Historias que nos contamos

Historias que nos contamos

 

Desde la noche de los tiempos los seres humanos nos contamos historias unos a otros. Hay quien dice que contar un relato es relativamente fácil: se trata de contar historias que resuenan con las historias de otras personas. Pero en realidad no siempre es así. A veces nos encanta oír relatos de historias fantásticas, no porque nos recuerden a nuestra historia, sino porque nos llevan a otros mundos en los que nunca viviremos.

Hasta donde yo recuerde, mi historia empezó siendo un niño muy bueno. A menudo pienso que yo, en casi medio siglo de vida, he hecho poco más con mi vida que intentar ser un niño bueno. Mis padres siempre lo decían: “es un niño tan bueno”. No daba problemas, sacaba buenas notas, era bueno en el colegio, no me peleaba, hacía lo que mis padres me decían… Era el niño lindo de mis padres, el único varón que tenían, el muñequito de mis dos hermanas mayores, el benjamín de los 12 nietos de mi abuela materna, el ojito derecho de mi abuelo (el materno, que al paterno no lo conocí). Cuando mi madre se enfadaba con nosotros nos llamaba por los dos nombres y los dos apellidos, y, si tardábamos en venir a la mesa mi madre nos decía: “Un niño se murió en el baño/en la ducha”. A lo que respondíamos: ¿qué le pasó? Como mi madre nos decía que se había resbalado y se había ido por el agujero, un día nos sorprendió sentándonos con mucho cuidado: ¿Qué haces?, preguntó. Me siento con cuidado, no me vaya a escurrir como el niño aquel… Un día mi madre me sorprendió intentando llevar los brazos flexionados hacia la cara, haciendo un gesto un tanto extraño. ¿Qué haces?, preguntó. Mami, me estaba intentando rascar los ojos, ¿tú no me dijiste un día que los ojos se rascan con los codos?

Cuando me desperté esta mañana en Sinfonía de la Mañana contaban el relato de cuando en 1943, en plena II Guerra Mundial, Stalin escuchó en la Radio de Moscú el concierto para piano nº 23 de Mozart, y pidió tener una copia. Como el concierto no se había grabado, a las tantas de la madrugada fueron a buscar a la pianista, al director de orquesta, metieron como público a gente que vivía cerca y a la mañana siguiente Stalin tenía en su mesa la grabación que originariamente no se había hecho. Tal era el terror que infundía Stalin. Ya conocía la historia, de hecho, forma parte incluso de una película, pues, casualidades del destino, ese mismo concierto es el que sonaba cuando, diez años después, a Stalin le dio el derrame cerebral que le ocasionó la muerte. No sé por qué, quizá porque este fin de semana no voy a verlos, esta mañana tuve nostalgia de mis padres. A mi padre, que nació en 1940, y vivió una vida marcada por el miedo, le encantaba la música clásica. Aunque luego mi infancia feliz se torció, y mi padre no siempre fue una persona fácil, a veces, en los últimos años, yo le llamaba, era una forma de tener conversación, y le decía: “Papi, pon Radio Clásica, que están poniendo tal o cual cosa”. Esta mañana hablaron en la radio de un libro sobre 100 años de música rusa. Aunque mi padre más bien fue siempre poco amigo de los rusos (era hijo de un maestro de escuela franquista) le encantaban los compositores rusos. Desde los más clásicos, como Tchaikovski, Mussorski o Rimski- Korsakov, a los más contemporáneos, que aún vivían en época de mi padre y su padre: Stravinsky, Prokofiev, Shostakovich.

