Escritos desde la Pandemia: cartas para el otro mundo
Escritos desde la Pandemia: cartas para el otro mundo
La Laguna, 21 de marzo de 2021,
Querido Billy,
Dicen que hoy empezamos otra
primavera. Para mí, que nací en otoño, serán 46 primaveras, las mismas que
habrías cumplido tú si aún estuvieras entre nosotros. No sé hasta qué punto
sigan allá arriba las cosas que nos pasan aquí abajo, pero aquí la gran novedad
es que se cumple un año de pandemia. No te lo creerías, parece cosa de una peli
de ciencia ficción de serie B, nadie se lo creyó hasta que nos pasó, aún
seguimos sin hacernos a la idea. Resulta que el año pasado, en China, un virus
mutó, pasó a los humanos y se convirtió en pandemia. El 15 de marzo del año
pasado España entró en estado de alarma. Todos nos tuvimos que pasar casi tres
meses encerrados en casa y no podíamos salir sino una vez a la semana para ir a
hacer la compra. La gente dejó de trabajar. Y, aunque la cosa aflojó un tanto
el verano pasado, aún seguimos en pandemia. Resulta que ahora para salir a
calle tienes que ir con mascarilla, como antes alguna vez veíamos que hacían
algunos orientales y nos reíamos de ellos. La gente ya no se puede besar ni
abrazar, ni tocar. A ver, que sí, que claro, que la gente se sigue acostando
unos con otros, pero me refiero a lo de ir por la calle y chocar la mano o
besar a quien te encuentres. Hay toque de queda, tenemos que estar en nuestras
casas a las 10 de la noche, si no te pilla la policía y se te cae el pelo (como
si a nosotros nos quedara mucho pelo). Los partidos de fútbol se hacen sin
púbico, ya no se pueden celebrar carreras ni maratones, de ir de bares ni
hablemos. Y si bien lo de viajar fuera de las islas es básicamente impensable,
lo de viajar entre islas, lo de ir al interior de un restaurante, depende de
cómo evolucione la pandemia, en cualquier caso, con mascarilla, manteniendo
distancias. Ahora mismo no puedes salir de la isla en la que estás. ¿Te
imaginas que te hubiera pillado esto a ti en La Gomera? Y todo el mundo a
relacionarse a través de las pantallas y de los móviles. Vamos, lo que estamos
viviendo es una auténtica locura.
En fin, si no estás al tanto de
lo que nos pasa aquí abajo te recomiendo que te enteres. Pero en realidad, como
te imaginarás, no te escribo para contarte lo que ya podrías leer por mil otras
fuentes. A mí, para no variar, todo esto me ha hecho acordarme de ti. Hay tanta
gente que parece que se cayó del guindo ayer y que parece que han descubierto
el Mediterráneo. Hay mucha gente que parece que con la pandemia ha descubierto
que si estamos vivos es porque nos tocó el premio gordo en la lotería de la
vida. Que hoy estamos aquí, y mañana vete a saber; que nosotros estamos, y
otros, vaya usted a saber por qué, no. Ya. Como yo, que hace ya casi 8 años que yo vivo sabiendo que yo puedo estar aquí, y vivir un montón de cosas, y tú no puedes
hacerlas. ¿Te acuerdas de que Manuel siempre decía que nosotros al final
acabaríamos peleados por una mujer, que siempre nos gustaba exactamente el
mismo tipo de chicas? Chico, pues qué quieres que te diga, en los últimos
tiempos, que he conocido alguna que otra “billística-
danielina”, como las llamaba Manuel, no puedo evitar acordarme de ti. Yo
puedo estar aquí, y puedo seguir participando en el juego, mientras que tú hace
ya ocho años que te fuiste al otro barrio. Y me acuerdo de aquel precioso poema
de Vinícius “Tenho amigos que nao sabem o
quanto sao os meus amigos”. Como decía el poeta, te das cuenta de lo grande
que son los amigos cuando te pasa algo bueno y dices “que pena que no está aquí mi amigo para compartirlo”. El otro día
le conté algunas de mis batallitas a Manuel y me dijo “Qué bien que te lo pasas”. Y yo no pude evitar acordarme de ti: qué
pena que a ti ya no te lo puedo contar. Y me acuerdo de David Jerusalem, aquel
personaje del cuento de Borges, que celebraba la vida en cada pequeño detalle.
La vida es un milagro, es una suerte estar vivos y la pena es que tú ya no lo
estés para poder contarte algunas de las cosas que me pasan.
