¿Y ahora qué? La ética nacional- católica y el espíritu de la depresión.
¿Y ahora qué? La ética nacional- católica y el espíritu de la depresión.
Manuel Ángel Santana Turégano, 1 de julio de 2025.
Empieza un nuevo verano, empieza una nueva época
Llega Julio. Con la llegada del verano, el final del curso escolar, de muchas competiciones deportivas, y el inicio del período vacacional, se marca el fin de un ciclo y el comienzo del siguiente. Lo que hace que, una vez más, vuelvan a estar sobre la mesa las cuestiones que nos acompañan durante toda nuestra vida. ¿Y ahora qué? ¿Qué hago con mi vida? Haya logrado mucho o poco hasta ahora, ¿qué hago a partir de aquí? ¿Qué es lo que hace que una vida merezca la pena ser vivida? La vida es como una partida de cartas. No eliges las cartas que te tocan. No eliges las reglas con las que tienes que jugar. Simplemente, te limitas a intentar jugar tus cartas lo mejor que puedes para vivir una vida que te haga feliz.
¿Qué hacer con tu vida? Cuando mi madre nació, en 1938, en Canarias, la mayoría de las mujeres no tenían que responder a la cuestión de qué querían hacer su vida. Se pensaba que estaba claro lo que una mujer tenía que hacer era casarse, tener hijos, y hacer feliz a su marido. Algunas podían elegir hacerse monjas, o alguna de las profesiones consideradas entonces femeninas, quizá para abandonarlas cuando se casaban y tenían hijos, pero lo de dedicarse a ser científica, o abogada, o cualquier otra cosa era ideas extrañas a la tradición hispánica y los objetivos de un régimen que consideraba a España la reserva espiritual de Occidente.
¿Qué hacer con tu vida? Cuando mi padre nació, en 1940, en Canarias, hijo de un maestro de escuela, los hombres tenían que preocuparse un poco más para responder a la cuestión de qué querían hacer con su vida. Pero el abanico de opciones era relativamente limitado. Siempre escuché a mi padre decir que a él le hubiera gustado ser médico, pero que como su padre no lo podía mandar a estudiar había elegido una de las pocas cosas que se podían estudiar por entonces en Las Palmas y se hizo Perito Químico. En esa mentalidad de ingenieros y economistas que tanto gustaba a mi padre, vivir la vida se basaba en resolver una ecuación relativamente simple: cuál es la posición (X) que mayor, Estatus, Dinero y Poder (E, D, P) me puede permitir alcanzar, teniendo en cuenta cuáles son mis condiciones (C) y cuál es mi familia (F). En realidad, cuando mi padre nació había dos formas de convertirte en alguien “verdaderamente importante”. Una era directamente mediante el nacimiento: nacías y eras el hijo del Conde, o del Gobernador Civil, o de un empresario importante. La otra, indirectamente, también dependía de en qué familia te había tocado nacer: si tus padres te podían enviar a estudiar fuera podías estudiar una carrera superior y convertirte en Gobernador Civil, Juez, Abogado, Médico o cualquier otra posición de provecho. Imagino que por eso mi padre tenía tanta obsesión con las “carreras superiores”. De manera que alguien que nunca hubiera salido de aquí a lo más que podía aspirar era a hacerse muy rico y ganar mucho dinero, aunque posiblemente toda su vida la gente verdaderamente importante le miraría como un maurito que había ganado mucho dinero, pero que no pertenecía de verdad a la clase superior.
El valor de algunas de las cartas que nos tocan en la partida de la vida parece evidente: tienes la suerte de tener un padre que te pueden pagar una carrera, eso es una buena carta, que te puede ayudar a tener una buena vida y a ser “feliz”. El valor de otras cartas a menudo permanece oculto, más aún porque no nos atrevemos a decirlo. En el reparto de la baraja a mí me tocó la buena carta que acabo de mencionar, que a todo el mundo parece evidente: unos padres que se podían permitir que su hijo estudiara fuera. Pero también me tocó una que cuesta más de entender: me tocaron unos padres para los que, no importa lo que hiciera, nunca sería lo bastante. Es casi “natural” que los hijos, especialmente cuando son niños, lo que quieran sea hacer feliz a sus padres, para tener así su cariño y aprecio. Pues a mí esas cartas me tocaron trucadas: a mi madre, al igual que a muchas otras madres (y algunos padres también) no hay forma de hacerla feliz. Y eso tiene un componente sociológico o macro y otro psiquiátrico- psicológico o micro. Como sociólogo sé que no soy único, que lo que me pasa a mí les pasa también a otras personas. Hay gente que no importa lo que haga con su vida, nunca conseguirá que sus padres sean felices. Y, como diría que es casi “natural” que los hijos quieran hacer felices a sus padres, explicaré a continuación algunas cosas para aliviar el sufrimiento de ciertas personas que se ven obligadas a vivir en un difícil equilibrio entre intentar ser felices viviendo su propia vida y el sentimiento de culpa por no sufrir viviendo la vida infeliz que sus padres, mayoritariamente sus madres, quieren vivir en lo que a ellos (ellas) les queda de vida.
