El aleph: relaciones, lugares y felicidad.

 

De la apertura a la competencia externa en los mercados (del ligue)





Cuando estoy los domingos en Las Palmas suelo ir a unas tertulias, “The art of meaningful conversations” en que tratan temas interesantes, y conoces a gente interesante. No fue el caso de la del domingo pasado. El tema era “Inspiration and motivation”, y a mí me atraía, porque a veces siento que me falta inspiración. Pero la charla no estuvo a la altura (luego volveré sobre ello). Hace poco leí un libro interesante, de Corey Keyes, Languishing: How to Feel Alive Again in a World That Wears Us Down sobre languidecer y florecer. En él se viene a plantear que tendemos a pensar que lo contrario de la enfermedad mental es la falta de enfermedad, y que no es así, que lo contrario de la enfermedad mental es la salud mental. Puedes no estar deprimido, ni sufrir otro tipo de enfermedades mentales, y, sin embargo, más que disfrutar de una buena salud mental, languideces (en este vídeo se explica bastante bien, se le pueden poner subtítulos en español). El objetivo sería pasar de languidecer a florecer, y el autor plantea que hay cinco vitaminas que ayudan al florecimiento. La primera es aprender, seguir creciendo mientras estamos vivos. La segunda es conectar, construir relaciones cálidas y de confianza. La tercera sería transcender, aceptando los inevitables giros del destino. La cuarta sería ayudar, encontrando aquello que te da sentido, aunque sea mundano. Y la quinta sería seguir siendo como niños y mantener la actitud de juego en la vida.



Llega un nuevo verano, y el inicio de una nueva estación nos recuerda el paso del tiempo. ¿Qué hacer para no languidecer, y disfrutar la vida en vez de dejarla pasar? En un año he pasado de tener una madre que vivía en su propia casa, de manera más o menos autónoma, a tener una madre dependiente en residencia, con demencia vascular. Al menos ahora está bien tratada y se alegra mucho cuando voy, tuvo un tiempo en que, la enfermedad tiene eso, apenas sentía nada, ni se alegraba de verme. Mi padre, tras pasar una infección de orina, tiene ya el Alzheimer bastante avanzado, ya no sé cuánto se entera cuando voy a verlo. Cuando me preguntan qué planes tengo para el verano tengo que decir lo mismo que el curso pasado: básicamente, estar en Las Palmas (que ni para el sur me da mucho tiempo de ir) y acompañar a mis padres mientras pueda. Si uso la terminología de Keyes sobre las “vitaminas” quizá esto tendría que ver con la segunda: conectar, construir relaciones cálidas y de confianza. Aunque a menudo lo siento más cercano del 4, “Help, Finding your purpose”. Al menos durante el tiempo que les quede (con cierta calidad) intentar acompañar a mis padres es uno de esos “purpose” (objetivos) que dan sentido a la vida. Aunque sea intentar ir siempre que pueda a estar un rato con ellos, un día mi madre, si puedo darle un paseo con el coche o llevarle al parque cercano, y otro día con mi padre (están en residencias distintas), ya mi padre no está para mucho más que si acaso ir al parque cercano, el Parque Doramas.

¿Qué nos ayuda a florecer? Está bien tener un trabajo con el que sientas que aportas algo al mundo, gente a la que cuidas, como puedan ser tus padres, cosas que te gustan hacer, como pueda ser el deporte, leer, o incluso escribir, que a veces tiene para mí algo de hobby. Claro que de vez en cuando, un cariñito ayudaría a tener una vida más agradable. El otro día me preguntaron sobre mi vida afectivo- sexual (por usar el término que usa el CIS). Y mi respuesta, al estilo de Edith Piaf fue “Rien de rien”, nada de nada. Tengo la percepción, acentuada por mis últimas experiencias, de que al mundo, o al menos al mundo que a mí me toca vivir, no le interesa lo que yo puedo ofrecer en ese terreno. ¿Qué es lo que yo puedo ofrecer? ¿A qué me refiero con eso de “el mundo que a mí me toca vivir”? ¿Qué es lo que busca “el mundo”? Empecemos por lo más concreto: lo que yo puedo ofrecer no resulta atractivo para mucha gente, porque mucha gente lo percibe como una relación a tiempo parcial. Yo tengo un trabajo, un buen trabajo, que, entre otras cosas, y mientras cumpla, me permite no tener que ir todos los días a un mismo lugar. Pero claro, mi trabajo está en una isla en concreta, y, al menos dos o tres días por semana durante el curso tengo que acudir allí. Y tengo a mis padres en otra isla. ¿Cuál es el problema? Mi trabajo me permite la suficiente flexibilidad como para poder ir a ver a mis padres todos los fines de semana, que los puedo alargar (a veces, incluso pasar 3 o 4 noches en cada sitio), y en vacaciones incluso cada día. Parece poco probable, aunque no imposible, que encuentre un buen trabajo en la isla en que nací. No sé si, cuando mis padres ya no estén, me canse de estar tanto tiempo yendo y viniendo, decida venir menos por aquí y me quede más en la isla en la que está mi trabajo. Pero de momento es así como me veo: yendo de una isla a otra. Eso es lo que yo puedo ofrecer. A alguien que viva donde están mis padres le puedo ofrecer estar mucho tiempo con ella, pero de vez en cuando tengo que ir a la otra isla a trabajar. Y a alguien que viva donde trabajo, no le puedo ofrecer que en cuanto termine de trabajar tendré todo el tiempo para ella, ya que justamente en vacaciones, festivos y fines de semana querré aprovechar para, al menos uno de los días, ver a mi familia.



