Quién mató a Franco- Entrega uno: un poblacho desgargado

¿Quién mató a Franco?

I: Un poblacho desgarbado

  



Las Palmas de Gran Canaria, 18 de julio de 2024

 

¿Quién mató a Franco? ¿Quién mató a Franco? Según me contó la tía Carmen eso es lo que repetía sin cesar tu padre, mi abuelo, la noche del 18 de noviembre de 1963, delirando, mientras dormía, tras haberse enterado esa misma tarde de que había fallecido, hacía ya un mes, en Bogotá, el Maestro Rodó. Don Gabriel Rodó, el maestro Rodó, había nacido en Barcelona en 1904, era casi 10 años más joven que tu padre. Estudió música en su ciudad natal y, durante la Guerra Civil, fue director de la Banda de Música de la Brigada Líster. Como la guerra la ganaron los otros, con tan sólo 46 años, a una edad que podría haber sido la de máximo esplendor de un músico consolidado, llegó a Las Palmas, en 1951, como destierro, entre voluntario y forzado, que las islas han sido tierra de destierro forzado hasta que se convirtieron en lugar para el exilio dorado de millones de turistas. Entonces la ciudad tendría 150.000 habitantes, y supongo que poco podría compararse el panorama musical e intelectual que encontró allí el maestro Rodó con el de su ciudad natal. Tú tendrías 10 u 11 años, y acababas de dejar “El Grupo”, el Grupo Escolar San José, donde tu padre era maestro, para irte a estudiar al Instituto, el único que había entonces en Las Palmas (y en toda la isla), que estaba en la calle Canalejas. En el instituto eras compañero de Eduardo, el padre de mi amigo Willy, que luego se fue a Barcelona a estudiar Arquitectura, y llegaría a ser catedrático de universidad. Pero lo que a ti te daba la vida en tu juventud, primero en la época del Instituto, y luego cuando estudiabas Perito Químico, y cuando empezaste a trabajar, incluso cuando ya llevabas un tiempo en la fábrica y ya no eras tan joven, yo era muy chico, era la orquesta. Primero la orquesta chica, claro, que había creado el maestro Rodó al llegar a la isla para hacerse cargo de la orquesta y de la academia de la Sociedad Filarmónica de Las Palmas, y ya luego pasaste a la orquesta grande. El maestro Rodó empezó con los conciertos escolares, con la orquesta chica, y ahí que te fuiste tú, con todos tus hermanos. En el grupo, como todos tus hermanos, te habías criado con los hijos del otro maestro que compartía el grupo con tu padre, don Baltasar Espinosa. El hijo de don Baltasar, Pedro Espinosa Lorenzo, fue un pianista famoso que estudió en París y daba conciertos por media Europa, y uno de sus hermanos, Baltasar Espinosa, fue un poeta que vivió en Madrid. El maestro Rodó hizo una labor encomiable por la música de Las Palmas. Según contaba la tía Carmen, había gente que lo no veía bien, y por ello quisieron sustituir por García Asensio, que era “el candidato del Régimen”. La de veces que me habrá contado el revuelo que se montó por el artículo que escribió en el periódico alabando la labor que había hecho el maestro Rodó. Lo que no contaba la tía Carmen, quizá ni lo sabía, es que no era sólo que García Asensio fuera afecto al régimen, sino que el maestro Rodó era visto como uno de sus enemigos. Así que, en 1961, tan sólo 10 años después de llegar a la última ciudad de España antes de América, justamente aquella en que Franco había empezado el alzamiento, el maestro Rodó se fue al exilio, a Bogotá. Allí entró a trabajar, él y su mujer, doña Lupe, en la Orquesta Nacional de Colombia. Y tan sólo llevaba dos años cuando le dio un infarto que acabó con su vida. Claro que entonces no había Internet, ni WhatsApp, por lo que no es extraño que tu padre, mi abuelo, tardara casi un mes en enterarse de la noticia, y, justo antes de la muerte de Kennedy, muriera de un infarto del disgusto que le había producido el enterarse de la muerte de su querido amigo el maestro Rodó. Su sustituto en la orquesta de Las Palmas, García Asensio, sólo estuvo un año más, y en 1964 fue sustituido por Marçal Gols. ¿Casualidad? Marçal también era catalán, y tampoco era afecto al régimen de Franco. De hecho, en 1940 se exilió con su familia a Caracas, y no fue hasta 1959, ya con más de 30 años (había nacido en 1928), que volvió a España, y tras unos años en su Barcelona natal llegó a Las Palmas.