La parte sociológica: la ética nacional- católica y el espíritu del sufrimiento.
Uno de los libros más famosos e importantes de la historia de la Sociología es “La ética protestante y el espíritu del capitalismo”, de Max Weber. Para intentar explicar cómo Weber encontraba una relación entre la ética calvinista, que consideraba el éxito en los negocios como un signo de estar en gracia con Dios, y el ascenso del capitalismo, me ha parecido que, a mi alumnado, le resulta más fácil entender algo más cercano que puede considerarse justo lo opuesto a esa cosmovisión. En nuestro entorno, una cierta tergiversación del catolicismo acabó considerando el sufrimiento como un signo de estar en gracia con Dios. Así que a menudo mi alumnado se sonríe cuando les pregunto: ¿ustedes no se han parado a pensar que, en Canarias, las madres de cierta edad parece que están siempre compitiendo entre ellas a ver quién es más desgraciada? ¿Qué muchas mujeres canarias de cierta edad son felices siendo infelices? Les han dicho que este mundo es un valle de lágrimas, que aquí venimos a sufrir, pero que si nos comportamos bien ya se nos recompensará en la vida eterna. Además, también les han enseñado que lo más importante para una mujer es ser madre. Y que lo más importante para una madre es sacrificarlo todo por sus hijos, no importa lo que tengan que sufrir. Por eso, mientras más sufren más sienten que están haciendo lo que tienen que hacer. Más virtuosas, santas y buenas personas se creen. Y más reafirmadas se sienten en la creencia de que, aunque este mundo es un valle de lágrimas, en otro mundo serán recompensadas. La madre canaria típica ha dicho infinidad de veces en su vida “mi niño (a), a mí no me importa lo que yo tenga que sufrir, lo que yo quiero es que tú seas feliz”. De ahí a pensar que se es mejor madre mientras más se sufre por los hijos no va sino un paso.
Dado que, al final y al cabo, todos los hijos hemos tenido una madre (o al menos sufrido su ausencia) sería interesante saber si este tipo de pensamientos, que hacen que, hasta cierto punto “ser madre” y “ser una sufridora” sean casi sinónimos son algo que se da en todas las culturas, o tan sólo en la cultura española, marcada por el nacional- catolicismo de la época de Franco en que nacieron, o si es parte del “hecho diferencial canario”. Aunque no tengo evidencia sociológica suficiente para ser tajante al respecto, la sensación que yo tengo es que, si bien se trata de algo que puede darse en cierta medida en otros lugares, en pocos lugares como en Canarias alcanza tal desarrollo la cultura de la maternidad sufridora. Aunque la afirmación implique sin duda una buena dosis de sarcasmo, diría que para la auténtica “madre canaria” tener un mal hijo es una bendición, porque le permite tener motivos para preocuparse, convertirse en una sufridora y así sentirse una persona más virtuosa y cercana a Dios. Yo, por el contrario, soy un “mal hijo” precisamente por ser un hijo bueno que no genera preocupaciones ni sufrimientos. La auténtica madre canaria necesita siempre una “desdicha”, para así poder sacrificarse por sus hijos y tener algo que haga que su vida tenga sentido. Que como sus hijos hagan su vida y no me necesiten igual no sabe ella qué hacer con la suya y entra en depresión.
