El buen hijo. Hombre al borde del ataque de nervios.

 

El buen hijo. Hombre al borde del ataque de nervios.

 


Martes 27 de febrero

Me da rabia que te vayas así y no me dejes acompañarte a terminar tu vida siendo un buen hijo. Desde que yo vine a tu mundo he sido un buen hijo. Claro que no sé cómo era tu vida antes de que yo naciera. El abuelo llegó a la isla a finales del año 30 o principios del 31. Lo sé porque la abuela siempre decía que había llegado a la isla en el Vapor Infanta Beatriz. Y claro, en abril de 1931 se proclamó la Segunda República, si hubiera llegado después imagino que le habrían cambiado el nombre al barco. Tu abuelo, mi bisabuelo, era Guardia Civil, de Cuenca, tendría el abuelo unos ocho años cuando lo destinaron a Barcelona. Mi abuelo se convirtió en radiotelegrafista y se embarcó. ¿Por qué llegaría por primera vez a la isla? Imagino que serían ganas de ver mundo. Barcelona, finales de la década de 1920, principios de la de 1930. Trabajas para la Compañía Transmediterránea, la naviera española, es normal que quieras ver mundo. Así que te vas donde más lejos se puede ir, a las colonias españolas: Marruecos, Sidi Ifni, Canarias, Sáhara Occidental y Guinea Ecuatorial. Recuerdo que, de niño, cuando quería chincharnos, el abuelo decía que en Santa Cruz, la capital de la colonia, las cosas estaban más organizadas que en Las Palmas. También recuerdo la historia de que tú de niña tenías un camaleón que te había traído el abuelo de Guinea. Eran muy bonitas las historias que contaba la abuela de cómo conoció al abuelo. Decía la abuela que la primera vez que el abuelo llegó a la isla no se había bajado del barco. Imagínate, en aquel entonces, lo que se llamaba “Puerto de la Luz”, que se había empezado a construir tan sólo cuatro décadas antes, eran cuatro casas en torno al muelle y al Parque de Santa Catalina. Con esto de que tú por último hayas vivido por allí, y yo haya pasado tanto tiempo en el barrio, no veas la de veces que, tomando un café en alguna terraza, me habré preguntado si ese edificio estaría ya en pie cuando llegó mi abuelo a la isla. El edificio de la Farmacia Blanco, en la esquina del Parque con Luis Morote, ése seguro, igual que alguno de los más antiguos de Ripoche. ¿Sabes que Luis Morote fue un político de finales del XIX, que llegó a ser gobernador de Barcelona? Lo sé porque tiene una calle allí, en Gracia, cerca de donde vivía Isabel, donde estuve yo el primer año de la carrera. Aquello eran cuatro casas, unas montañas negras de un lado (La Isleta), y una carretera polvorienta que se extendía hacia Las Palmas. El abuelo pensó que aquel poblacho no tenía nada que ofrecerle, así que la primera vez no se bajó del barco, al menos según recuerdo yo de lo que contaba la abuela, que supongo a su vez contaba lo que le había contado el abuelo, si es que él lo recordaba bien.

