Escritos desde la pandemia: los años en que dejamos de abrazarnos

 

Escritos desde la pandemia: los años en que dejamos de abrazarnos

La Laguna, 3 de julio de 2021.

 

Querido Billy,

Anoche me acordé de ti. Fui al cine, porque, como conmemoración por los 20 años desde su estreno, hicieron un pase especial de “Amelie”, creo que la primera vez que la vi fue contigo, en el Monopol, hará eso, algo menos de 20 años. Tantos años después hay cosas que siguen iguales, pero hay también cosas que han cambiado por completo. No sé si recordarás que el final de la película es cuando Amelie, por fin, se encuentra con Nino Quincampoix. Como es evidente en los fragmentos en blanco y negro que salen en la película, el argumento no es tan novedoso, sino que más bien constituye un homenaje a las comedias románticas de la década de 1930. Amelie, una chica introvertida que vive rodeada de personajes como el hombre de cristal, que sufre una extraña enfermedad que le hace especialmente frágil, conoce a Nino mientras éste recoge fotos rotas de un fotomatón en una estación de tren parisina. En fin, la historia la conoces, así que para qué repetirla. El hecho es que, cuando por fin se encuentran, y Amelie le abre a Nino la puerta de su casa lo primero que hace es besarlo tiernamente en un ojo, luego en otro. Le pide por señas a él que le bese, y así, nos cuenta la película, se pasan un buen rato deleitándose en cada beso, y aunque luego la imagen de ellos desnudos abrazados nos transmite la idea de que han hecho el amor, lo que nos cuenta la historia es que se han deleitado a cada instante, disfrutando de cada beso como un fin en sí mismo y no como el preludio de algo que necesariamente fuera a venir después.

Volver a ver Amelie me ha hecho recordar que hemos vivido casi dos años sin abrazarnos. Aunque hace ya un par de meses que no te escribía, te conté en mi última carta cómo han ido las cosas por aquí abajo, una auténtica locura, parece ciencia ficción. Pues bien, aunque la dichosa pandemia de la COVID ésta parece que aún no está terminada, a mí esta semana me han puesto la segunda dosis de la vacuna. ¿Qué quiere decir eso? Pues que, en algo así como 10- 15 días (hacia mitad de julio, vamos) tendré inmunidad. Y ¿qué quiere decir eso? Pues que, aunque puedo contraer el dichoso virus, y por lo tanto transmitirlo, y que las personas a las que yo se lo transmita pueden a su vez transmitírselo a otras personas, por eso dicen que no podremos hablar de superar la pandemia hasta que un número importante de personas tengan la inmunidad, al menos puedo abrazar sin miedo a morir.

Que el relacionarnos íntimamente con otras personas puede llegar a ser peligroso no es nada nuevo. ¿Recuerdas la época del SIDA? No sé cómo lo viviste tú, porque en aquella época aún no éramos amigos, pero hacia mitad de los años ochenta, cuando aún no sabíamos de qué iba la cosa, se desató también una histeria colectiva. En función de lo aprensivo que fueras, y de las historias que contaran en tu entorno, podías acabar pensando que bastaba con que te besaras o te “metieras mano” (como decía entonces) con una chica para que pudieras contraer el SIDA. Ya después las cosas estuvieron más claras, y se dijo que sólo se podía contraer el SIDA mediante transfusiones sanguíneas, mediante el uso compartido de jeringuillas o teniendo relaciones sexuales sin protección. Por eso el SIDA fue durante mucho tiempo visto como una enfermedad de drogadictos, prostitutas y homosexuales, o de gente muy promiscua, y las mentes bien pensantes querían pensar que si tenías una vida sexual “razonable” (vale, te habías acostado con más de uno/a, pero no te acostabas con cualquiera, o en cualquier caso tomabas precauciones) estabas fuera del peligro del SIDA. Es curioso cómo va el mundo, las cosas que cambian y las que permanecen: o sea, que tener relaciones sexuales puede ser peligroso puede implicar riesgos. Sonamos, que habría dicho Mafalda, pues como siempre, especialmente para las mujeres, que siempre corrían el riesgo de quedarse embarazadas.