Aparte de convencer a las madres de que si no sufren mucho no son buenas madres, ¿cuáles son las consecuencias sociales de esta cultura matriarcal nacional- católica que tenemos en Canarias? Por un lado, acaba creando un mundo de hijos (e hijas) malcriadas que, en el caso de los varones, es un caldo de cultivo perfecto para la manosfera y los in-cel. Me explico: la madre canaria, ante todo, es UNA MADRE. Y una madre no trata a sus hijos en función de sus méritos, sino en función de sus necesidades (eso, si acaso, queda para figuras más paternales). La madre canaria dedica más tiempo, esfuerzo y sufrimiento en sacar adelante a sus malos hijos, porque los buenos hijos ya salen adelante por sí mismos. Y, para la madre canaria, por supuesto, sus hijos siempre tienen la razón. Así que si su hijo se queja de que no le hacen caso las mujeres que a él le gustaría que le hicieran caso, es que todas las mujeres son malas y no saben valorar a mi hijo. Y el hijo, por supuesto, se piensa que todas las mujeres deberían de mirarlo con los mismos ojos con los que lo ve su madre. A ver Manolito, que ya tienes cuarenta y tantos años. Estás gordo, no te arreglas, sales a la calle con una camiseta medio sucia, sin planchar, te afeitas de Pascuas a Ramos. No tienes un trabajo en condiciones, ni dónde caerte muerto. Yo no me voy a preocupar de buscarte un trabajo, comprarte una casa y ponerte guapo para que salgas a ligar: espabila y mueve el culo si quieres hacerlo. Y de ahí vienen muchos in-cel, que se piensan que las mujeres (o los hombres) debería de atender todas sus necesidades (sexuales, o de cariño, o de lo que quiera que sea), en vez de plantearse qué hacen ellos (o ellas) para conseguir algo de eso. Y si nuestra tradición viene de ahí la “cultura” que se ha venido desarrollando en Canarias en los últimos cuarenta años, bajo el gobierno de un partido que se auto- denomina “nacionalista” y que dice defender a “nuestra gente” (como una madre, lo importante es que sean MIS hijos) ha incidido aún más en esa línea. A los canarios (y canarias) nos han convencido de que somos los hijos con capacidades especiales (antes se habría dicho “subnormales”) que como no están capacitados para llevar por sí mismos una vida independiente han de pasarse la vida dependiendo del apoyo de Mamá Estado (español). Y por eso, que ya se sabe que somos unas islas ultraperiféricas, insulares y yo no sé cuántas cosas más, nos merecemos no pagar IVA, tener RIC, ZEC, descuentos de residencia y no sé cuántas cosas más.
¿Cuáles pueden ser las bases “sociológicas” de esta visión culturalmente tan “sufridora” de la maternidad? ¿Es algo exclusivamente canario? A modo de mera hipótesis se me ocurre que puede darse algo similar en otros pueblos atlánticos (Galicia, Portugal), porque tradicionalmente hemos sido sitios pobres y de emigrantes. En entornos así, las madres están abocadas a una gran contradicción. Porque, por un lado, si desean lo mejor para sus hijos lo que desean es que se vayan, que aquí (eso nos llevan diciendo desde siempre, por algo somos “ultraperiféricos”) nunca se va a poder progresar. Pero claro, si los hijos se van…las madres van a sufrir porque no los van a ver. La madre canaria típica le dice a su hijo con los ojos llorosos “hijo, tú vete y haz tu vida, que yo estoy bien”. Además, hasta antes de ayer la única manera de que un hijo progresara y se hiciera un hombre (o mujer) de provecho era que saliera de la isla (salvo quizá para quien viviera en La Laguna) y obtuviera estudios superiores (si se quedaba a vivir del negocio de papá podría ser un “hijo de papá”). Y claro, por supuesto, la madre canaria va a sufrir porque su hijo se va a ir fuera, y a saber lo que va a comer, y con quién se va a juntar. No, si al final sí que va a ser verdad que esto de ser tan ultraperiférico puede haber marcado nuestra manera de ser… Esta semana he visto con mi madre dos capítulos de un programa de la Radio Televisión Canaria, “Madre”. En la página web del programa se dice, “Mujeres valientes demostrarán cada semana cómo con su sacrificio, resiliencia y amor incondicional, moldearon generaciones enteras (…) Sus vidas, como las de muchas otras, no fueron un camino de rosas, pero tuvieron la valentía y el coraje de criar a sus hijos, trabajar, estudiar, apoyar a sus maridos y cuidar de sus mayores”. ¿Hay tanto de ahí a decir que las que más han sufrido son las mejores madres? Me llamó la atención, mientras la veía con mi madre, la historia de Lola, una madre herreña que contaba que su madre había sufrido de constantes depresiones, por lo que ella era quien había tenido que hacer de madre también de su madre, y de sus hermanos. Ahí, aunque no se usaba el término, se hablaba de distimia, y de cómo eso condiciona la vida de los hijos, que no tienen culpa de nada. Lo sé por experiencia propia. Pero, como eso entra ya en el apartado de lo bio-psico- psiquiátrico, lo trataré en el siguiente apartado.
