THE SHOW MUST GO ON

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¡Ay Dios Mío! ¡Pobre Viejilla! ¿Cuándo habrá sido la primera vez que yo usé esa expresión?  Creo que tus nietos eran pequeños y tú ibas a la universidad para mayores. Ahí se reunían un rancho de viejas, te lo pasabas muy bien, y se quejaban de todo el mundo, de lo mal que trataban, que habían tratado, a las pobres viejillas. Que si los hijos, una vez criados, se desentendían de ellos. Los maridos, pues depende, algunos se habían muerto, otros divorciados, y eran malos, y otros, que aún estaban ahí, igualmente les traían por la calle de la amargura. Así que yo usé el sarcasmo, el humor siempre ha sido una buena herramienta para enfrentar las cosas duras de la vida. Siempre te quejabas de que tus hijos no te llamaban. Y si te llamaba y te decía ¿y por qué no me llamas tú? me respondías que era porque son los hijos los que tienen que llamar a los padres, y no al revés. Yo te decía que no creía que eso estuviera escrito en la Biblia, que uno de los Diez Mandamientos de Moisés no era “Llamarás a tu madre y padre sobre todas las cosas”, que en esa época no había teléfonos. Así que cuando te llamaba, antes de que me dijeras nada (estilo pasivo agresivo) ya yo decía ¡Ay Dios mío! ¡Pobre Viejilla! Una vez te puse en el móvil, antes de que fuera un smarphone, justamente ese tono de llamada, pero no te lo dejé ni dos minutos, te lo cambié por uno en que tus nietos iban gritando, primero Miguel, luego Isabel, y cada vez más fuerte: “Abuela, coge el teléfono”. Lo de ¡Ay Dios mío! ¡Pobre Viejilla! se convirtió en una tonada popular: bastaba que yo silbara, sin decir nada, y tus nietos sabían lo que estaba diciendo. Qué oído tienen, sólo silbando, sin que yo dijera nada, diferenciaban entre ¡Ay Dios mío! ¡Pobre Viejilla! y ¡Ay Dios mío! ¡Pobre Sobrnilla!

Ahora ya no dices eso. En la residencia te han activado el protocolo anti suicidio, por eso cuando dices que te están vigilando es verdad: nadie quiere que se le suicide una vieja en su residencia. A mis hermanas y a mí nos lo has dicho muchas veces: que tú no tienes ganas de nada, que lo único que quieres es morirte. Claro que en realidad eso hace mucho que nos lo has dicho. A las chicas de la residencia les has hablado de la eutanasia, que dices que es legal en España. Claro que ellas ya te lo han explicado, no se aplica a tu caso. Ya no dices ¡Ay Dios mío! ¡Pobre Viejilla! Ahora dices que te has portado mal con tus hijos, que nos estás haciendo la vida imposible. Que no te portas bien en la residencia, y que por eso nadie se lleva contigo. Que tú no quieres dar más problemas a nadie y que por eso lo mejor es morirte. Que yo recuerde, desde que yo tengo uso de razón, recuerdo al menos desde que tendría unos 15 años oírte decir eso. Tú, en la cama, sin parar de llorar, moviendo la cabeza como la niña del exorcista y diciendo, “es que yo no tengo ganas de nada, nada más que de morirme”. Claro que, el otro día hablaba con Isabel, por lo visto cosas de estas ya te pasaban desde mucho antes. No sé si desde que yo era tan niño que no tengo conciencia de ello o incluso desde antes, cuando yo no había nacido (quizá mis hermanas sí).

Lo que tú tienes se llama distimia. Bueno, o al menos una de las cosas que tienes, lo que yo soy capaz de diagnosticar. Bueno, no es que lo diga yo, es que lo pone tu historial médico… al menos desde hace unos cuantos años. La distimia es cuando tienes depresiones constantes y persistentes. Tienes una depresión, consigues superarla, luego vuelves a caer, luego te recuperas, luego vuelves a caer… ¿Qué es lo que causa la depresión? Claro que, primero, ¿qué es la depresión? Manolo Vieira lo explicaba muy bien, cuando contaba aquella historia, cuando se empezó a poner de moda hablar así, “Fefi tiene una depre porque le dejó el novio que no veas”… Y él, en su sabio tono isletero decía: ¡Carajo! Eso no es una depre, eso es una calentura porque la dejó el novio. La depre, como tú sabes bien, es eso de no tener ni fuerzas para levantarte de la cama. Claro que a veces a las personas les pasan cosas duras, y es normal que se les vayan las ganas de casi todo. En un libro leí que es como las inundaciones: ¿qué causa las inundaciones, que llueva mucho, o que las ciudades no estén preparadas para la lluvia? Pues una combinación de las dos cosas. A veces las ciudades están tan mal que caen cuatro gotas y se colapsan. Pero a veces cae tal diluvio que es imposible que, por bien preparada que esté una ciudad, no se colapse. Nadie vive una vida en que todo sea de color de rosa. Todos sufrimos reveses. Cuando los reveses, como la lluvia, son normales, podemos irlos sobrellevando. Cuando son muy muy fuertes es normal que nos deprimamos. Y luego, igual que hay zonas con tendencia a inundarse, hay personas que tienen tendencia a deprimirse. Temperamento melancólico lo llamaban antes. ¿Sabes que tú eres de ese tipo de personas?