 

Es curioso de lo que se entera uno leyendo, que de todo esto me he enterado yo indagando por mi cuenta recientemente. Resulta que la formación musical de mi padre (y de mis tíos) estuvo en mano de rojos, separatistas y catalanoparlantes. Si Marçal Gols ganó un concurso de los juegos florales de la lengua catalana en el exilio en México y todo ... Es curioso. Durante los primeros ochenta años de tu vida no solías contar mucho de tu niñez. Sí que recuerdo, siendo yo niño, haberte oído hablar del maestro Rodó, de Marçal Gols, de la orquesta chica, y de que tu padre había fallecido siendo joven, pero nunca contabas muchos detalles, en tu familia no se hablaba mucho del pasado. Por parte de mi madre mira que me sé historias, mi abuela Maruca me contaba todas las historias familiares con pelos y señales, pero por la parte de tu familia nunca supe tanto. Cuando empezaste con el Alzheimer, como por lo visto es habitual, tuviste al principio una fase en que no recordabas lo reciente pero sí lo viejo. Te sacaba de la residencia, y cuando te llevaba al Parque Doramas a tomar algo me decías que de chico ibas a nadar a las piscinas de Julio Navarro, que tenías un compañero que se llamaba “Perfecto Cañamero”, y entonces, no importaba que tú nadaras bien y él no, a él siempre le decía “Perfecto, Cañamero”. Luego, bueno, ya se sabe, primero se pierden recuerdos, luego se va perdiendo el habla. Pero al menos yo aún sí que tengo recuerdos, y te puedo contar una cosa: creo que sé por qué tu padre gritaba en su delirio, la noche antes de morirse, aquello de “¿quién mató a Franco? ¿Sabes? Tu padre nació en 1895, sólo tres años después que Franco. Le faltaba poco para casarse con tu madre, mi abuela, y era ya el maestro del Grupo Escolar San José cuando, el 17 de Julio de 1936, a bordo del correíllo Viera y Clavijo, no sé si justo ese día trabajaba mi abuelo Ángel, el padre de mi madre, llegó a Las Palmas proveniente de Santa Cruz de Tenerife. Pero bueno, eso ya te lo contaré mañana. Bueno, mañana no sé si venga, quiero ir a entrenar, quería bajar al Sur, y tengo que ir a ver a mamá, así que pasado, si no mañana.

 

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Las Palmas de Gran Canaria, 19 de julio de 2024

 

¿Sabes Mami? Dice Cris que la prueba que te hicieron el otro día en el Negrín es porque contigo están haciendo un estudio. No sé si lo sabes, pero por lo visto el Hospital Dr. Negrín es referente a nivel nacional y mundial en algunas áreas. Es curioso, que se le suele quitar lo de “Dr.” y se queda en “el Negrín”, y por lo visto fue un gran científico, de eso seguro que te acuerdas, porque el marido de una de tus amigas, Ofelia, creo, siempre fue un estudioso de su figura. Por lo visto Negrín no sólo fue el último presidente de Gobierno de la República, sino que además fue una eminencia en Medicina, y por eso el mayor hospital de su ciudad natal, justamente aquella en la que Franco dio el golpe de estado que acabó con la república cuyo último gobierno presidió, lleva su nombre. Pero no como político, sino como científico. Imagínate que mi padre, cuando aún tenía algo de cabeza, me contó que mi tío Paco, como no lo quería llamar “el Negrín” (cosas del tío Paco) lo llamaba “el Hospital” y mi padre se liaba con el Insular. Pues bueno, que te decía que según tu hija te están haciendo un estudio para ver cómo está tu cerebro. Porque en teoría los ansiolíticos y los antidepresivos no se deberían dar más que unos meses, y a ti te los han dado durante décadas. Claro, era una manera de tener a las amas de casa calladas, si hasta los Rolling Stones compusieron una canción sobre ello, “Little Mother's Helper”, la pequeña ayudita de las madres. Yo no lo tengo tan claro. La última vez que te llevé el neurólogo dijo que había que hacerte una prueba a ver hasta qué punto lo que tienes es neurológico, tiene que ver con la demencia vascular, que ésa está claro que la tienes, o más psiquiátrico, de depresión y tal. “Aplanamiento emocional”. A mí me van a contar. Sí, es verdad que ahora tienes muchos fallos de memoria. Pero sobre todo es la sensación de que todo te da igual. Llego y te sonríes. Te doy la mano, te doy besitos, y te sonríes. Pero no cuentas nada. No preguntas nada. Como si todo te diera igual. Hasta no hace tanto yo sabía cómo animarte: si yo te contaba de alguna muchacha tú decías, “a ver si te dejo colocado antes de irme” y le ponías interés al asunto. Así que bueno, voy a probar, te voy a contar que el otro día conocí a una chica, como habría dicho mi amigo Willy, “de las que les gustarían a nuestras madres”. Con mi amigo Daniel siempre hemos bromeado de que, si no llega a fallecer el año en que cumplió los cuarenta, igual Willy y yo habríamos terminado enfadados por alguna muchacha. Y es que, como sociólogo que soy, no puedo evitar pensar que es normal que nos gustara lo mismo: los dos estudiamos sociología; mi padre fue al instituto con el suyo. Tú ibas a la universidad para mayores como su madre. Y sí, seguramente, a su madre y a ti les gustaban para nosotros el mismo tipo de chicas.