La parte bio- psiquiátrica: la distimia y las distintas propensiones al sufrimiento.
Creo que a nadie se le escapa que el uso de ansiolíticos y antidepresivos, y las depresiones, entre las mujeres en Canarias a partir de una edad es una verdadera pandemia, y hasta ahora hemos visto algunas bases sociales y culturales de que esto esté pasando. Una de mis hermanas siempre ha dicho que si mi madre hubiera vivido en otra época posiblemente no habría sido madre. A mi madre con 10 años, en 1948, en pleno apogeo del nacional- catolicismo, las monjas le dijeron que no estudiara, que para qué. Otra de mis hermanas siempre dice que mi madre no sabe qué hacer con su vida. Quizá la primera vez lo que tenía mi madre no era una depresión, era un simple “encochinamiento”, como decimos en Canarias, porque no le gustaba la vida que le habían dicho que tenía que vivir… claro que tampoco pudo o supo construirse otra vida que sí que le gustara más. No tengo claro es en qué momento le dio a mi madre la primera depresión, algo me suena de que siendo yo muy niño se la llevaron a un sanatorio, pero todas estas cosas nunca se cuentan mucho. Si sé que, cuando yo tendría 10 años, mi madre tuvo una fractura de tobillo, luego le dio un cáncer de mama, le extirparon los pechos y desde entonces, hace más de cuarenta años, se la ha pasado entrando y saliendo de la depresión. Ahora, que está muy mayor, y además sufre demencia vascular, mi madre, literalmente, no hace nada. Se sienta, cierra los ojos y ya. Le dices y no tiene ganas de leer, de ver la tele, de comer… de nada. Pero en realidad no es nuevo. Creo que yo tendría unos 15 años la primera vez que escuché, mientras intentábamos que se levantara de la cama, que mi madre decía que no tenía ganas de nada, nada más que de morirse.
Porque me ha tocado lidiar con él he leído bastante sobre el tema: no hace mucho leí “El imperio de la depresión”, de Johathan Sadowsky, historiador de la medicina especializado en Psiquiatría. Nada más lejos de mi intención que banalizar las bases biológicas de la depresión. Hasta dónde llega mi entendimiento, diría que en base a lo que lo que hoy en día se considera el “conocimiento científico sobre la materia” la depresión tiene una base biológico- genética. Igual que a mí siempre se me han dado los deportes de fondo, pero la fuerza y la masa muscular se me da muy mal, lo cierto es que a mi madre siempre se le ha dado muy bien sufrir, y muy mal disfrutar. Y si hoy en día vemos como normal que haya personas a las que se les da mejor los deportes de fondo, y otras a las que se les da mejor los deportes de fuerza, no tendría nada de extraordinario que haya personas a las que se les da mejor “alegrarse” y otras a las que se le da mejor “amargarse”. Puede parecer algo chistoso, pero, en el fondo, no tiene por qué ser tanto distinto decir “a Manolito se le da bien correr, y no se le da tan bien desarrollar fuerza” que decir “a mi madre se le da bien amargarse, y no se le da tan bien alegrarse”. Cada cuerpo humano puede responder de manera distinta a un mismo estímulo. En la actualidad, el tratamiento psiquiátrico de estas cosas suele darse con benzodiacepinas e ISRN (Inhibidores Selectivos de la Recaptación de la Serotonina y la Noradrenalina), a menudo combinados con terapias psicológicas (habladas). Lo malo es que todo este tipo de tratamientos genera efectos de habituación y dependencia. Explico primero lo de la habituación contra la ansiedad. Mi madre, ahora mismo, sufre de demencia vascular, una enfermedad neurodegenerativa que, entre otras cosas, hace que haya perdido el control de los esfínteres, que vaya perdiendo memoria y que, según me parece, también genera aplanamiento emocional: las cosas le importan tres pimientos, ni para bien ni para mal. Sí, mi madre es una madre canaria, y, como decían en el programa de la Radio Televisión Canaria, debería de alegrarse porque a los hijos les vaya bien. Sin embargo, yo no he visto que mi madre se haya alegrado lo más mínimo cuando le dije que me dieron la máxima nota en la oposición, o que terminé de pagar la hipoteca. Aplanamiento emocional. Pero también sufre ansiedad y distimia, que es el nombre técnico para la depresión constante y persistente. Mi madre más o menos entiende, a nivel cognitivo, que tiene que estar en una residencia, que yo no puedo estar todo el día 24 horas con ella, que necesita quien la cambie, le haga de comer y demás. Sin embargo, ella insiste que lo que querría es “ir a su casa y vivir conmigo”.