¿Sabes? A medida que te voy
escribiendo me voy dando cuenta de lo surrealista que es lo vivimos. Te iba a
decir “el otro día compartiendo un café
con los compañeros” … cuando me paré. A ver, no estábamos haciendo nada
ilegal. Porque, no sé si lo sabes, ahora mismo, en función de la fase de la
pandemia en que estemos, juntarse cuatro personas no convivientes, y más si es
en el interior de un local, es ilegal. Pero no, fue en una terraza, y todavía
se podía. Por supuesto, hay que llevar las mascarillas salvo en el momento en
que estás consumiendo. Pues bien, te decía, el otro día, mientras compartía un
café con unos compañeros, me enteré de que ya nadie escucha la radio. Y,
entonces, ¿cómo nos vamos a casar gente como tú y yo? ¿Recuerdas cuando
decíamos que, si encontrábamos a una chica mona, simpática, agradable, y
resultaba que era fan de Radio 3 directamente le proponíamos en matrimonio?
Pues resulta que ya nadie sabe lo que son “Cuando
los elefantes sueñan con la música”, ni “Discópolis”, ni “Trópico
Utópico”, ni saben quién es “el Cifu”.
Así está difícil casarse, por no decir, como ya pasaba cuando tú estabas entre
nosotros, de todas aquellas que dicen “yo
es que lo que valoro es una buena conversación”, y por “buena conversación” en realidad se
refieren a hablar de una idea que leyeron en el Pronto el pasado fin de semana, en que un periodista sin muchas
luces explicaba de oídas de tercera fuente unas ideas de la psicología
humanista de Carl Rogers, por decir algo. Vamos, que, si les llegan a hablar de
la “mentalidad serbia” o de la “teoría manuelística” flipaban en colores, es
triste que haya tanta gente que hable de conversar y no tenga ni idea de lo que
es una buena conversación. Claro que también es verdad que nunca pudieron
conversar contigo.
En fin, por hablar de cosas de
las que sí que te puedes hacer una idea, no sé si has caído en la cuenta,
hablando de nuevas primaveras. Mi sobrino, que sí que nació en primavera, ¡va a
cumplir ya 16! Está casi más alto que yo, desde luego está más ancho. El otro día
tuvo su primera borrachera, creo que más de lo que yo llegué a tener nunca.
Aunque, eso sí, por esa parte puedo estar tranquilo, qué pesados somos los
mayores con empeñarnos en que los menores sean lo que nosotros nunca fuimos: creo que mi
sobrino ligará más de lo que ligaba su tío, si es que no me ha cogido ya la
delantera, tendrías que verlo, el chiquillo es el ojito derecho de todas las
niñas, y de las madres de las niñas. Me da pena la gente joven. Imagínate
cumplir tus 15 años encerrado en casa. Y cuando cumples los 16 no te puedes
juntar, como mucho, con más de 4 o 5. No puedes tocarte. Y ya no digamos de ir
al Cupé o al Pepe MacDonalds como cuando nosotros teníamos 16 o 17 años. ¡El
mundo se ha vuelto un lugar tan mezquino! Porque luego no veas, especialmente
el verano pasado, los mayores no paraban de criminalizar a los jóvenes, que,
decían, con su comportamiento irresponsable estaban contribuyendo a propagar la
pandemia. Es que, a ver, te cuento, el bichito éste que nos tiene ahora a todo
el mundo en jaque, el dichoso COVID19, es un virus muy contagioso, que ataca
las vías respiratorias, pero que, por lo visto, a la gente más joven apenas les
afecta. A ver, corrijo: de toda la gente a la que le afecta, una gran mayoría
ni se entera de que lo ha pasado, es lo que se denomina “asintomáticos”. Luego
hay gente que lo pasa como una gripe, para otros es muy jodido, veinte veces
peor que una gripe. Y luego hay otros que, directamente, la palman. Como nadie
sabe muy bien, si te toca el virus, en qué grupo vas a estar, la gente lo vive
como que la diferencia entre estar vivos y estar muertos es una cuestión de
lotería. Sonamos, que habría dicho Mafalda. Pues claro, como lotería es que a
ti te diera un aneurisma, y hace ya 8 años nunca llegáramos a vernos para primero
de año. Como lotería es que yo siga aquí vivo, y a veces tenga aventuras, y
conozca a “billísticas- danielinas” y tú estés criando malvas y ya no puedes
hacerlo. Pero a ver, que me voy, vuelvo a donde estaba: el dichoso virus del
COVID19. Te decía que, aunque aún no se sabe mucho, y aunque ha habido algún
caso que ha afectado a algún joven, mayoritariamente a los jóvenes no les
afecta, es decir, si lo sufren lo pasan de manera asintomática. Por eso, yo no
sé hasta qué punto el mundo es consciente de lo mezquino que se ha vuelto. Les
estamos pidiendo a los jóvenes, que lo más probable es que si se contagie no
les pase mucho, que dejen de salir de fiesta porque si lo hacen pueden
contagiar a sus mayores. Mayoritariamente lo están haciendo. Y si hay alguno
que no lo hace, se les tilda de irresponsable. En fin, qué mundo.