 

Pues bien, empiezo. En el Paseo de Las Canteras, justo al lado de donde estaba la heladería La Atlántida, que ahora está Gelizia, hay una cafetería que tiene la mejor vista de la puesta de sol. La arena, el mar, la barra, y al fondo, Tenerife, el Teide y el sol poniéndose por detrás. Allí trabajaba un chico uruguayo al que le digo que deberían cambiar el nombre por el de “Sunset Bar”. A veces vengo de estar con mi padre, que lo hemos tenido que cambiar porque estaba todo orinado, o la tía Carmen me ha puesto la cabeza como un bombo, o te he ido a ver a ti, y se me parte el alma de verte así, o lo que sea, y me digo: mejor me voy a tomar una caña, la pequeña ayudita de los hijos, parafraseando a los Rolling, que esto es duro de llevar. Al fin y al cabo, el sumo de cebada tiene menos efectos secundarios que el Valium. Como tanto papá como tú están ya en residencia, muchas veces puedo liberarme a la hora del atardecer. Voy, me siento allí, me tomo una caña, veo anochecer y me voy a otra cosa. Según llego, sin yo decir nada, ya me preguntan: ¿una cañita? Pues el otro día llego yo, mi sitio estaba ocupado, y en el de al lado había una chica, de esas que le habrían gustado a la madre de Willy y a ti para nosotros, con un portátil. La miré con cara de “ni si te ocurra decir que el de al lado está ocupado, ése es mi sitio”. Total, que me siento, y al poco se levanta y me dice que si no me importa echar un ojo a sus cosas. Y cuando empieza el mayor espectáculo del mundo, ver ponerse el sol por detrás del Teide desde la Playa de Las Canteras, entre que hace una foto y no sé qué que empezamos a hablar. Resulta que la chica es arquitecto, y yo no sé por qué recordé que, al menos en eso, he logrado hacer de mayor lo que quería hacer de mayor cuando era joven. ¿Recuerdas que cuando yo dejé Arquitectura engañamos a mi padre diciéndole que me había presentado a los exámenes de Matemáticas y Física cuando en realidad no lo hice? A los pocos meses de estar en la carrera entendí que la Arquitectura no era lo mío. Escribí un artículo que colgué en el tablón de anuncios: “La arquitectura debería ser un humanismo, la arquitectura es una deshumanización”. Aquello provocó cierto revuelo, me granjeó cierta admiración y me hizo pensar que eso era lo que yo quería hacer con mi vida: escribir artículos cosas que la gente leyera. Y bueno, aunque ahora lo hago en un periódico digital, cuando quiero escribo lo que quiero y la gente me lee. El otro día, paseando por La Laguna, me encontré a un amigo de mi amigo Pablo, el nieto de Dolores de la Fe, que por lo visto me lee siempre. Bueno, total, que aquella chica y yo hablamos un rato, y no sé por qué, ni a cuento de qué, la muchacha me dijo que me apuntara su teléfono y le hiciera una llamada perdida. Arquitecto, me contó que había vivido 16 años fuera, en Madrid, en México. Culta, monísima. Ya, Mami, ya vamos para dentro, ya sé que a las ocho ponen la cena y todas las viejillas van un poquito antes. Está claro que lo que tienes es aplanamiento emocional, comprobado. Antes te habría contado esto y te brillarían los ojillos “a ver si dejo a este chiquillo colocado antes de yo irme”. No sé si es aplanamiento emocional o que ya lo has dado por imposible. Al menos, cuando vengo a verte, al menos al principio te brillan los ojillos. Bueno, me voy, ya volveré a verte, no sé si mañana, que también tengo que ir a ver a mi padre.

