Las cosas no son lo que parecen. ¿Y si tener hijos no fuera lo normal?
Las cosas no son lo que parecen. ¿Y si tener hijos no fuera lo normal?
La Laguna, febrero de
2019.
Las mujeres son muy exigentes a la hora de emparejarse
(contrariamente las chimpacés hembras, sus referentes más cercanos en el mundo
natural). La mayoría de los hombres no está a la altura de sus criterios. Por
eso en las páginas web de citas las mujeres suspenden al 85% de los hombres (…)
Es la mujer, en el papel de la naturaleza, la que mira a la mitad de los
hombres y les dice ¡No! Para los hombres se trata de un encuentro directo con
el caos, algo que sucede con una fuerza devastadora cada vez que no consiguen
una cita (…) Es la tendencia femenina a decir que no, más que ninguna otra
fuerza, lo que ha dirigido nuestra evolución, de tal forma que nos hemos
convertido en las criaturas creativas, trabajadoras, s, erguidas y
de gran capacidad cerebral (competitivas, agresivas, dominantes) que somos. Es
la naturaleza, en el papel de mujer, la que dice “mira chaval, vales para ser
un colega, pero nuestra experiencia compartida hasta el momento no me ha
indicado que tu material genético sea apropiado para que se continúe propagando”.
Una conocida máxima atribuida a
Peter Berger plantea que la primera y más importante enseñanza de la Sociología
es que las cosas, a menudo, no son lo que parecen. A través del proceso de
socialización vamos interiorizando ideas acerca de cómo es el mundo, pero estas
ideas no siempre no se corresponden verdaderamente a cómo las cosas son. Muchos
hombres nos criamos pensando que lo normal, cuando llegáramos a mayores, era
casarnos y tener hijos. Pero, ¿y si eso no hubiera sido lo normal, durante la
mayor parte de la historia de la humanidad, para la mayor parte de los hombres? Los seres humanos, biológicamente,
somos seres sexuados. Todos tenemos madre, y también padre. ¿Quiere eso decir
que todos nos debemos convertir, a su vez, en madres y padres? Para que la
especie se perpetúe y la población permanezca constante el cálculo es que cada
mujer ha de tener, de media, 2,1 hijos. ¿Y los hombres? Hace unos meses me dio
por buscar estadísticas de paternidad y lo más que pude encontrar fue algún
artículo en que se constataba el hecho de que la demografía está fuertemente sesgada
por género, “es como la ganadería, tan sólo cuentan las vacas”. Vamos, que no existen estadísticas de
paternidad. Lo que se corresponde a una verdad obvia, tan obvia que a menudo la
pasamos por alto: para que una sociedad se mantenga demográficamente estable es
necesario que la mayoría de las mujeres que la componen tengan hijos, de ahí
los debates al respecto. ¿Y los hombres? Es irrelevante. Siempre y cuando la
mayoría de las mujeres tengan hijos, teóricamente, sería demográficamente
estable una sociedad en la que sólo un 10% de los hombres sean padres, y, eso
sí, cada hombre que se hace padre lo es, de media, con 10 mujeres distintas.
Aunque en general a los
sociólogos no nos suelen gustar los argumentos biologicistas, hemos
escuchado, en más de una ocasión, un argumento que en los últimos tiempos se
repite bastante: desde un punto de vista biológico, en cuanto que seres vivos,
tenemos la tendencia a transmitir nuestros genes. Para maximizar la
probabilidad de que nuestra descendencia sobreviva, plantean estos argumentos,
nuestro comportamiento es distinto si somos hombres o mujeres. Para una mujer,
con un número limitado de óvulos, y de posibilidades de quedarse embarazada, un
comportamiento que maximiza su posibilidad de tener hijos es buscar al hombre “con
mejores” genes, y que éste permanezca con ella durante el tiempo de crianza de
los hijos. Por el contrario, siempre según este argumento, para un hombre un
comportamiento maximizador sería el de intentar tener sexo con cuantas más
mujeres mejor, sin preocuparse tanto por la crianza, en la esperanza de que si
tiene tantos hijos muchos sobrevivirán y acabarán transmitiendo sus genes. La
idea de la media naranja nos ha hecho creer que siempre se encontraría “un roto
para un descosido”, que toda mujer encontraría un hombre que se interesara por
ella, y todo hombre una mujer a quien resultara interesante. Pero en realidad,
las dos partes de la proposición no necesariamente tienen por qué cuadrar. Si un hombre se empareja con
varias mujeres, al final sí que será cierto que toda mujer acabará encontrando
un hombre para el cual resulta interesante. Pero muchos hombres se quedarán sin
encontrar una mujer a quien resulten interesante, y no transmitirán sus genes.
¿Qué nos dice la evidencia empírica
al respecto? Desde el punto de vista femenino, y dado que la población humana
ha crecido, parece obvio que las cosas “sí son lo que parecen”. Para la mayoría
de las mujeres, a lo largo de la mayoría de la historia de la humanidad, lo
normal ha sido tener hijos. Como, de media, las mujeres que han acabado siendo
madres han tenido más de 2,1 por mujer, no sólo han compensado por las que no
los han tenido, sino que además se ha generado un importante crecimiento de la
población. ¿Hubiera sido posible que llegáramos donde estamos ahora si no
hubiera sido “lo normal” que las mujeres, al llegar a la edad adulta, acaben
teniendo hijos? Hagamos un pequeño experimento mental: una población compuesta
de 100 personas, 50 de cada sexo. Si sólo un 10% de las mujeres tienen hijos
(es decir, 5 mujeres), para que la población permaneciera demográficamente
estable en la siguiente generación cada mujer tendría que haber tenido, de
media, 20 hijos, y que estos sobrevivan, lo que está casi en los límites de lo
biológicamente posible. Y, como de hecho la población no sólo ha permanecido
estable, sino que ha crecido, incluso en términos de mero experimento mental
resulta difícil pensar en una sociedad en que sólo el 10% de las mujeres
decidan tener hijos. Vamos, que, aunque, sin duda, un porcentaje de mujeres de
cada generación no tienen hijos, resulta cierta, para las mujeres, la creencia
popular de que, “lo normal es acabar casándose (emparejándose) y teniendo hijos”.
