber recibido una educación similar. Desde que a los 12 años mi padre me cambió a otro colegio en que no conocía a nadie, pero en el que iba a aprender más inglés (como para no cogerle tirria al idioma) he estado siempre cambiando mucho de entornos. Padres y madres son personas muy peligrosas, porque, si bien es cierto que  nos suelen conocer bastante bien, también es cierto que se empeñan en creer que somos como quisieran que fuéramos y no cómo efectivamente somos. Por ejemplo, ahora que, como diría mi madre, ya tengo una edad, soy plenamente consciente de que el prestigio, el poder, el estatus, ascender socialmente y otras cosas similares siempre han sido más importantes para mi padre de lo que jamás lo serán para mí. Lo de que siempre había que esforzarse por lograr lo que socialmente se entendía que era "progresar" era más como mis padres quería que fuera que no como yo realmente soy, que una vez tengo unos mínimos cubiertos soy capaz de ser bastante perezoso y conformarme con lo que ya tengo, aunque otras personas entiendan que eso no es progresar socialmente. 

Con lo cual (que raro que yo termine una reflexión acordándome de Sennett, o Weber, entre otros) recuerdo una frase de “La cultura del nuevo capitalismo” que expresa la idea de que a menudo vivimos una vida en que parecemos condenados a progresar en una carrera que alguien eligió por nosotros. Yo nací en un sitio, me fui a estudiar a otro y pasados los treinta me fui a trabajar a otro. Con lo cual, normal que el primero de los pilares de la amistad de Dunbar me cueste: en mi vida cotidiana yo no me relaciono con personas con las que crecí ni con quienes compartí la adolescencia, ni siquiera con quienes compartí los estudios pues no estudié en la universidad donde trabajo (donde, por cierto, estudiaron bastantes de quienes compartieron la adolescencia conmigo). Respecto al segundo de los pilares de la amistad que menciona Dunbar, hablar el mismo idioma: sí, pero. Ya sé que, con las tensiones recientes esto le producirá sarpullidos a más de uno, quienes quieren confundir lengua con nacionalismo son tanto los “catalanistas” como los “españolistas”: yo estudié en Barcelona, y buena parte de lo que viví entre los 19 y los 27 años fue en catalán; y, si bien más de la mitad de la gente con la que me relacionaba entonces no se sentía ofendida si yo hablaba en castellano, o decía que tal o cual cosa en mi casa lo llamaba de tal o cual manera, si a mí ahora se me ocurre decir, en vez de como digo a menudo, que tenía un profesor que decía “las etiquetas frecuentemente dicen más del etiquetador que del etiquetador” lo que en realidad decía mi profesor, que era “les etiquetes sovint diuen més del etiquetador que no pas de aquell que és etiquetat” sé que muchas personas se sentirían ofendidas. Primero, porque haya aprendido catalán; y segundo, porque se me ocurra usar una expresión en catalán.

Hablar el mismo idioma. La verdad es que yo siempre he sido un bicho raro. La gente que estudió en el colegio alemán puede presumir de hablar alemán y usar expresiones en alemán, si a mí se me ocurriera usar una expresión en catalán me mirarían mal. Bicho raro también porque también me dio por estudiar francés, e italiano, y portugués; y porque, al final me acabé reconciliando con el inglés, y de hecho aquí estoy, haciendo una “reseña” de algo interesante que leí en inglés. A la mayoría de mis “amigos” les parecerá raro que yo me entere de una noticia y me descargue y me lea el libro en inglés. Yo reconozco que soy tan raro que en estos tiempos digitales lo que se me hace raro es leer (o ver) en español algo que en su versión original está en inglés, o italiano, y depende del qué en francés (el alemán ya no me da para tanto…). Claro que también se me hace raro que tenga conocidos que hablan inglés a los que no les pueda decir “léete eso” porque está en español…Y para terminar con el tercer pilar: haber recibido una educación similar. Yo que trabajo en una universidad, y pese a que con el tiempo hay amistades que se acaban convirtiendo en odios, veo todos los días qué tan cierto es lo que Dunbar considera el tercer pilar de la amistad: la gente que estudió junta tiende a permanecer junta.

Así que para ir terminando con otro refrán: el hambre agudiza el ingenio. La vida es una partida de cartascuyo resultado depende tanto de las cartas que te tocan en la partida como dela manera en que juegas tus cartas. Un par de cosas que me han sucedido recientemente me han hecho pensar que, al final, a veces de cabezazos contra el muro, he acabado desarrollando una capacidad extraordinaria para la amistad. Al fin y al cabo, yo no he podido contar casi nunca con lo que la mayoría de la gente ha podido contar siempre: la gente de siempre, el idioma de siempre, la educación de siempre. Y, cuando ya empezaba a tener todo más o menos organizado, van y surge una pandemia global. Que debe ser algo así como que, cuando por fin habías aprendido las reglas del juego, tenías buenas cartas, y estabas a punto de ganar la partida resulta, que la partida no se puede terminar porque hay que desalojar por un incendio. Así que, por si acaso, como es viernes y son casi las 8 de la tarde, me voy a ir a tomar tres cervezas antes que declaren otro incendio y me impidan tomármelas. 

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