 

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Es curioso. Como van las cosas, qué será lo que las guía, una nada, leí hace tiempo en un texto de Tabucchi. Bastaría que hubiera cambiado cualquier pequeño detalle de la historia para qué ésta hubiera sido muy diferente. Y quizá nosotros no estaríamos aquí, y quizá el mundo que ahora conocemos no habría sido posible, no estaría aquí. Hace unos años, en la 2, vi una película, “Trece minutos para matar a Hitler”, que por lo visto está basada en hechos reales. Johann Georg Elser, un hombre común, había intentado, en noviembre de 1939, matar a Hitler en Múnich, poniendo una bomba de relojería (Elser había trabajado de relojero). La bomba falló por trece minutos. ¿Cómo habría sido el mundo si la bomba no hubiera fallado? ¿Cómo sería el mundo si tan sólo una de la infinita sucesión de encadenamientos causales que han llevado hasta aquí no se hubiera dado? Siempre escuché a mi abuela Maruca contar que mi abuelo Ángel, que era un marino nacido en Cuenca, pero criado en Barcelona, no se bajó del barco la primera vez que llegó al Puerto de la Luz. Aquello le pareció un poblacho desgarbado en medio de un arenal de aspecto africano que no merecía la pena ser conocido. Luego, en uno de los viajes que hizo desde Barcelona a Canarias, se produjo una curiosa coincidencia: a bordo venía una famosa cupletista, que se llamaba la Casajuana (o eso es lo que yo recuerdo de lo que me contaba mi abuela de lo que ella recordaba) y como mi abuelo se coló en la fiesta del pasaje el capitán lo condenó a venir a Canarias con más regularidad. Quizá yo no estaría aquí si en ese barco no hubiera viajado la Casajuana, y mi abuelo Ángel apenas hubiera vuelto a Canarias. Luego, en uno de los viajes de mi abuelo, venía en el barco una expedición del equipo de fútbol del Español de Barcelona, a jugar una liguilla de demostración contra los equipos de la época: el Victoria, el Marino, el Sporting de San José… que unos años después fundaron la Unión Deportiva Las Palmas. José Padrón Martín, “El sueco”, había nacido el mismo año que mi abuelo, 1907, en el Puerto de la Luz. Lo llamaban “el sueco”, porque trabajaba como estibador en la Compañía Escandinava. Jugando en el Real Club Victoria, acudió en 1925 a hacer una gira por la península, y fue fichado, junto con otros compañeros, por el Español. En febrero de 1929, superando en la final al Real Madrid, el RCD Español se proclamó Campeón de España, y en dicho equipo jugaron los canarios José Padrón (el sueco) y Rafael González. Así que, cuando en 1930 en un viaje de mi abuelo a Las Palmas, en el largo trayecto desde Barcelona había hecho amistad con algunos de los jugadores del Español, que, por motivos obvios, tenían conocidos en Las Palmas.  Éstos le habían dicho a mi abuelo: “vamos al parque, que conocemos a unas muchachas”. Luego mi abuelo conoció a mi abuela, y el resto ya es historia, no historia con mayúscula, pero sí la pequeña historia que ha hecho posible que yo esté aquí. 