Si eso es lo que yo tengo que ofrecer, ¿qué busca el mundo, o al menos el mundo que a mí me toca vivir? Creo que, en los últimos tiempos, en esto de los cambios en las pautas de emparejamiento, hay “mucho ruido y pocas nueces”. Cuando he estado en apps me he encontrado más de un perfil de chicas que en la primera frase decía “sólo gente de la isla, no turistas ni gente de paso”. Y es que puede que Canarias exista en otros mercados, como el de las aguas minerales o los conciertos, pero en los mercados de emparejamiento no existe Canarias, existe, en el mejor de los casos, 7 mercados claramente segmentados. Tengo una amiga, 11 años más joven, que tras años casada se divorció hace poco, y para ella, que viaja con frecuencia por trabajo, sí que parece existir mercado en otras islas. Claro que su mercado, “hombres a los que les tocan mujeres sobre los 40”, y el mío “mujeres a las que les tocan hombres sobre los 50” no son los mismos. Y subrayo lo de “a los que les tocan”. Porque, la gente, puestos a pedir, quiere ganarse el Euromillón: los hombres que están en el mercado de mi amiga, si pudieran, querría una chica de 28, con cuerpo de modelo, dos carreras, un trabajo estable por el que le pagan 4.000 euros al mes y sin hijos, aunque ellos tengan 42, se definan como gordisanos, tengan un ciclo y un trabajo por el que ganan 1.800 euros y un chiquillo de una relación anterior. Las mujeres que están en mi mercado, si pudieran, querrían un hombre de su edad o más joven (lo de que lo preferían mayores era cuando ellas eran más jóvenes), y el resto, más o menos, lo mismo que el caso anterior.



¿En qué puede ser distinto su mercado y el mío? Los hombres, al menos los de 35-45, parece que aún quieren seguir teniendo “experiencias”: si una chica más o menos les gusta no tienen problema en tener algo con ella, aunque no vean que la cosa vaya a tener futuro a medio y largo plazo. Incluso es posible que lo de que sea de otra isla les parezca, más que exótico, conveniente: así no me va estar dando el coñazo con que nos veamos todos los días. Las mujeres, al menos las de 40-50, ya pasaron la fase de tener experiencias. Si están solteras es porque éstas no han ido bien, así que no tienen ni pizca de ganas en meterse en algo a lo que no le ven futuro a medio y largo plazo. Y, quizá por inseguridades pasadas, o por lo que sea, y aquí me arriesgo a ser muy políticamente incorrecto, diría que hay muchas personas, muchas mujeres, que quieren saber que siempre que quieren su pareja va a estar ahí para ella. Y al pensar en escribir esto yo mismo me río de mí mismo. ¿Qué es lo que tengo yo que ofrecer? Pongamos que hablo de Miss Gran Canaria.  “O sea, que, si yo tengo muchas ganas de verte, por lo que sea, un lunes, ¿me estás diciendo que no puedes comer o cenar conmigo?” Y yo: pues no, lunes y martes me paso de 8 a 17 dando clases en La Laguna, sabes que eso no lo puedo dejar. Y lo que yo tengo que ofrecer a Miss Tenerife tampoco es la panacea. “O sea, que, me estás diciendo que no podemos sencillamente ir improvisando, que te diga si este fin de semana quiero quedar con mis amigas porque si no te vas a Gran Canaria a ver a tu gente. Pues sí”.