La siguiente vez que vino a la isla el abuelo echó a caminar por lo que entonces era la carretera Las Palmas- Puerto, ahora son las calles Albareda y León y Castillo, hasta que llegó a la Plaza de la Feria y allí, cansado, se sentó en un banco a descansar. Un señor empezó a hablar con él (la gente de mi ciudad, qué le gusta una charla), resultó que tenía fincas de plátanos en Arucas, y como el abuelo le cayó bien le dijo: “Dígame dónde se aloja y le mando una mano de plátanos”. De ahí que mi abuelo le dijera que había venido en el Vapor Infanta Beatriz, ahí apareció el nombre para mí en la historia. Aquí hay una parte de la historia en que me pierdo, no sé si primero fue que se conocieron o primero fue lo de la Casajuana, pero lo voy a contar como si fuera así. Resulta que en un viaje de mi abuelo de Barcelona a Canarias venía en el barco el equipo de fútbol del RCD Español de Barcelona, a jugar una liguilla de demostración con los equipos canarios, fue bastante antes de que se fundara la Unión Deportiva. La travesía duraba por lo menos cuatro días, así que mi abuelo trabó amistad con los jugadores. ¿Sabes? En el paseo de las Canteras, en el Real Club Victoria (que tiene ese nombre en honor a la Reina de Inglaterra, anglófilos que hemos sido desde hace mucho los canarios), tienen recuerdos que cuentan la historia de uno, al que llamaban “el sueco”, que fue jugador del Victoria y que jugó esos partidos ¿Sería ése el culpable de que mi abuelo conociera a mi abuelo, y de que tantos años después esté yo aquí escribiendo estas líneas? Total, que los jugadores le dijeron a mi abuelo: “vamos al parque, que conocemos a unas muchachas”. La otra parte ya la sabes: mi abuela Maruca era la penúltima de 11 los hijos de Don Juan Rodríguez, un señor que, siendo de Telde de origen, había hecho fortuna (cuando la hizo) gracias al desarrollo del comercio asociado al crecimiento del Puerto de la Luz, y de Doña Rosalía, esa señora que siempre te he oído contar la historia de que cuando murió, a los 50, ya era una vieja. Imagino que criar dar a luz y criar a once hijos debe envejecer, de hecho, imagino que como era normal entonces tuvo más partos que niños que llegaron a sobrevivir. La abuela, para decir que su padre tenía en su tienda lo mejor, siempre decía “todo de Londres”. A mi abuela la habían criado en la creencia en que todo lo bueno viene de fuera. Así que no es de extrañar que quisiera un marino. Mi abuelo era un marino alto, rubio, con ojos azules, guapo (ya podrías haberme pasado sus genes, madre, y no, en eso salí clavadito a mi padre). Así que allí fueron, al Parque (San Telmo). Y la carabina que paseaba detrás del abuelo y la abuela, mientras paseaban por el parque, cantaba una tonada popular de la época: “A mi marino yo le quiero, a mi marino yo le adoro, a mi marino yo le doy, la llave de mi tesoro”. La abuela lo contaba siempre de una manera muy graciosa: en eso que el abuelo, todo serio, todo peninsular, con ese acento que no perdió ni tras 60 años viviendo en las islas, se da media vuelta y le dice: “Señorita, usted, o es muy simpática o me está tomando el pelo”. Bueno, tal como yo recuerdo que me contaba la abuela, ella entonces pensó que hasta ahí había quedado la cosa, no lo acababa de tener muy claro, el abuelo venía a Canarias sólo de vez en cuando. Pero la siguiente historia sí que fue buena. Resulta que en uno de los viajes de Barcelona a las islas venía en el barco una famosa cupletista, La Casajuana. Y en los largos días (y noches) que duraba la travesía se hacían fiestas. Mi abuelo se metió en una de ellas, y el capitán del barco le dijo: Turégano, salga de ahí, que la tripulación no debe de estar compadreando con el pasaje. Mi abuelo le contestó algo del tipo “Pues yo me quedo aquí porque tengo educación para esto y más”. Y claro, eso no le gustó al capitán, así que el castigo fue que, en vez de venir a Canarias de vez en cuando, le tocó venir siempre, o lo destinaron a las rutas por aquí. Qué cosas, de Unamuno a mi abuelo, y tantos otros, antes a las islas se venía por destierro, y ahora no cabemos ya de tantos turistas que quieren venir motu propio. Así que mi abuelo pasó más tiempo en Canarias, y, al final, creo que, en el año 33, se casaron. El año 36 empezó la Guerra Civil Española, y también, si no recuerdo mal, nació tu hermano Ángel, mi tío Angelito, que falleció de un infarto en la nochebuena de 1982 (o 1983, no recuerdo bien). Y en 1938 naciste tú, y unos años después la tía Dora.

