¿Para qué sirve la universidad? Certezas, ansiolíticos y efecto placebo.

 

¿Para qué sirve la universidad? Certezas, ansiolíticos y efecto placebo.

Manuel Ángel Santana Turégano

 

 

Tras más de un año de pandemia, cuando deberíamos haber aprendido, como diría Taleb, a “vivir de manera anti- frágil en un mundo que no entendemos”, las incertidumbres nos siguen generando tanto malestar que los ciudadanos estamos más dispuestos que nunca a escuchar a quienes dicen tener certezas. Aunque hace más de 20 años que Edgar Morin, en “La mente bien ordenada”, planteara que la educación debería de enseñar a enfrentarse con la incertidumbre esto no se ha producido. Y, como consecuencia de ello, las universidades parecen haberse lanzado a una carrera acelerada, en competencia con otras instituciones creadoras de ideas, para ver quién tiene más capacidad para decirnos cómo será el futuro. Algunas dan conferencias sobre los efectos del Brexit en el turismo, otras escriben sobre los efectos de la COVID y hay universidades que organizan, directamente, “encuentros con el futuro”.

 

Que una institución a la que se le otorga legitimidad social para conocer el futuro nos hable acerca de él es un ansiolítico: puede que no acierten a predecir cómo será el futuro, pero al menos nos ayuda a paliar nuestra ansiedad. A nivel individual, aunque hay profesionales que plantean que sería mejor tratar lo que genera la ansiedad que simplemente acallar los síntomas con un ansiolítico, la industria farmacéutica está encantada de fabricarlos. Y si los efectos secundarios que éstos generan son la tolerancia y la adicción, todo ello es bueno para el negocio. A nivel social, aunque algunos pensadores plantean que en vez de concebir a las universidades como “fabricantes de certezas” sería mejor transmitir a la sociedad que la ciencia ha de convivir con la incertidumbre, la industria cultural está encantada de fabricar “ansiolíticos sociales” que calmen la ansiedad de los empresarios a la hora de invertir y “reanimen la economía”. Y si el continuo fallo de las predicciones hace necesario elaborar otras nuevas, todo ello es bueno para la industria académica.

 

A menudo parte de lo que hace que los ansiolíticos funcionen es lo que se denomina “efecto placebo”: si te dicen que te van a dar una medicina que te va a hacer sentir mejor tiendes a sentirte mejor, aunque quizá lo único que te están dando sean unos principios activos tan diluidos que es imposible que tengan efecto real. Si lo que las universidades nos están dando cuando nos venden “encuentros con el futuro” son unos principios activos muy diluidos de disciplinas como la epidemiología, economía, sociología o cibernética, por citar algunas, quizá lo que nos dicen no es que nos ayuden mucho a hacernos una idea real de cómo será el mañana, pero al menos pueden generar un efecto placebo que haga que pensemos que tenemos más certezas sobre cómo será el mañana.

 

Normalmente se suelen señalar dos posibles peligros de los placebos. Por un lado, si el placebo no es tan sólo agua con azúcar, es posible que lo iba a curarnos nos acabe causando daño. Por otro lado, los placebos, como se ha dicho hasta la saciedad de las pseudo terapias, pueden hacer que la gente deje de llevar acabo las acciones que sí que serían necesarias para tratar sus problemas. A nivel social, las recetas para el futuro de muchos centros de pensamiento, incluyendo muchas universidades, parecen pasar por el refuerzo de la inteligencia artificial y el uso de la tecnología, en la línea de lo que se ha venido en llamar “capitalismo de vigilancia”. En boca de sus apóstoles: ¿qué daño nos puede hacer la intensificación en el uso de la tecnología, algo que en cualquier caso ya venía sucediendo? Pues usar la tecnología para resolver nuestros problemas ser un placebo que nos acabe haciendo daño.

 

En realidad, generalizar el uso de la tecnología no es tan sólo como tomar agua con azúcar diluido. Las tecnologías, en su configuración actual, generan adicción, problemas de salud (desde pérdida de visión hasta tortícolis pasando por tendinitis) y problemas cognitivos como, entre otros, déficits en el desarrollo de la empatía que pueden acabar teniendo efectos fatales a nivel social. En esa misma línea, y dado que el excesivo uso de la tecnología se está aplicando como un placebo, las sociedades contemporáneas están dejando de hacer cosas que sí son necesarias. Como tomar, de manera colectiva, las riendas de nuestro destino, y dejamos demasiado poder en manos de unos pocos actores tecnológicos, lo que puede acabar conduciendo, como advierte Zuboff, a un totalitarismo tecnológico.

 

Cuando se empezó a echar mercurio, plástico u otras sustancias al mar, al principio, podría haberse hecho miles de “experimentos” que ninguno hubiera demostrado que fuera perjudicial, porque las consecuencias negativas sólo venían años después, con la acumulación, cuando ya era tarde. El principio de precaución, que desde hace 20 años se aplica en la legislación europea, viene a plantear que, dado que cuando se introduce un cambio en un sistema complejo (la tierra, la sociedad), como sus posibles consecuencias adversas sólo se descubrirán en el futuro, debe ser quien pretende introducir el cambio quien demuestre la inocuidad del mismo. En base a ello se justifican muchas regulaciones sobre lo que comemos los europeos. Sin embargo, en el tipo de vida que estamos viviendo en el último año parece que no se aplica el principio de precaución: tú mete tecnología donde antes no la había, que si eso perjudica al sistema social ya lo veremos después. Y a nadie se le ha ocurrido que quien pretende introducir la tecnología en relaciones sociales que antes se hacían de manera no mediada es quien debería demostrar que con ello no las destruimos.

 

¿Para qué sirve la universidad? Aunque un paciente pida un ansiolítico las instituciones sanitarias saben que éstos no deberían darse siempre. Ahora que la sociedad parece reclamar certezas la universidad, como institución del conocimiento, debería saber que  los “ansiolíticos sociales” de certeza no deberían darse siempre. Y, si no somos capaces de entender eso, deberíamos plantearnos para qué sirve la universidad.

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