A nosotros en nuestra adolescencia nos tocó vivir la pandemia del SIDA, que hacía que la gente tuviera miedo al sexo. Ya ves, adolescencia, un país que recién salía de un régimen nacional- católico que, por no hacer públicos los adulterios, en el doblaje oficial de “La Reina de África” habían convertido a Humphrey Bogart y Elisabeth Taylor en hermanos para no presentarlos como amantes. Lo del miedo a la sexualidad es poco menos que lo que tocaba. Pero lo de esta pandemia ha sido mucho peor, porque no es que se haya desarrollado miedo a la sexualidad, es que la gente ahora tiene miedo de tocarse, de abrazarse. Últimamente me ha dado por leer bastante de Biología, Psicología y Antropología Evolutivas. En cuanto que animales, los seres humanos somos parte de una familia de especies que se pasan el día tocándose, y el objetivo de ello es crear cohesión social. Los monos se pasan horas al sol quitándose piojos y acicalándose unos a otros. En cuanto que animales, las personas necesitamos tocar a otras personas. Uno de los recuerdos que tengo más recurrentes de mi infancia es ir en el coche con la familia. Atrás mis hermanas, una a cada lado y yo en el centro (que para algo era el pequeño), mi madre de copiloto y mi padre conduciendo. De vez en cuando mi padre empezaba a dar cachetaditas cariñosas con su mano derecha en el brazo o la pierna izquierda de mi madre, que se quejaba, como se decía en el lenguaje familiar, de que mi padre fuera un “sobajiento”.

¿Sabes? Ya te lo he dicho más de una vez que es una pena que te murieras tan joven, porque lo bueno de hacerte mayor es que te permites descartar muchas de las cosas que desde chico has escuchado que son ciertas porque sabes que son solemnes tonterías. Una de ellas es que las mujeres son más cariñosas que los hombres, que somos fríos, emocionalmente distantes y no sabemos empatizar ni conectar con otras personas. Ya, y estadísticamente también es “cierto” que los hombres son más altos y más pesados que las mujeres. Ya, y personalmente, eso ha sido siempre para mí completamente “falso”, pues con 1,72 puede que no haya tantísimas mujeres más altas que yo; pero como nunca he llegado a pasar de los 60 kilos (en realidad, casi nunca he llegado a pasar de los 58), será verdad estadísticamente que los hombres son más pesados y fuertes que las mujeres, pero también es verdad individualmente que la mayoría de mujeres son más pesadas que yo. En fin, que me voy: todo este rollo venía a cuento de que, ahora que con la edad puedo ver las cosas con más perspectiva, puedo decir que, pese a los estereotipos de género, mi padre siempre ha sido una persona mucho más cariñosa que mi madre. Que sí, que luego mi padre haría todo lo que hizo, y posiblemente ahora no está muy bien de la chaveta. Que sí, que mi madre, tras más de 30 años tomando benzodiacepinas, es difícil saber hasta qué punto su cierta falta de efusividad es producto de su personalidad o de su medicación. Recuerdo cuando yo era adolescente y mi madre menopáusica: “doña sofoquis”, como decía mi padre, porque muchas de las veces que mi padre quería abrazarla mi padre, de palabra o con el gesto, transmitía la idea de “sale p’allá, con el calor que hace, mejor ni te me acerques”.

Así que, resumiendo, que, como siempre, me tiendo a ir por los cerros de Úbeda, los riscos de Tamabada y las montañas de Anaga, todo junto: pese a la variabilidad de la propensión individual a abrazar, como grupo los seres humanos pertenecemos a una especie particular de animales uno de cuyos rasgos más característicos es que necesitan abrazarse. Por eso esta pandemia ha sido tan contra natura. Como no vamos a estar los 7.000 millones de homo sapiens que vivimos en el planeta un poco locos ahora mismo, si durante casi dos años nos han dicho “cuidado con abrazarse, que es peligroso”, cuando lo cierto es que está en nuestra naturaleza abrazarse. ¿Podemos dejar de hacer algo que está en nuestra naturaleza? A ver, en todo este tiempo hemos seguido comiendo, yendo al baño y, sí, también manteniendo relaciones sexuales, al fin y al cabo, han seguido naciendo niños, y la inmensa mayoría de ellos por medios naturales. Por eso creo que lo que más me impactó de volver a ver Amelie, 20 años después, tras dos años de pandemia, es la escena de los besos y abrazos. Y es que en nuestros tiempos parece que los abrazos y besos son más obscenos que el sexo. Quizá llegará un tiempo en que nuevas censuras permitirán escenas de sexo explícito en las películas, pero lleguen a prohibir o desaconsejar algunas por “contener escenas de cariño explícito, en las que se pueden ver a dos personas besándose y abrazándose, y los besos y los abrazos son un fin en sí mismo, no un medio para llegar a otra cosa (el sexo), como se puede ver en la película”. No sé si es curioso, pero eso lo que me resultó más transgresor de Amelie, 20 años después: que hay poco sexo, pero mucho cariño.