En diciembre hará dos años que mi padre está en una residencia con Alzheimer. Ahora mismo, aunque no sé si peco un poco de egocéntrico por ello (mi padre es muy egocéntrico), creo que una de las cosas que más disfruta mi padre es cuando le voy a buscar con el coche, y le voy a dar una vuelta por las carreteras de Gran Canaria. Le pongo siempre música clásica, a menudo una emisora inglesa, ClassicFM. Y mi padre disfruta, como él mismo diría, “como un enano”. ¿Por qué se supone que los enanos disfrutan tanto? A veces se ríe y le entreoigo su argumento: “Claro, este hijo mío es lo más grande… porque es mi hijo”.  Y sí, podría hablar de todas las cosas no tan buenas que hizo mi padre, pero para qué. Con mi madre hablé el otro día, aunque cada vez más tengo la sensación de que no vale mucho la pena que la llame. Mis padres se divorciaron hace más de 20 años. Resulta que mi padre tenía una querida, que menudo follón. Claro que mi madre, que se ha pasado casi toda la vida deprimida, no ha sido nada fácil de llevar. Que sí, que podría hablar de todas las cosas no muy buenas que hicieron mis padres, pero para qué. Total, que mi madre, que está en un centro de día de 9 a 5, y luego la recoge una chica hasta las 8, se quejaba el otro día de que estaba pasando mucha hambre. Porque dice que en el centro la comida es muy mala, y que, además, no come tranquila, porque, imagínate, qué apuro, si se le sale la dentadura postiza, que yo me cuide los dientes. Mi madre sigue teniendo celos, y a menudo aprovecho cuando ella está en el centro de día para ir a pasear a mi padre. Imagínate que lo hago un fin de semana: te vas todo el día con tu padre y a mí me dejas aquí sola y abandonada. Yo soy de Gran Canaria, pero vivo en Tenerife, y este viernes es el primero en muchos en que me he levantado y no estoy pensando en ir para allá y verlos este fin de semana. Tengo saudade de mis padres. Aunque sean un coñazo. Yo con 19 años me fui a estudiar lejos, a la Península. Entonces era el hijo de una familia poco menos que modelo, y, por supuesto, mis padres estaban casados, yo bajaba a una cabina los sábados y llamaba a casa, hablaba con mis padres. El fin de semana siempre ha sido el momento de volver a la familia, especialmente a la familia de origen. Yo ya apenas puedo hablar con mis padres los fines de semana, mi madre sólo se queja y mi padre, si consigues hablar con él, a veces no coordina mucho. Y llegará un momento en que ya no estarán. Y yo, que he dedicado toda mi vida a intentar ser un buen hijo, y que llevo ya casi medio siglo en ello, ¿qué haré entonces? ¿qué haré los fines de semana cuando ya no vaya a ver a mis padres? Porque no soy padre, y a mí no vendrán a verme. Y sí, vivo solo. Siempre he vivido solo. Bueno, menos un par de años, de aquella manera. Y bueno, menos cuando era estudiante y compartía piso, claro. ¿Cohousing? Hay gente que lo ve como el futuro…

Ayer por la mañana me contaba una compañera, a quien conozco hace mucho, que ella al final conoció a su padre, porque durante muchos años vivió sin conocerlo. Por la tarde me decía una amiga que para ella su padre y su madre nunca habían estado. También conozco quien apenas tiene relación con su padre. Contar un relato es contar una historia que resuene con las historias de otras personas. A ellas esta historia no les resonará, porque no han vivido historias como estas, no echan de menos a su padre porque no se echa de menos lo que nunca has tenido. ¿O sí? Yo cuando llega el fin de semana a menudo tengo la sensación de que es como si echara de menos lo de tener pareja e hijos, y hacer una vida normal, hacer lo que hace la gente normal los fines de semana, y eso que yo nunca he tenido esa vida normal. Hay un programa en Radio3 que se llama “Deberían de prohibir los domingos por la tarde”. Y yo añadiría: especialmente para quienes no hacen la vida normal que hace la gente normal los domingos por la tarde. Aunque bueno, será verdad que no echas de menos lo que nunca has tenido. O quizá es que como sabes que nunca lo vas a tener te adaptas. Los domingos por la tarde se puede ir al cine. Yo a veces voy. También voy a veces voy a La Guiri, ya a la caída de la noche, y a veces te encuentras a gente que está como tú. Pero hoy no es domingo, hoy es viernes, y se va acercando el mediodía de un viernes en que tengo que dar clase por la tarde. Sensaciones. Relatos. Historias.