Por explicarlo como yo lo entiendo (no tengo formación médica, así que pido disculpas si estoy equivocado) las teorías más actuales al respecto plantean que la depresión tiene que ver con una carencia química en los receptores de las sustancias que transmiten las emociones positivas. Igual que los diabéticos sufren un problema porque su cuerpo no genera la suficiente insulina, la depresión (genética) tiene que ver con que las personas que la sufren no generan lo bastante de algunas hormonas (la serotonina, creo). Por cierto, pequeño paréntesis: hay cosas, como el hacer deporte, que ayudan a producirla naturalmente, por eso es bueno tener una buena “higiene de vida” para evitar las enfermedades mentales. Entonces, recapitulando, la explicación “genética pura” de la depresión es que, igual que unas personas generan de manera “natural” menos insulina de la que necesitan, y por eso acaban desarrollando diabetes, otras personas generan menos serotonina (o lo que sea), y por eso acaban desarrollando depresión. Pero la genética nunca es “pura”, siempre se da en interacción con el entorno, es lo que se llama epigenética. Las dietas con exceso en azúcares simples generan diabetes porque el cuerpo, que necesitan insulina para metabolizar azúcar a partir de otras sustancias, no los necesita para generarla a partir de azúcares simples, con lo cual se vuelve “vago” y ya luego deja de generar un mínimo de insulina. El problema de los medicamentos para la depresión es que interfieren en los equilibrios naturales, por eso generan habituación y dependencia. Si suministras sustancias como la serotonina y la dopamina directamente está claro que te vas a sentir mejor, pero el cuerpo, con el tiempo, dejará de sintetizarla, y dependerás de que te la suministren externamente (efecto adicción). Y, por otro lado, necesitarás cada vez una cantidad mayor de esas sustancias para generar el mismo efecto.
Y ahora lo explico con un ejemplo no químico sino de mi vida con mi madre. “Bueno Mamá, ya sé que lo que tú querrías sería que viviera contigo, pero ya sabes que eso no puede ser, porque tengo que trabajar, y también tendría que ir a comprar, a hacer de comer; así que lo que vamos a hacer es que el fin de semana, tras vivir mi vida, te voy a buscar el sábado y el domingo, entre las 11 y la 1, y te devuelvo a tiempo de cenar en la residencia. Es casi como si estuvieras en casa, pero no tengo que ocuparme yo de comprar los pañales, cambiártelos, darte de comer o lo que sea”. La primera vez que le dije yo algo así a mi madre imagino que fue como un chute de dopamina, serotonina o lo que sea, y estuvo contenta, y disfrutó de pasar ese día conmigo. Pero se ha habituado, y ahora que vaya a sacarla el fin de semana y la lleve a su casa ya lo da por descontado, no la alegra. Haría falta una cantidad mayor de la misma sustancia (estar más tiempo con ella) para producir el mismo efecto (alegrarla un poco). Luego está la ansiedad. Mi madre, con su innata capacidad para amargarse, cuando me ve llegar el sábado no piensa que le quedan 7 horas de disfrutar, sino que luego la voy a volver, como ella dice, a “ese infierno”. No se alegra de que llega el verano y que pueda pasar más tiempo con ella, porque lo que piensa es que el verano pasará, y yo volveré a dar clase en otra isla. Y, desde luego, es incapaz de ver que eso es completamente irrelevante. Que trabajo en otra isla, sí, y qué. ¿Acaso no te voy a ver, la mayoría de las semanas, más de tres días? Aunque trabajara en la isla, eso, trabajaría, y no puedo dedicar toda mi vida a estar con mi madre, sin hacer nada, sencillamente porque mi madre no quiera hacer nada con su vida.