Al menos es lo que ha sido “lo normal” para la mayoría de la población (más del
50%, y posiblemente más del 75%).
¿Qué sucede con los hombres? Como
comenté anteriormente, no existen estadísticas fiables respecto a qué porcentaje de los
hombres de cada generación acaban siendo padres, con lo cual, la pregunta de si es normal que la mayoría de los hombres terminen siendo padres la solemos contestar desde nuestra experiencia. Según plantea Kahneman, el
sesgo de la representatividad explica que los seres humanos tendemos a juzgar
la frecuencia con que sucede un suceso en función de lo fácil que nos resulta
recordar sucesos como el que estamos juzgando. En el mundo del sentido común
nadie se pone a consultar estadísticas. ¿Es normal que los hombres tengan
hijos? Lo que hace la mente humana con esa pregunta, difícil de responder, es
sustituirla por una de más fácil respuesta: si conozco muchos hombres que
tienen hijos, juzgaré que es normal. Y, claro, por definición, si estamos en
este mundo es que tenemos un padre, la mayoría de nosotros lo conocemos con lo
cual tendemos a juzgar que “lo normal es que los hombres tengan hijos”. ¿Pero
qué tan normal? Históricamente, al menos en nuestro entorno, siempre ha
existido un porcentaje no desdeñable de hombres que morían en la guerra, de
homosexuales, de hombres que se hacían monjes y miembros del clero, y aunque
ninguna de estas circunstancias eran impedimento absoluto para que fueran
padres, sí que reducían la probabilidad. Volvamos por un momento al terreno de
la biología y hagamos otro experimento mental: si “lo normal” es que las
mujeres elijan a los hombres con mejores genes para reproducirse, al “x” por
ciento de los hombres con mejores genes para reproducirse, entonces acabarán
siendo padres el “x por ciento mejor” de los hombres, y el “100- x por ciento
restante” no lo será nunca. Depende de en cuánto estimemos la x, será normal o
no para los hombres acabar siendo padres. Claro que en las sociedades modernas
avanzadas lo de los “genes” no hay que tomarlo tan a lo literal. Pensemos, en
las sociedades de la segunda mitad del siglo XX por ejemplo, en el caso de los
hombres “respetables”, que tan buen partido eran que acababan teniendo hijos
(varios) con su mujer y también con su querida, quizá con más de una... Y
ejemplos de éstos hay muchos, desde la teleserie “Mad Men” hasta el de François
Miterrand… Si el emparejamiento tiene algo de competición, los ganadores
triunfan… y los perdedores se quedan sin nada. Otra idea políticamente
incorrecta: el hecho de que la prostitución y la pornografía, históricamente
hayan tenido como público objetivo fundamentalmente a los hombres, y no a las
mujeres, puede tener que ver con esto, y no sólo con el carácter más “sexualmente
agresivo” de los hombres. La idea sería que, si construimos un sistema en que
los perdedores se van a quedar sin sexo, al fin y al cabo, estos acaban buscando
alguna vía de escape o sublimación. Simplificando el argumento, la idea es que
si pornografía y prostitución son “productos sustitutivos” del sexo, no se
desarrollan tanto para las mujeres porque las mujeres necesitan menos “productos
sustitutivos”, ya tienen el original…Aunque es bien cierto que no sólo es
producto sustitutivo, por lo que el argumento es imperfecto, hay hombres para
los cuales no se trata de un producto sustitutivo, y hay mujeres que también
consumen estos servicios, hay para quien se trata de productos complementarios y no sustitutivos...
Desde este punto de vista, quizá
podría plantearse que el “sistema opresor de relaciones sexo género” es,
efectivamente, una imposición de los hombres para conseguir mejorar su
posición. Hubo un tiempo en que, si eras “un buen chico”, con un poco de suerte
podías acabar teniendo hijos, aunque no fueras un “triunfador”. Claro que en la
actualidad todo esto se ha liberalizado e impera el mercado. De manera que los “triunfadores”
acaban, a menudo, teniendo hijos con varias mujeres distintas. Y los que no son
tan triunfadores, en unos casos terminan criando los hijos de otros, y en otros
ni siquiera eso. Aprender que las cosas no son lo
que parecen puede tener un efecto liberador. Cuando piensas que “lo normal” es
acabarse emparejando y teniendo hijos, si no has logrado eso piensas que eres “anormal”,
además de un fracasado. Cuando entiendes que se trata de una competición,
entiendes que es normal. Porque, en toda competición, para que haya ganadores
tiene que haber “perdedores”, no es un problema tuyo, es parte del juego.
Afortunadamente, se puede jugar a múltiples juegos… y lo normal es que las
personas intentemos jugar a aquellos juegos en los que pensamos que tenemos
posibilidades de, si no ganar, al menos obtener un resultado digno. Y quizá lo
que está pasando es que están imperando unas reglas tan desiguales, que
favorecen tanto al vencedor y castigan tanto al perdedor, como por otra parte
es lo habitual en las sociedades desiguales de la actualidad, que muchas
personas casi prefieren no participar en el juego..
Comentarios
Publicar un comentario