Como nos pasa a veces cuando algo nos toca, volver a ver la película me hizo sentir una punzada de incomodidad. Ya te conté la última vez que te escribí, justo cuando comenzaba la primavera (ahora comienza el verano) que he aprendido mucho. ¿Te acuerdas de cuando tú, Manuel y yo éramos los pringados del grupo que no nos comíamos un rosco mientras todo el mundo ligaba? ¿De cuándo ya teníamos treinta y tantos, y la gente, a la hora de organizar eventos sociales, decía, “vienen Pedro y Susi, Juan y Marta, Pepe y Nayra, y Billy y Daniel”, porque ya daban como un hecho que éramos “incasables” y que suerte teníamos de poder acompañarnos el uno al otro? (y, por cierto, cacho cabrón, después vas tú y te me mueres, cuando vaya allá arriba esta me la pagas). Pues mira, eso ya es un tiempo pasado. Como le decía el otro día a Manuel, ya he aprendido cómo va la cosa y oye, si hay que ligar se liga. No quiere eso decir, ni mucho menos, que pueda ligar cuando quiera y con quien quiera. Pero oye, esto es como vender un coche de segunda mano: al final, si hay que venderlo, se vende, y con los años acabas desarrollando un mínimo de capacidades comerciales para poder vender algo de vez en cuando, vamos, al menos como para que a final de año cuadre la caja. Pues la punzada de incomodidad que me hizo sentir el volver a ver a Amelie abrazada y abrazando a Nino es la de pensar: ¿se habrá pasado para mí ya la época de los abrazos? En fin, perdona que sea tan directo hablando, pero al fin y al cabo hay confianza: mira Billy, si bien cuando nosotros éramos inseparables mi preocupación era “¿volveré a echar algún polvo?” eso ya no me preocupa. Si se trata de follar, al final, de una manera u otra, se acaba follando. Pero no me refiero a eso. Pasar horas cubriendo cada centímetro de la piel de Ella de besos, abrazos, achuchones y carantoñas múltiples. A eso me refiero.

Como ya sabrás, tras años convencido de la ideología de que todo está en el entorno me he reconciliado con que hay partes de nuestra forma de ser, de nuestra personalidad, que tienen una parte genética. Y, qué quieres que te diga, lo que te dan los años es entender que, después de todo, si mi padre siempre ha sido un “sobajiento” es normal que yo también lo sea. Puerca vida, que te hizo morir pronto y te dejó sin algunos de los beneficios de la madurez. Pero lo bueno de que tú estés allá arriba y yo siga aquí abajo es que al menos contigo me puedo desfogar soltando algunas de las cosas que nos toca vivir por aquí. ¿Sabes? Ya te digo, ya no es que tenga miedo de que me vaya a morir sin volver a tener relaciones, ya sé que, como se suele decir, tarde o temprano algo caerá. En estos tiempos que corren en que es más fácil tener una follamiga que una abrazamiga no me puedo quejar. Yo tengo incluso una “abrazamiga”: una amiga que, de vez en cuando, podemos decir: “Tengo un día duro: ¿café, dulce y abrazo?”. Y si ese día no se puede, es al siguiente, pero al menos un abrazo de vez en cuando no me falta. Pues uno de los días que quedamos le dije “Jo, tengo un día que me pasaría la tarde en el sofá abrazando” y cuando me dijo, pero ¿quién hace eso? le contesté que yo. Ella tiene una hija de 9 años y pareja (que vive en otra isla) y, como le decía ese día, “yo me podría pasar una tarde SÓLO abrazando, pero no me busques porque me encuentras”.