Pero bueno, repito, todas estas
cosas sobre la pandemia, en realidad, las podrás saber por miles de fuentes,
así que supongo que a ti te interesará más saber de otras cosas, de cómo
estamos nosotros, de cómo nos ha ido, de cómo ha ido la vida, de lo que va
bien, mal y regular. ¿Sabes? Ya estamos mayores. Joder, que los 50 ya no están
tan lejos. Bueno, Manuel ya hace tiempo que los pasó, ¿recuerdas cuando te
reías de él, cuando empezó a salir con Moris, que si sus hijas se quedaban
embarazadas se iba a convertir en “abuelastro”? Pues ya hace tiempo que es abuelastro.
Qué te voy a contar que no puedas saber ya, siempre tuviste una percepción muy
fina: aunque hayan tenido sus más y sus menos, como todos, siguen juntos. Creo
que es una frase de “El artesano”, de mi gran “amigo” Richard Sennett, que
decía algo así como que la educación sentimental que a todos deberían darnos debería de permitirnos a todos
conciliar la diferencia entre todo lo que en algunos momentos nuestra cabecita
loca pudo querer y desear, que es, por definición, ilimitado, y la prosaica y
limitada realidad de nuestras vidas concretas. Por eso el mundo se ha vuelto
loco. Porque nadie quiere aceptar que, si bien se puede considerar como
“normal” que todos, en algún momento de nuestra adolescencia soñáramos con tener
el trabajo el trabajo, la pareja, la familia y el coche más molón de la clase,
al final todos podemos ser inmensamente felices con algo que no es lo mejor
pero que es, simplemente “good enough”.
Que no sé, si te tengo que contar de mí, creo que empezaría por ahí: vivo una vida que quizá no sea la mejor de las vidas posibles pero que es “good enough”. El otro día le decía a un colega sociólogo con el que estoy colaborando que yo, que siempre me ha gustado tanto la historia, ya estoy un poco como Franco: a mí me juzgará la historia. La verdad es que esa parte de la película, sin duda, también te alucinaría. ¿Recuerdas cuando nosotros estudiábamos sociología hace poco más de un cuarto de siglo? Pues las cosas han cambiado por completo. En aquella época el “sociólogo más prestigioso”, al menos en el mundo académico, era el que escribía libros que hacían a la gente cambiar su manera de pensar sobre algunas cuestiones. Ahora todos se han obsesionado tanto por la publicación en revistas “de impacto” evaluadas por pares que lo que acaba pasando es que quien tiene más prestigio es quien consigue publicar muchas veces, varias ideas o la misma idea repetida varias veces, aquello que los pares consideran digno de ser publicado. Lo cual, prácticamente por definición, fomenta que se publique lo que la gente quiere leer, y no lo que hace pensar, o cambia maneras de pensar. En fin, pues perdona esta pequeña excursión para decirte qué tal me va que, como te decía, me siento un poco como Franco, pues en un mundo en el que me pretenden convencer de que mi valor depende de lo que piensen de mí los “pares”, yo, que más bien pienso que depende de lo que piensen los impares, creo que a mí “me juzgará la historia”. Es decir, ya le he dado clase a más de 5.000 personas, he escrito libros, capítulos de libros, artículos académicos, artículos de prensa. Por supuesto, habrá gente a la que le caeré como un dolor de estómago, a quienes les habré pasado indefinido, y habrá gente también a la que las clases que les haya dado, o las cosas que haya escrito, les pueden haber hecho pensar. Por eso decía que yo me siento un poco en la fase esa de “a mí me juzgará la historia”.
Es una pena que tú ya no estés
aquí. Ayer salí a correr, y hubo un momento en que vi que al fondo se acercaba
alguien corriendo. Me quité las gafas de sol, y tampoco veía claro las caras.