 



Al vivir la vida que vives dejar pasar la oportunidad de vivir las vidas que podrías vivir si no vivieras tu vida. Supongo que si mi objetivo fundamental fuera “algo así como ligar” me resultaría mucho más práctico que viviera en Tenerife. Al fin y al cabo, la gente tiende a vivir en un sitio, no en dos, y por aquello de la homofilia que estudian los sociólogos, y su opuesto, la xenofobia, a la gente le gusta la gente que es como la gente. ¿De qué depende que la gente ligue o no? El domingo pasado, en medio de la charla de meaningful conversations sentí una punzada de tristeza. Diré el pecado, pero no el pecador: una de las personas que allí estaba era un hombre bastante inflexible, antipático, que se lo tomaba todo a lo personal, de hecho, el moderador le tuvo que llamar la atención. Y en un determinado momento en que nos iluminaba acerca de cómo con fría y calculadora mentalidad había construido una vida envidiable, y nos decía que había que aprender de los fracasos, nos contó de cuando se había separado de la mujer con la que estuvo casado 16 años. No pude evitar pensar: ¿y este borde impresentable ha estado casado 16 años y yo no? Y no pude evitar pensar lo que pienso a veces: por eso tanta gente valora tanto lo de tener una pareja. Porque piensan que si tienen una pareja pueden ser un auténtico capullo, tratar a la gente mal, ser desagradable… y no importa, porque siempre habrá al menos una persona, tu pareja, de quien esperarás que te trate bien, aunque tú le hayas tratado mal. Como ya escribí una vez, los solterones tenemos más que asumido que si tú no eres quien pone una sonrisa la gente no te va a sonreír. Vale, lo matizo: los solterones que no somos Brad Pitt, imagino que si estuviera tan bueno como él igual podría ser un borde y, aun así, más de una sonrisa recibiría de alguna fascinada con mi belleza. 



En un mundo fantástico como el de los relatos de Jorge Luis Borges me gustaría estar en el Aleph, el lugar que contiene todos los lugares. Pero como no puedo, asumo que al elegir vivir la vida que elijo vivir estoy dejando de vivir otras vidas. Llega el verano, aunque en las tierras batidas por los alisios quizá no lo parezca. ¿Amor de verano? Es curioso cómo va la vida, qué será lo que la guía. ¿Sabes aquello que dice de mucha gente se va, y que luego siente que aquí es de allí y allí es de aquí? Yo voy a comprar el periódico en el Quiosco La Prensa (desde 1957), voy al irlandés, voy al Tintín, salgo a correr por el Romano, a Las Peras, voy por Macro Fit, voy a ver un concierto, me encuentro a alguien por la calle y a mí no me pasa eso. Yo aquí soy de aquí, y allí soy de allí. En La Laguna, claro, Fuerte Cruz es territorio comanche, y allí nunca aceptarán a alguien nacido aquí salvo que escupa sobre el escudo de la Unión Deportiva y maldiga a la Virgen del Pino. Menos en el ámbito de los mercados del emparejamiento, ahí sí. En ese ámbito sí que siento que las de aquí me descartan (o al menos me quitan un montón de puntos) por ser de allí, y las de allí me descartan (o me quitan un montón de puntos) por ser de aquí. Al elegir vivir la vida que vives eliges no vivir la vida que podrías vivir si no vivieras tu vida. Yo siento que, al elegir estar pendiente de mis padres, y estar por ellos entre dos islas, estoy eligiendo renunciar a encontrar “algo así como una pareja”, porque siento que lo que tengo que ofrecer en el mercado del emparejamiento no es lo que el mercado, o al menos el mercado que a mí me toca vivir, demanda. Pues lo siento por el mercado. El anuncio de Pantene animaba a las mujeres a quererse a sí mismas y hacerse valorar, con el lema de “porque yo lo valgo”. En este caso no es así, no es que yo lo valga, es que lo valen ellos. Mis padres serán mis padres no hasta que se mueran ellos, sino hasta que me muera yo, así que, a estas alturas de la película, y para tres telediarios que les quedan, no voy a desatender una relación que ya es, y que me va a acompañar hasta mi tumba, por otra que podría ser. Y bueno: el viernes que viene tengo una boda de los veteranos de mi club de maratón, entre él y ella suman más de 120 años, ya tienen hijos (por separado) y creo que incluso algún nieto. Así que, quien sabe, quizá en el futuro lo que yo pueda ofrecer encuentre demanda en el mercado, ya sea porque cambie lo que yo pueda ofrecer será distinto, ya sea porque lo que pide la demanda haya cambiado. 


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