Mi abuelo Manolo y mi abuelo Ángel nunca llegaron a conocerse: mi abuelo Manolo falleció 8 años antes de que mi padre se casara con mi madre, años antes de que mis padres se conocieron. Aunque seguramente mis abuelos se cruzaron físicamente en más de una ocasión, al fin y al cabo, vivieron más de 30 años en la misma ciudad, la ciudad que a mi abuelo Ángel le había parecido, la primera vez que la vio, un poblacho desgarbado en medio de un arenal de aspecto africano, murieron sin saber que sus historias se habían cruzado, mucho antes de que mis padres se casaran. Y que hubiera bastado un pequeño cambio en la infinita sucesión de encadenamientos causales que han hecho que el mundo hoy sea como es para que sus vidas, pero también la mía, y la de millones de otras personas, hubiera sido muy distinta. Todo empezó en una pequeña ciudad situada en medio del atlántico, en julio de 1936, el mismo año en que mi abuelo Manolo se casó con mi abuela Carmen. Mi abuelo Ángel ya se había instalado en Canarias hacía un par de años, se había casado con mi abuela Maruca y ya había nacido mi tío Ángel. Francisco Franco Bahamonde había llegado el 13 de marzo de 1936 al puerto de Santa Cruz de Tenerife para tomar posesión del cargo de Comandante Militar de Canarias. Aquello fue en buena manera, como casi siempre ha sido la llegada a Canarias, un destierro. Tan sólo doce años antes había sido desterrado a Fuerteventura Don Miguel de Unamuno, entonces vicerrector de la Universidad de Salamanca, sólo unos meses después de que el General Primo de Rivera hubiera dado un golpe de Estado e instaurado una dictadura, bajo el reinado de Alfonso XIII, que, en 1923, parecía ir tomando el camino iniciado en 1922 en Italia por Mussolini, bajo el reinado de Víctor Manuel III. Menos de un mes antes de que Franco llegara a Tenerife, el 16 de febrero de 1936, la coalición electoral de izquierdas Frente Popular había ganado las elecciones, y el nuevo gobierno intentó alejar del poder a los militares menos afectos al régimen: el 21 de febrero, sólo 5 días después de la victoria electoral, el nuevo gobierno había asignado a Franco el cargo de Comandante Militar de Canarias. Franco tenía entonces 43 años. Diez años antes, en 1926, y por su destacada actuación en la Guerra del Rif, se había convertido en el militar más joven en alcanzar el grado de general, a los 33 años. Sólo un año después, en 1927, en plena dictadura de Primo de Rivera, se había producido la División Provincial en Canarias. La administrativa, que la eclesiástica se había producido en 1819, cuando a instancias del lagunero cura Bencomo se había separado la diócesis nivariense de la canaria, cuya sede estaba en Las Palmas, pero seguían existiendo cargos, como el de Comandante Militar de Canarias, cuyo mando abarcaba todo el archipiélago. Franco había ganado notoriedad menos de dos años antes, en octubre 1934, al reprimir eficaz y duramente la Revolución Asturiana de 1934, usando para ello tanto a los legionarios como a las tropas regulares del ejército de África.


El 8 de marzo de 1936, poco antes de marchar a Canarias, Francisco Franco Bahamonde había asistido en Madrid a una reunión de generales en que se acordó organizar un alzamiento para derrocar al gobierno del Frente Popular y establecer una junta militar, ofreciendo su jefatura al general Sanjurjo, que estaba exiliado en Portugal, donde falleció el 20 de julio de ese año cuando el avión en que se disponía a regresar a España se estrelló al poco de despegar. Aunque lo de que finalmente Franco se convirtiera en jefe del lado sublevado no se concretó hasta después de ese verano, Franco tenía que desplazarse desde Tenerife hasta Gando (Gran Canaria), donde desde el 15 de julio de 1936 le esperaba el Dragon Rapide para llevarle a Marruecos y unirse a la sublevación. Franco, entonces, estaba con vida por poco: el 14 de julio de julio de 1936, en la sede de la Comandancia Militar de Canarias, en la Plaza Weyler de Santa Cruz de Tenerife, unos anarquistas catalanes habían intentado asesinarle, pero fueron descubiertos. El fallecimiento del general Balmes, que se había disparado accidentalmente al encasquillársele una pistola mientras hacía ejercicios de tiro en la Isleta fue el motivo, al menos el motivo oficial, por el que, en la madrugada del 17 de julio de 1936, en el correíllo Viera y Clavijo, Franco se desplazó a Las Palmas de Gran Canaria, para asistir a su funeral. Las Palmas era la provincia (aunque no tuviera entonces ni diez años de antigüedad) por la que entonces era diputado, un simple diputado más, Juan Negrín López. Mes y medio después, en septiembre de 1936, fue nombrado ministro de Hacienda del Gobierno de Largo Caballero, y en mayo de 1937 Presidente del Gobierno del República, el último gobierno que se opondría a Franco, que el 25 de Julio de 1939 derrotaría a una República cuyas cabezas visibles era Manuel Azaña, como presidente de la República, y Juan Negrín, como presidente del Gobierno.