Así que, veinte años después de su estreno, volver a ver Amelie me hizo plantearme si alguna vez volveré a vivir el mundo que se retrataba allí, el mundo de los abrazos. Y, perdona que sea egoísta, no es que me preocupe si la gente se volverá a abrazar, sino si yo volveré a abrazar. El otro día hablaba con otra amiga acerca de la pitopausia. Recordarás, porque es algo que ya se decía cuando tú estabas entre nosotros, que el discurso hegemónico (y pobre de ti como te salgas de la ortodoxia) es que a las mujeres tienen un reloj biológico y les afecta la menopausia, mientras que a los hombres no. ¿Sabes de una cosa que te has librado con la muerte? Pues mira, a las de nuestro entorno, especialmente en tu caso y el mío, que nuestras hermanas son mayores, ya les empieza a afectar la menopausia. Y, será que yo soy especialmente sobajiento, o que aún tengo muy vívido el recuerdo de mi madre rechazando a mi padre por sobajiento, pero qué quieres que te diga, es un coñazo. Porque a ver, a mí me gustan las mujeres, y casi tanto o más que para acostarme con ellas me gustan para abrazarlas. Y claro, si están en fase de “uff, qué calor, mejor no te acerques”, no hay abrazos. Antes de eso está la fase hijos: “con lo cansada que estoy, lo menos que tengo ganas ahora es de…”. También está la fase de la consolidación profesional: “es que los tíos están todo el rato pensando en lo mismo, déjame que quiero terminar esto para avanzar profesionalmente”. También está la fase de “siempre he sido pareja de, ahora quiero estar tranquila y no quiero saber de hombres”.

Y luego, o quizá, mejor dicho, antes de todo, está el hecho de que a nadie le entran ganas de abrazar a todo el mundo. Y sí, sabiendo que el tamaño cuenta, y sabiendo que soy más bien pequeño, a estas alturas de la vida no me causa el más mínimo problema entender que el hecho de que a mí me guste alguien no quiere decir que le tenga que gustar yo. Y, por cierto, ya aprovecho y termino contándote una historia más alegre. De un tiempo a esta parte he tenido más trato con una chica del tipo que siempre nos gustaba a los dos. ¿Recuerdas aquella vez que dijiste que “hay fracasos que valen más que muchos éxitos? Pues de esos. En realidad, la conozco de hace tiempo, y siempre me había gustado mucho, y siempre había tenido la sensación de que ella, “no me veía de esa forma”. Aunque me parece una persona muy interesante, y creo que me gustaría conocerla más sabiendo que nunca habrá nada más, quizá es en parte porque se me nota tanto que me gusta que ella de repente se desaparece y no da señales de vida por un tiempo (ahora está en esa fase). Quizá esta chica hace bien en desaparecerse, pues en mundo en que no siempre te encuentras gente a la que te den ganas de abrazar quizá yo me acabaría desesperando por no verme correspondido. Pero quizá, en el fondo, lo que le pasa a esta chica es lo mismo que le pasaba a la chica del vaso de agua en Amelie, que es a lo que parece que nos ha conducido la pandemia. Porque hay mucha gente que parece preferir vivir abrazando sólo en sueños a personas ideales e irreales que abrazar en realidad a personas de carne y hueso.

En fin, que me voy despidiendo ya. No te escribía desde el inicio de la primavera y he esperado al inicio del verano para hacerlo. ¿Qué es lo que ha cambiado desde entonces? Pues que en breve podré volver a hacerlo.  Ya, ya sé que me dirás que aproveche yo y abrace, que tú ya no puedes. De momento te mando para allá arriba un fuerte abrazo y descuida, que con lo que sea ya te volveré a escribir, cuando llegue el otoño y a mí me toque cumplir años. Pase lo que pase, si te escribo será una buena noticia, porque estaré ahí para contarlo, mientras que tú, que ahora, a principios de verano, solías cumplir años, te tienes que conformar con leer mis cartas desde otro mundo. Así que terminaré haciéndote una promesa: la próxima que encuentre que entienda que estar vivos es un milagro, y que se deje, recibirá un fuerte abrazo. Como se deje, me pasaré la tarde abrazado en el sofá. Pero que no me busque, porque si me busca me encuentra…

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