¿Y ahora qué? ¿Qué hago con mi vida? Haya logrado mucho o poco hasta ahora, ¿qué hago a partir de aquí? ¿Qué es lo que hace que una vida merezca la pena ser vivida? En realidad, hay cuestiones en las que yo no siento que pueda decidir qué hacer con mi vida. ¿Y ahora qué? El verano pasado, que me lo pasé en Las Palmas, alternando las visitas a mi padre con Alzheimer y a mi madre con demencia vascular lo tenía bien clarito: ya que hasta ahora lo que he sido toda mi vida es un buen hijo para lo que les queda no voy a cambiar, me queda acompañar. Y no me equivoqué, mi padre no llegó a ver el año siguiente. Ahora siento que mi madre está bastante mal, que puede que llegue a ver un año más, quizá dos, pero no muchos más. ¿Me entusiasma la idea de ir a ver a mi madre todas las semanas varias veces, porque ella me transmite tanto amor y cariño que eso compensa todos los esfuerzos que yo pueda hacer? Pues no, la verdad: mi madre es bastante seca, la mitad de las veces que la voy a ver está enfada, y en vez de disfrutar que esté con ella es capaz de sufrir diciéndome “yo no quiero que te vayas, yo no quiero estar en la residencia, lo que yo quiero es estar siempre contigo”. La vida es como una partida de cartas en las que no eliges las cartas que te tocan. Y a algunas personas nos han tocado madres que, no importa lo que hagamos, siempre te van a hacer sentir mal. Aquello de hacerte sentir que “eres un mal hijo porque prefieres vivir tu vida en vez de dejar tu trabajo y acompañar a su madre en lo poco que le queda de vida”. Y, además, en una sociedad tan “matriarcal” como la canaria te sientes todo el tiempo cuestionado, sientes que necesitas justificarte. Cuánta gente dice que ellos harían lo que fuera con tal de que sus padres no tengan que acabar sus días en una residencia, porque los padres son los que han hecho que seamos quienes somos, y ahora no podemos nosotros dejarles en la estacada. Yo me alegro sinceramente por todas las personas que han tenido madres que les han apoyado y ayudado a sentirse mejor, pero en mi caso es, más bien, al contrario: tengo que ir a otros sitios a sentirme bien para gastarme ese “buen rollo” en poder lidiar con mi madre. Y si, ciertamente, gracias a mis padres he podido tener unos estudios. Pero no ha sido precisamente gracias a la tranquilidad y serenidad que me ha transmitido mi madre que he podido llegar lo mucho o poco que pueda haber logrado hasta ahora.
Concluyendo
El otro día una de esas personas que en italiano llaman “solare” me decía que tenía la suerte de que su trabajo le ayudaba a ser mejor persona. La definición que encontré en Internet es que “Ser una persona solare, significa ser radiante, transmitir buena energía en los entornos en los que estemos… Alguien que tiene la virtud de contagiar con su buen humor a los demás y lograr liberar energía en cualquier situación". Me hizo pensar lo que me dijo a continuación: que le hacía sentir bien el saber que había personas a las que sus clases le ayudaban a levantarse del sofá e ir al gimnasio. Supongo que eso, de alguna manera, puede interpretarse como que es una de las cosas que hacen que la vida valga la pena ser vivida. En mi caso, la verdad, creo que poca gente se levantará ilusionada para ir a mis clases, o se dirá “qué bien, hoy me voy a leer un paper suyo”. Es mejor ser una buena versión de quien tú puedes ser que empeñarte en ser una mala copia de lo que otras personas podría ser. Yo no me considero una persona especialmente ceniza (de esto creo que sé algo), pero tampoco creo que sea especialmente bueno en hacer que la gente se haga bien. En realidad, imagino que mis clases, mis escritos, en la medida en que hacen cuestionar cosas que dábamos por descontado generan, al menos en el inicio, malestar. Lo que espero es que con ello cada quien pueda luego pensar, y que eso le ayude a intentar vivir el tipo de vida que le gustaría vivir. Quizá ello ayude a prevenir alguna depresión como quizá en algún momento fue la de mi madre: vale, que no te gusta la vida que has vivido… ¿y porqué la has vivido? ¿por qué no hiciste por vivir otra vida? La vida es como una partida de cartas: no puedes elegir las cartas que te tocan, ni las reglas… pero al menos puedes intentar jugar las cartas lo mejor que puedes para intentar lograr lo que te gustaría.