Saudade. Palabra de difícil traducción. Sensación de nostalgia difusa, no necesariamente amarga, por cosas y personas que se fueron y ya no volverán, o que quizá deberían haber venido y nunca vinieron. Creo que lo que más he ansiado en mi casi medio siglo de vida es ser un buen hijo. Los buenos hijos se portaban bien y hacían lo que les decían los padres, no les daban disgustos. Y si hacías lo que te decían los padres y te portabas bien, la vida te recompensaba y te daba un montón de cosas buenas, ya se sabe: una buena casa, un buen trabajo, una buena familia, y vuelta a empezar, tú también te convertías en padre y entonces eran los hijos los que hacían lo mismo. La teoría no funciona mal del todo, podríamos decir, si hablara como me tocará hablar esta tarde en clase, que dicha teoría explica una parte importante de la variabilidad de los datos. Me porté bien, fui un buen hijo y tuve un buen trabajo, y una buena casa. Y también viajé, corrí y disfruté. Pero deberían de seguir prohibiendo los domingos por la tarde, y, desde que me fui de casa a estudiar hace casi treinta años, no sé que haré cuando ya no pueda volver a casa los fines de semana, ni hablar con mi padre. ¿Es que no tengo casa? No, si casa tengo… Creo que le quedará de herencia a mis sobrinos. Tengo dos sobrinos, el mayor ya los cumplió y a la niña le queda año y medio para los 18. ¡Qué mayores están ya!

Me imagino que para muchas personas esta historia funcionará como un relato de Ciencia Ficción. Te cuentan cosas que no has vivido y te abren ventanas hacia mundos que nunca habitarás. Mi madre, si se siente “sola, fané y descangallada”, como decía el tango, si un fin de semana no le van a ver sus hijos, ya tiene algo que hacer el fin de semana si sus hijos no le van a ver: sentirse “sola, fané y descangallada” porque sus hijos no la van a ver. ¿Y qué hacemos los que no tenemos hijos? No podemos dedicar el fin de semana primero a estar ocupadísimos con las múltiples actividades de nuestros hijos, y luego a sentirnos abandonados porque nuestros hijos no nos vienen a ver el fin de semana. Mi hermana mayor está casada, pero no tiene hijos. Creo que ella los domingos por la tarde sale al cine, o se va a pasear con mi cuñado. Cuando yo era niño me lo contaron así: los domingos por la tarde, durante una época, te aburres solo, pero ya luego te emparejarás y tendrás con quien aburrirte juntos, y si tienes hijos, primero lo de aburrirte imposible, hasta que ya los hijos se hagan mayores, te dejen los fines de semana tranquilo y luego, dentro de muchos años, quizá hasta te medio aburras los fines de semana. ¿Será que se me está haciendo muy largo un fin de semana que aún no ha empezado? Una de las cosas buenas de viajar todos los fines de semana para ver a tus padres es ésa: que con eso del viaje y ver a tus padres te entretienes, no te aburres.

Ya, yo estoy así porque quiero. Porque si en realidad quisiera no estaría así, todo el mundo me lo dice, todo el mundo, que sabe todo de todo el mundo, lo sabe. ¿Acaso no has visto la cola? Mira, eso que ves ahí no es la cola antes de que abran en las rebajas para entrar en El Corte Inglés. No. Es la cola, como diría mi madre, si hablara, que cada vez habla menos, de muchachas en edad de merecer esperando a salir conmigo. Aunque bueno, creo que ya mi madre no diría eso. Porque claro, imagínate, si alguna de esas quisiera que la sacara de paseo el domingo por la tarde, no sé, igual no sacaría a mi madre, vete a saber. ¿Ves lo otro? No, no es la cola para ir al cine. Esta es otra cola, ya me lo advirtió mi madre, ya no son “muchachas en edad de merecer”, porque, vamos a ver, a dónde te crees que vas, que tú ya tienes casi medio siglo. Esta es la cola de las que te tocan a ti, no te quejes ya a estas edades es normal que tengan hijos, así que igual te vas a tener que ir al fútbol los domingos por la tarde, que las que a ti te tocan el domingo quizá no tengan tiempo para ti. Aunque ya sabes, siempre queda Radio3, que hay un programa que se llama así: Deberían prohibir los domingos por la tarde.