Ya vamos teniendo una edad, y la presbicia hace sus efectos. Por eso no deja de
ser curioso que es justamente cuando a veces empezamos a ver borrosos y
necesitamos concentrar la mirada cuando empezamos a ver más claro. La gente
dice que hacerse mayor es una putada, y mienten como bellacos. En realidad, es
lo mejor que me ha pasado, por eso me da pena que ya no estés aquí. Hacerte
mayor es reconciliarte con la vida. Cuando eres joven no sabes bien ni quien
eres ni lo que vales. Cuando te haces mayor acabas sabiendo que tienes tus
cosas buenas y tus cosas malas, y aprovechas las buenas porque con las malas
igualmente tiene que convivir. Cuando eres joven pierdes mucho tiempo
intentando lograr cosas buenas que nunca conseguirás, o intentando deshacerte
de cosas malas de las que nunca te desharás. Cuando eres mayor te aceptas, y
sencillamente disfrutas de lo bueno. Cuando eres mayor aceptas que al final,
para cada quien, el resultado de la partida de la vida es el equilibrio siempre
precario entre las cartas que te tocaron, las reglas con las que te tocó jugar
y tu habilidad para jugar la partida. No sé, por hablarte de cosas concretas,
te podría decirte que desde que falleciste he vuelto a bajar marcas. Estando tú
en vida sólo logré terminar un maratón sub 3, y cuando estaba por celebrarlo y
vas y falleces. No sé, tuve mi fase muy cabreado con el trabajo, ya me
advertiste tú cuando entré; ya no es sólo las intrigas mezquinas, sino que
encima me tocó una señora loca que se pasó años acosándome, aún anda por ahí.
De hecho, si una cosa he aprendido es que, al final, el que te toquen más o
menos de ese pequeño porcentaje de locos/as que hay por ahí es una de las cosas
que más acaba influyendo en cómo te va la vida. De mujeres ya te hablaré más
adelante. Y luego, pues bueno, he escrito, y sigo escribiendo. Con lo cual,
supongo que podría decirse que me he acabado convirtiendo en más o menos lo que
podía ser: alguien que piensa y hace pensar, que escribe relativamente bien y
que corre relativamente rápido. Nada más. Pero también nada menos.
¿Recuerdas cuando fui a
Argentina? Por cierto, recuerdo que antes de ir fuimos al Monopol a ver una
peli, y luego al McCarthy; ahora éste último es un “Café Regina”, una de las
cafeterías de moda, y el Monopol está cerrado. De hecho, la pandemia ha hecho
estragos con el cine, a veces me acuerdo de mi abuelo, cuando decía que se iba
a retirar a una cueva en Tejeda, y de ti, y no creas que a veces pienso que
mejor que ya no estés aquí, ya me dirás que tardes de domingo más asquerosas si
no puedes ir al Monopol y al McCarthy. Por cierto, acabo de recordarlo: el
Sheehans sí que sigue abierto, aunque ya no está la camarera del escote que les gustaba tanto a Pincho y Marco. En fin, que otra vez me voy, te hablaba de cuando me
fui a Argentina, que en una de esas fascinantes librerías de Buenos Aires
encontré un libro de Taleb, creo que se llamaba, traducido, “Cegados por el
azar”, y luego ya me puse a leer, y creo que es una de las cosas que yo cada
vez tengo más claro, y la gente cada vez tiene más oscuro. La suerte cuenta. No
veas hasta qué punto ha llegado la extensión de la especie de religión esta del
New Age, lo del “todo pasa por algo”
y cosas por el estilo. ¿Sabes? Ahora lo de “ligar”, en buena manera, se hace a
través de apps. A ver, creo que tú llegaste a ver lo del WhatsApp: una app
viene a ser como un programa informático, pero para un móvil. Que, por cierto,
ahora que se habla del “Capitalismo de Vigilancia”, la diferencia es que el
ordenador estaba quieto y el móvil nos sigue todo el día, con lo cual tenemos
constantemente un instrumento para captar información y hacernos propaganda en
el bolsillo, pero bueno. En fin, te decía, que ahora lo de ligar se hace, en
buena manera, a través de apps. Lo cual es un gran cambio no tan sólo de la
época en que, por ejemplo, se iba al Pick Up, sino también de la época en que
se entraba en los chats para ligar. Pues bueno, volviendo a lo que te contaba
de la extensión de los cultos “New Age”: interaccionas con una mujer (un
“perfil”, que es lo que todos somos ahora) y ya te está soltado rollos de que
“todo pasa por algo” y “lo verdaderamente importante es invisible a los ojos”.
Sonamos, si fuera por eso tú te las tendrías que haber quitado de encima. Pero
como lo que veían los ojos es que estabas gordo, calvo, y que los pechos del
pelo te salían por la camisa, al final todas aquellas chicas que en tu acertada
expresión “son chicas como para
presentárselas a las madres” elegían a otros y nosotros nos quedábamos para
vestir santos.