La enfermedad mental no es tu culpa, pero es tu responsabilidad. Otra gran frase que leí en otro libro. No tendría sentido culpar a alguien porque su páncreas no segregue tanta insulina y por eso sea diabética. ¿Tiene sentido culpar a quien su cerebro no segrega la suficiente dopamina y por eso tiene una depresión crónica? No es su culpa. Pero es su responsabilidad. Claro que lo tuyo nunca ha sido hacerte responsable de tus cosas. ¿Sabes que fue por eso por lo que Isabel se fue de casa a los 18? Porque ella era la mayor, y era sólo una adolescente cuando le tocó hacerse cargo de todo. Ya ves, ella se fue y luego nos ha tocado a Cristina y a mí hacernos cargo. En realidad, llevamos mucho sintiendo que tenemos que tirar de ti, que hacernos responsables de ti. Yo lo siento especialmente desde que mi padre se fue, hace más de 20 años. Claro que no es todo culpa tuya, recuerdo a los abuelos pobre Maribelilla. Hace 30 o 40 años te dieron pastillas, y tú empezaste a tomarlas. En vez de hacerte responsable de segregar tu propia dopamina, hace décadas que esa tarea las externalizaste a las benzodiacepinas, siempre combinadas con ansiolíticos. Antidepresivos y ansiolíticos, el cóctel de moda para las mujeres de tu edad, ya sabes que ya en los 60 los Rolling Stones le dedicaron una canción al Valium, esa pastilla amarilla, la pequeña ayudita de las madres (Little mother’s helperk). Y claro, lo que pasa es que después de 40 años tienes ya tal potaje de pastillas que no hay forma de que tu cerebro se auto regule.

¿Sabes que es lo peor? Que, aunque has tenido muchas fases buenas, tu constante obsesión en quedarte con lo malo te impide acordarte de ello. Recuerda que yo soy el gran incordiador. Bendito sarcasmo: yo hago las cosas para incordiar a mi madre. De hecho, ya lo sabes, soy VIP: Viejilla’s Incordier Professional. ¿Recuerdas lo bien que lo pasaste en el verano de 2020 en San Agustín? Ibas a la playa, ese año en que no había turistas, y te sentabas en la orilla a explayar la vista. Y te llevaba de paseo. Y te he llevado a miles de sitio, y hemos ido de viaje. Has tenido a tus hijos aquí y allá, juntos, ocupándose de ti. Sí, ya sé que no es culpa tuya. Pero el sentimiento que generas es el de que nunca nada es bastante. Sí, ya sé que a menudo lo dices, que nosotros hemos sido unos hijos muy buenos. Pero, a pesar de haber sido hijos tan buenos, eso no ha sido bastante para que nuestra madre fuera feliz. Y pensar que hay viejillas a las que les basta con tener hijos buenos y que no les den demasiadas amarguras para ser felices… Esa no es la vida que me tocó a mí. Está estudiado que a los seres humanos lo que nos mueven son los relatos. Y que en los relatos los finales son importantes. Al final, después de tantas vicisitudes, el amor acaba triunfando, la familia se reúne, en su lecho de muerte alguien recibe una noticia que cambia el sentido de una vida. Por eso me duele tanto esto. Porque esto no es que no se parezca, ni de lejos, a un final feliz. Es que es una mierda de final.

Mamá, lo entiendo: te quieres morir. Lo entiendo porque te conozco, desde que nací. Cuando hace más de seis meses que saliste de urgencias y te fuiste en silla de ruedas a una residencia, y te lo hacías encima, y había que darte de comer, tenías una depresión “normal”, es que yo estaba deprimido también. Siempre has sido orgullosa, te viene de familia, recuerdo a mi abuelo, a mi abuela, que vivieron unos finales muy distintos. Y tienes razón, terminar cagada, meada, en silla de ruedas y que tengan que dar de comer no es un buen final para ninguna historia. ¿Recuerdas cómo empezó lo de la residencia, que primero era un Centro de Día? Tenías mucho miedo de estar sola. Ibas a un centro de 9 a 17, y decías que las tardes se te hacían tan largas. Ya sabes que yo trabajo en Tenerife, pero es que cuando he estado contigo, y los últimos años he pasado casi más noches en tu casa que en la mía, me hacías la vida imposible. Salía a correr, poco más de una hora, como si no me cronometrara yo, y cuando volvía no sé qué había pasado que el mundo estaba a punto de venirse abajo. Por eso empezaste a ir a un centro de día, y después a una residencia. Sí, supongo que tú hubieras preferido que yo hubiera dejado mi trabajo, y que me hubiera dedicado a cuidarte.