Ciertamente, no siempre podemos elegir lo que nos toca vivir. Yo no elegí que mi padre se fuera con Alzheimer, yo no elegí que mi madre se vaya a ir con una demencia vascular que, precisamente, no le va a ayudar a que, en lo que le queda de vida tenga muchas fases no depresivas. Así que, ¿ahora qué? Bueno, yo no elegí vivir eso, pero sí que elijo acompañarlos para que terminen su vida de la mejor manera posible, y, en la medida de lo posible, con compañía. Pero, así como mi padre se alegraba cada vez que iba a verlos, y eso a mí me hacía sentir bien, dentro de lo poco agradable que es estar en una residencia de ancianos llena de viejitos cagados a los que se les ha ido la cabeza, mi madre apenas transmite alegría cuando la voy a ver, así que no puedo esperar que me vaya a sentir bien por ir a verla, más allá que por sentir que hago lo que está bien hacer. Así que, ¿qué hago con mi vida? Pues intento llenarlas de cosas que me hagan sentir bien y no sufrir; de cosas que me hagan disfrutar y no sufrir. Y, pese a lo que nos quiere hacer creer la ideología matriarcal de la sociedad canaria, ir a ver o encargarte de tu madre, aún cuando esté en una residencia, no es de esas cosas que te hacen disfrutar un montón, más bien te hacen sufrir. Así que habrá que compensar por otro lado. Para terminar: ¿Qué es lo que hace que una vida merezca la pena ser vivida? Intentar aportar, aunque sea un granito de arena, para que el mundo sea un lugar un poquito mejor, y aportar más al bienestar, o a aliviar el malestar, que lo que pueda contribuir al malestar, o al sufrimiento. Sí, ya sé que mi madre quisiera que le dedicara todo mi tiempo y energía, que la gente te dice, si total, tú no tienes hijos, ni pareja, qué puedes hacer mejor que cuidar a tu madre, mira que ponerla en una residencia, mira que no ir a verla todos los días. Pero lo cierto es que, cuando tu madre tiene depresión, o distimia, o demencia vascular, va a sufrir, y nada de lo que tú puedas hacer puede cambiar mucho eso, ni va a aliviar el sufrimiento del mundo.
¿Qué es lo que puedo hacer yo para que mi vida merezca la pena ser vivida? Supongo que lo que he hecho siempre, que es, en el fondo, lo que tiene que ver con mi trabajo: ayudar a la gente a pensar, para que pueda tener una vida que se parezca lo más posible a la que les gustaría tener. Pensar, dar clase, escribir artículos académicos, divulgar. Quizá haya alguna persona que al leer esto habrá entendido, por fin, la fijación que tenemos muchos sociólogos con Weber. Supongo que, en el fondo, esto tiene que ver con mi “aspiración” como sociólogo. Quizá a algunas personas, al leer esto, les habrá dado por pensar que hay cosas que pueden ser muy nuestras, muy de nuestra cultura, como la idea de que para ser una buena madre hay que sufrir mucho, y que las personas que más te quieren son las que más sufren contigo (y/o por ti), que generan un montón de sufrimiento, y que no aportan mucho a hacer del mundo un lugar mejor. Cuántas veces habré repetido, en las clases de Introducción a la Sociología, que una de las primeras y más importantes enseñanzas de la Sociología es que muchas de las cuestiones que tendemos a ver como naturales son en realidad el producto de una construcción social. Y que, aunque nuestra sociedad y nuestra cultura nos influyan, no nos determinan completamente. En la actualidad hay campañas orientadas a prevenir la violencia de género que dicen “Si duele no es amor”. Sencillamente, no es verdad aquello de que “Quien bien te quiere te hará llorar, te quiere más quien te hace llorar más”. Si con esta reflexión contribuyo a que entendamos que eso se aplica no sólo a las relaciones de pareja, sino a todas las relaciones en que pueda haber amor, como, ciertamente, a la relación entre padres (y madres) e hijos (e hijas) creo, humildemente, que habré aportado un granito de arena a hacer del mundo un lugar mejor. Entre otros motivos, porque creo que, posiblemente, nos habremos ahorrado alguna que otra depresión.
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