 

El viernes 17 de julio de 1936 la hija y la mujer de Franco salen desde el Puerto de la Luz hacia Lisboa. A última hora de la tarde, mediante un telegrama que le envía desde Melilla el general Solans, Franco conoce la noticia de que la sublevación había triunfado en el protectorado español en Marruecos. Pasa la noche en el hotel Madrid, en la Alameda de Colón de la capital grancanaria, y a primera hora del sábado 18 se desplaza hasta la Comandancia Militar de Las Palmas, donde proclama el estado de Guerra en todo el Archipiélago. Recuerdo haber visto de niño, en el parque de San Telmo, el mismo en que unos años antes mi abuelo Ángel, por mediación de los jugadores canarios del Español de Barcelona, había conocido a mi abuela Maruca, en la puerta de la Comandancia Militar, un cartel que decía que en ese mismo lugar el 18 de julio de 1936 el caudillo Francisco Franco Bahamonde había iniciado el Glorioso Alzamiento. Por eso, desde el 18 de julio de 1947, primero mis abuelos y luego mi padre cobraron “la paga del 18 de julio”, la paga extraordinaria de verano, hasta la Transición, en que ésta se desplazó a finales de junio, supuestamente para celebrar la onomástica del rey Juan Carlos. Aquel 18 de julio de 1936 Franco tenía que desplazarse desde Las Palmas hasta Gando, donde le esperaba el Dragon Rapide para llevarle al protectorado español en Marruecos. Pero la única vía hacia Gando pasaba por el angosto túnel de la Laja, donde le esperaba una emboscada de leales a la república que querían matar a Franco. Por eso, en lugar de ir por carretera Franco fue desde la Alameda de Colón hasta el antiguo Muelle de Las Palmas, junto al Parque de San Telmo, donde se embarcó en el remolcador “España II”, que le llevó al aeródromo de Gando, donde le esperaba calentando motores el hidroavión Dragón Rapide. Despegó a las 14:33 de ese 18 de julio de 1936, y tras pasar por Agadir pernoctaron esa noche en Casablanca. Al día siguiente, y tras haber descartado el aterrizaje en Tánger, Franco aterrizó en Tetuán, desde donde posteriormente cruzaría el estrecho y pasaría a la península. El resto es ya historia.

 

Es curioso. Como van las cosas, qué será lo que las guía, una nada. Bastaría que hubiera cambiado cualquier pequeño detalle de la historia para qué ésta hubiera sido muy diferente. Tanto la HISTORIA, con mayúscula, como se suele decir, como nuestra pequeña historia, que parece mucho menos transcendente. Aquel 18 de julio de 1936 la ciudad de Las Palmas, que entonces era poco más que un poblacho de aspecto medio africano, entró en la historia. Y personas anónimas, que vivían entonces en la ciudad, y cuyo nombre no ha transcendido, jugaron un papel clave en la historia. ¿Quién filtró a la inteligencia franquista, en un tiempo que el término “franquista” era aún impensable, que querían matar a Franco en el túnel de la Laja? ¿Quién llevó al remolcador España II desde el puerto de la Luz hasta Gando? ¿Quién lo contrató? Aquel día, sin que ellos lo supieran, y sin que tuvieran constancia de lo que estaban haciendo, el camino de mis dos abuelos se cruzó para siempre. Y con ello no sólo cambiaron su historia, sino también la historia. Pero de las historias de las que tengo que ocuparme yo ahora es de las de mis padres, por lo que eso queda, de momento, para otro día.


 CONTINUARÁ

 

 

  

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