Cómo habrá sido tu vida antes de que yo naciera. Aunque en Canarias no hubo lucha, viniste al mundo en un país que estaba viviendo una Guerra Civil. En abril del 39 terminó la nuestra y septiembre empezó la Guerra Mundial, hasta agosto del 45, cuanto tú ya tenías 7 años. Siempre decías que, en tu casa, como el abuelo era marino, y viajaba, nunca les faltó de nada. También recuerdo del cuento de aquella vez en que, al abuelo, por aquello de ser alto, rubio, y de ojos azules, alguien se había empeñado en decir que era un espía alemán. En aquella época se debe de haber pasado mucho miedo. Y termina la guerra y como Franco había apoyado al Eje, aislamiento internacional contra España. Viviste los años más duros del nacional- catolicismo. Ya tenías 17 años cuando, en 1955, con las bases americanas y el Concordato con la Santa Sede, España volvió a tener relaciones con otros países. Pero a ti ya el nacional- catolicismo te dejó marcada. Las monjas del colegio al que ibas dijeron que no eras muy buena para estudiar (o algo así, nunca me quedó muy claro), así que tras estudiar lo que se estudiaba entonces no hiciste el Bachillerato. La vida de una mujer en la España de aquella época era esperar que llegara un hombre y la sacara de casa de sus padres para llevársela a la suya, que dejara de ser hija y se convirtiera en esposa y madre. Mi hermana Chabelita siempre lo ha tenido muy claro, que ahí arrancó tu primera fuente de frustración, que si hubieras nacido en otra época no habrías vivido esa vida de madre abnegadas, sino que habrías sido una mujer mucho más moderna. Si es que luego, ya con sesenta años cumplidos, hay que ver cómo te apuntabas a todos los cursos que la Universidad hacía para los mayores, y mira que hubiera sido impensable en tu infancia que Las Palmas hubiera universidad. Y el hecho es que la espera se te debe haber hecho muy larga, pues en una época en que la gente se casaba y tenía hijos antes o poco después de los veinte tú no lo hiciste hasta cumplir los treinta. ¿Habrá sido esa otra de tus fuentes de frustración? Luego a tus 31 nació Chabelita, Cris a tus 33, y yo nací cuando tú ya habías cumplido los 35. Una madre bastante mayor para lo que era habitual por entonces.

¡Un niño! ¡Un niño! Eso es lo que gritaba mi abuela, tu madre, cuando yo nací. El último nieto, el primer varón después de una racha de 5 niñas seguidas. El hombrecito para mi padre. Es curioso que, aunque con la abuela Carmen, la madre de mi padre, nunca tuve esa sensación, con la abuela Cucú y el abuelo, tus padres, siempre tuve la sensación de que no sólo era el nieto más chico, el benjamín, como decía siempre mi abuela, sino también el favorito. ¿Sabes? Milton, poeta al que los ingleses tienen en alta estima, escribió Paradise Lost. Yo siempre recuerdo mi primera infancia como un paraíso perdido. Madre, que ya he pasado los cincuenta, ¿no se nota que a mí lo que siempre me ha hecho más feliz ha sido hacer feliz a mi gente? Mi infancia era un paraíso, porque yo tenía que hacer nada para hacer felices a la gente a la que quería. Me bastaba con existir, me bastaba con ser. Para mis hermanas era su muñeco. Para mi padre era su único hijo varón. Para mis abuelos era su nieto favorito, el benjamín, el más pequeño. Y para ti era tu niño, un niño tan bueno, que siempre se portaba tan bien, tan cariñoso, que cuando iba de tu mano camino del colegio te cogía la mano y te daba besitos. En mi paraíso bastaba con ser para hacer feliz. Luego la cosa se torció. La enfermedad, las medicinas, lo que quiera que sea. El hecho es que cuando crecí perdió aquel paraíso. Aquel niño al que le bastaba con ser para hacer su madre feliz no ha podido hacer nada, por más que se portara bien, por más que fuera un buen hijo, para hacer a su madre feliz. Y mira que lo he intentado. ¡Me duele tanto que te vayas así! ¿Qué puedo hacer para cambiar el rumbo de la historia? Y, si no puedo cambiar lo que ya ha pasado, ¿cómo cambiar al menos el final?

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