Pero acuérdate. Al final, en la primera residencia ya volviste a comer por ti misma, y moverte, dejaste la silla de ruedas y con el andador recuperaste la independencia. Y te cambiamos de residencia. Y, durante un tiempo, parece que volviste a tener una fase buena. Ya, imagino que estar en una residencia y que vengan tus hijos a verte no es el panorama más divertido del mundo. Pero ¿no puede estar bien? ¿En tus últimos tiempos recibir el cariño de tus hijos? No sé, está claro que a ti no te hace ilusión. Que tú no tienes ganas de nada, nada más que de morirte. Claro que eso no es nuevo. ¿Qué vamos a hacer ahora? La casa de Carvajal se ha puesto en venta, tiene un montón de años, y lo que se está ganando por alquiler no compensa con las derramas y demás. Ya sabes que tú no tienes pensión, que el dinero tuyo sale de tus alquileres. Y ahora tu residencia cuesta casi 3.000 euros al mes. Que sí, que tienes ahorros, pero es que a este ritmo en 4 años te pules 144.000 euros. Así que al final la casa de Las Canteras la tendremos que poner en alquiler vacacional, lo guardaré para ir yo cuando vaya, pero hay que empezar a generar ingresos, y con el alquiler de Vegueta, si se descuentan todos los gastos, no sacamos ni 500 euros al mes. Imagínate qué panorama, y más para mí, que me siento tan palmense: la mitad que nos quedaba de la casa en que me crie en venta, la casa en que he pasado los últimos tiempos, donde vivías tú, hay que ponerla en alquiler. Y bueno, no hace falta que te diga cómo está mi padre, el Alzheimer galopa, el pobre hombre ya apena junta dos frases. Tenía una profesora en la carrera que nos decía “es que me pegan las frases con mocos”. Ya mi padre ni eso. ¡Ay Dios mío! ¡Pobre Viejillo!

No te voy a contar mucho de mí, porque la verdad es que estás ya tan ausente que no te importa mucho. ¿Sabes que me lo dijo tu psicóloga? Le llamó la atención la última vez que me viste, que no me esperabas: no te inmutaste. Eso de que a las madres basta que les aparezcan los hijos, más si es el único varón, más si es el más pequeño, el ojito derecho, como tú decías, para que se les alegre la cara, no siempre funciona. Así que no te voy a decir mucho. En mi ya larga vida nunca he tenido la sensación de que, para ti, yo haya, o pueda haber tenido, problemas. Tu vida es cúmulo de desgracias: ¡Ay Dios mío! ¡Pobre Viejilla! Pero, a lo que se ve, todo en mi vida ha sido de color de rosa. De rosa. Bueno, como en una novela rosa hubo un tiempo en que tú hubieras querido dejarme “colocado”, que cuando tú te murieras yo estuviera con alguien que me quisiera. Pero creo que hace ya varios años que eso no te importa un pimiento: tienes tú unos problemas tan grandes que cómo voy a estarme yo preocupándome por tonterías como esas. Así que como te da igual tampoco te voy a contar mucho. ¿Sabes lo que me espera a mí? Con más de media vida vivida, construir un relato medianamente bueno de la segunda mitad. Porque ya sabemos que al final lo que importa son los finales. Aunque no siempre podemos lograr que sean como quisiéramos que fueran. Sí, ya lo sé, te entiendo, porque te conozco desde que nací: no tienes ganas de nada, nada más que de morirte. Y no pareces ser capaz de encontrar algo en la vida por lo que merezca la pena vivir. Aunque lo cierto es que sí lo hay: pon una sonrisa en la cara para acabar con un final, si no feliz, medianamente bueno. Y ya luego, si quieres, vete. Pero, por favor, danos una última sonrisa.


Inside my heart is breaking
My makeup may be flaking
But my smile, still, stays on

Whatever happens, I'll leave it all to chance
Another heartache, another failed romance, on and on
Does anybody know what we are living for?
I guess I'm learning
I must be warmer now
I'll soon be turning, round the corner now
Outside the dawn is breaking
But inside in the dark I'm aching to be free

The show must go on
The show must go on
Inside my heart is breaking
My makeup may be flaking
But my smile, still, stays on

 

  

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