Pero vuelve, que aún no es domingo. Aún es viernes. Todavía tienes que trabajar. Esa parte sí que te tocó: el buen trabajo, la casa, aunque hay que mantenerlo, claro. Es primavera, renace la vida y el futuro puede ser distinto. O no. Que sí, que será distinto, despierta. ¿Acaso crees que tus padres van a estar ahí siempre? Les quedarán, no sé, 3, 5, 10 años. Y ya para después quizá vaya siendo hora de que te ocupes de hacer algo más que intentar ser un buen hijo. Y no te quejes, algunas cosas harás el fin semana, si hasta me han dicho que mañana vas a un almuerzo. ¿Ves como hay cosas que no cambian? Siempre ha sido igual. ¿Quién viene? Paco y Eva, Fayna y Javi, Luisa y José… y sí, cuando ni Willy ni tú se comían un rosco eran una “pareja de hecho”, “Manolo y Willy”, pero ya hace más de diez años que Willy falleció, así que ya no te sirve como “pareja”. Ya, es lo de siempre, no sé por qué te quejas, siempre lo mismo, si se está mejor sin pareja, es que te obsesionas, qué tendrá que ver, de cuándo a donde en nuestra sociedad no está bien visto estar sin pareja. Y sabes, la mayoría de gente está en pareja, y desearía no estarlo, así que no digas que no está bien visto estar sin pareja, es lo que la mayoría de la gente desearía. Y, además, ya lo sabes, estás sin pareja porque quieres, o porque eres demasiado exigente y a todo le pones pegas, porque opciones tienes. Y mira la parte positiva, el domingo puedes ir a correr, o hacer lo que te dé la gana, sin tener que dar explicaciones a nadie. Ya quisiera yo estar como tú y poder hacer lo que me diera la gana, y no tener tantas ataduras… Decía Pessoa en Tabaquería: “como chocolatinas, pequeña, que hay más verdad en esas chocolatinas” …  Claro que también decía: No soy nada. No puedo querer ser nada. Aparte de eso, tengo en mí todos los sueños del mundo.

Creo que mi mayor sueño cuando era pequeño era ser un buen hijo para mis padres. Y me temo que ese sueño ya no lo puedo alcanzar. Con mi madre tengo claro que, haga lo que haga, siempre le va a parecer poco: “¡Ay, Dios mío, Pobre Viejilla!  Con mi padre… no sé, ya está “de aquella manera”. Me imagino que será cuestión de buscar algún otro sueño. El fin de semana pasará, y la primavera acabará dando paso al verano. ¿Un verano sin padres? Pues sí. Y no. Es decir, un verano en que de alguna forma tendrás que mirar la manera de ocuparte de tus padres, pero con los que ya no podrás contar para mucho con ellos. Con suerte, cuento con que algún día lleve a mi padre a pasear, y le ponga música, y le guste. No contamos historias solo para entretenernos. También contamos historias para sacárnoslas de encima. Para soñar con cómo sería nuestra vida si no hubiera sido nuestra vida. Y para seguir con nuestra vida. Si lo miras así, sale más barato que ir a terapia…

 

 

Comentarios

Entradas populares de este blog

Mi manchi (1949)

Sonrisas y abrazos. Teoría de la soltería.

De rotos y descosidos. Práctica (y teoría) de la soltería