Elogio de las residencias (de ancianos)

 

Elogio de las residencias (de ancianos)

Manuel Ángel Santana Turégano




 

Los seres humanos somos unos bichitos bastante raros. Mientras que otros animales apenas nacen ya son capaces de valerse por sí mismos los sapiens nacemos prematuros. Por eso hace falta el trabajo de toda una comunidad para conseguir que los retoños de seres humanos lleguen a alcanzar la edad adulta y la especie se reproduzca. En el otro extremo, en el final de nuestras vidas, tampoco es extraño que necesitemos ayuda. Si bien esto ha sido así durante decenas de miles de años, por diversos motivos en las últimas décadas el final de nuestras vidas ha cambiado mucho. A lo largo del siglo XX se ha incrementado mucho la esperanza de vida. Y en lo que va de siglo XXI hemos puesto años a la vida, pero muchos de esos son años con poca vida. Enfermedades neurodegenerativas como el Alzheimer y otro tipo de demencias han incrementado enormemente la necesidad de cuidados que son necesarios en el final de la vida. Sí, claro que antes también había gente que tenía enfermedades complicadas y necesitaban cuidados durante años. Y sí, claro que también ahora hay gente a la que la atropella un coche, muere en la guerra o de un infarto, de un día para otro, y no necesitan cuidados en el final de la vida. Pero, en términos grupales, la cantidad de cuidados se ha incrementado muchísimo.

¿Es razonable que nuestra mentalidad y nuestra organización social sea la misma que la de hace 50 años cuando la realidad que nos toca vivir es tan distinta? El otro día, mientras esperaba en el gimnasio para entrar en una clase dirigida me crucé con un grupo de niños que estaba en un campamento de verano. Los padres trabajan, los abuelos no siempre están o pueden: ¿a alguien le parece horrible que los padres decidan que, en vez de cuidar de sus hijos 24 horas al día los tengan unas horas al cuidado de profesionales en un campamento? Los niños están en el inicio de su vida: se desarrollarán física e intelectualmente, llegará un momento en que ya no necesitarán tantos cuidados. El trabajo de cuidado con mayores es distinto: sabes que para bien no van a ir. ¿Por qué hay tanta gente mayor que dice que por nada del mundo quiere ir a una residencia? ¿Por qué hay tanta gente no tan mayor que dice que por nada del mundo meterían a sus padres en una residencia? ¿Por qué hay tanta gente mayor y no tan mayor que mira con cara de desaprobación a quienes meten a sus padres en una residencia de ancianos? Mi padre falleció, con Alzheimer, hace menos de un año. Mi madre, que tiene demencia vascular, lleva más de dos años en una residencia. A veces me mira y me dice que ella lo que quiere es estar siempre conmigo. Creo que todos los que hemos metido a nuestros mayores en una residencia, en algún momento u otro, nos hemos sentido culpables. Te hacen sentir culpables ellos, por no estar pendiente de ellos las 24 horas del día, te hace sentir culpable la sociedad.

¿Por qué la gente va a residencias? Aunque obviamente hay múltiples motivos, en los últimos años se ha desarrollado (subdesarrollado) la ley de dependencia: por diversos motivos, y tras el diagnóstico experto de diversos profesionales, se sabe que algunas personas pierden la capacidad de llevar a cabo su vida de manera independiente, y que eso ya no mejorará, sino que irá a peor. Mi padre falleció usando pañales, mi madre ya los usa desde hace dos años. Ya no cocina, y quizá, en un momento, necesitará que le den de comer. Las enfermedades neurodegenerativas tienen también otras consecuencias. Cambian los gustos, cosas que siempre les había gustado comer ya no comen. A veces se vuelven violentos y/o agresivos. En más de una ocasión he ido a verla y me ha dicho “Qué haces aquí, hijo de puta”. Mi madre, que en su época era una lectora empedernida ya no lee nada. La mayoría del tiempo, una vez la levantan de la cama, la cambian y le dan de comer no hace, literalmente, nada. Si no la fuerzan se sienta en un sillón, cierra los ojos y deja la vida pasar. A veces, cuando yo la voy a buscar, le doy un paseo. A veces la traigo a su casa, le doy de comer, ve una película o un rato de tele y ya, poco más. No quiere hacer nada, pero no quiere que me vaya. A veces, en el mejor de los casos, le puedo decir “pues nada, siéntate ahí y relájate que yo me pongo a hacer cosas en el ordenador”. Y a veces saco adelante cosas de trabajo, o me pongo a escribir. Ahora estoy de vacaciones. Si mi madre no estuviera en una residencia yo no podría escribir esto. Y, por supuesto, cuando terminen mis vacaciones, si mi madre no estuviera en una residencia, ni yo ni mi hermana podríamos trabajar con calma.  Y esto es el día a día de muchos familiares de personas con enfermedades de este tipo.

Aunque muchas personas han elegido y/o podido tener hijos, no es mi caso. Sin embargo, no creo que quien tiene hijos tenga que sentirse culpable por ponerlos en una guardería, o por llevarlos a un campamento de verano. Aunque esto es una lotería que cada vez le tocará a más gente, ¿acaso alguien elige que tus padres terminen su vida como dependientes? En la residencia (pública) están bien cuidados, hay médicos, fisioterapeutas. Es un centro libre de sujeciones físicas y químicas: no les da a los mayores una pastilla para que les adormezca, ni los atan. Mi madre tiene una enfermedad neurodegenerativa, algunas veces se enfada y me insulta. Y la cosa irá a peor. Bendita residencia: si un día estoy muy saturado puedo no ir a verla. Y hay quien piensa que sería mejor tener a los mayores en casa….

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