En fin, volvamos, que ya sabes de
mi tendencia a irme por los Cerros de Úbeda, o, mejor dicho, por los riscos de
Tamadaba, o de Anaga. Que yo estaba hablando de la importancia de la suerte. Y
de que casi nadie, especialmente entre aquellos que han tenido suerte, admiten
que la suerte tenga importancia. Claro que, en un mundo que cree fervientemente
en la ideología meritocrática, en aquello de “nada es imposible si verdaderamente lo intentas” y demás sandeces
por el estilo, todo el mundo prefiere ver el mundo como un “cosmos” ordenado en
lugar de como un “caos” en que el azar interviene. Y prefieren pensar que quien
se contagia de COVID es porque no es suficientemente cuidadoso con las medidas,
o sale demasiado; y que quien le va bien en la vida es porque se ha esforzado
mucho, y quien le va mal porque no se esforzó lo bastante. No, no todo es
posible. Es imposible que alguna de las chicas del tipo de chicas que siempre le gustaron a mi amigo Billy al final le acabe haciendo caso y la historia termine felizmente porque, sencillamente, mi amigo
Billy ya está muerto. ¿Te hacemos venir del otro mundo para contarlo? Porque
chico, parece que hay tanta gente que no lo entiende…
Pues bien, te iba a contar qué
tal me había ido desde que nos dejaste, y por eso empecé a hablarte de la
suerte, del azar, porque diría que buena parte de lo que ha pasado desde
entonces no se entiende sin la suerte. Sí, suerte, en positivo, ha sido a veces
cuando yo he pensado “Jo, yo tengo la
suerte de estar viviendo ahora esto y mi amigo está criando malvas”. Y mala
suerte, en negativo, es cuando piensas aquello de “por qué me tocará esto a
mí”. Recuerdo que cuando tú te fuiste yo estaba de vicedecano. La cosa terminó,
sencillamente, porque la universidad decidió fusionar facultades, y no contaron
conmigo. Lo que seguro que difícilmente te ibas a imaginar era que poco después
de que tú fallecieras abdicara el rey, Juan Carlos I. Así que, desde entonces, el
“Felipito” que traía locas a las niñas de nuestra quinta cuando venía de visita
al club náutico es el rey, Felipe VI. Ya más o menos empiezo a superarlo, pero
durante años, cuando escuchaba en las noticias “El rey Felipe VI” pensaba ¿estarán
hablando del rey de Bélgica, de Noruega, no sé dónde hay un rey que se llame
Felipe”, hasta que caía en la cuenta que hablaban del Rey de España. En
fin, lo mismo, podría seguir hablando de cómo ha ido cambiando la política,
pero para qué, si eso lo puedes saber de otras fuentes, tú preferirás saber de
cómo nos ha ido a nosotros. Ya te conté que Manuel sigue con Moris. Cuando tú
te moriste el hecho de que falleciera mi mejor amigo, aquel que me acompañaba a salir porque éramos los únicos que seguíamos solteros, me dejó muy tocado, y la verdad que tuve alguna medio historia
que no llegó a nada con quienes seguramente no iba a llegar a nada. Fue una
época muy jodida. Recuerdo de tener conversaciones, imaginarias o reales, en
que alguien me decía: “¿pero tú no tienes
amigos con quien salir, y así conoces a más gente” y yo contestaba: “no, de los amigos con quienes siempre salía
uno acaba de fallecer y el otro, entre que acaba de ser “abuelastro y demás,
tampoco está muy por la labor”.
En fin, te puedo decir, eso sí,
que al final sí que conocí una que parecía, como tú decías “de aquellas chicas que se les pueden
presentar a las madres”. Y tanto, como que habíamos ido juntos al colegio,
y que vivía entonces al lado de casa de mi madre. Así que, aunque fuera pasados
los cuarenta, al final yo sí que pude vivir aquello que creo los dos siempre
quisimos y que tú nunca pudiste vivir. Bueno, al menos aquí en la tierra, no sé
si en el cielo te habrás echado novia, pero vamos, que yo sí que al final acabé
teniendo una “novia” y viviendo con ella. Claro que yo, que había empezado a
ver cosas un poco raras al par de meses de estar juntos, y que le había dicho que
fuera al psicólogo, cuando al año de estar juntos cumplí lo que yo pensaba que
había sido siempre el sueño de mi vida, lo de tener una pareja con la que
convivir, no llevábamos ni una semana juntos cuando fui yo el que se fue al
psicólogo. Y recuerdo que le dije algo así como: “es que he venido a ver a un psicólogo porque no sé si es normal. Toda
mi vida pensando que quiero tener una pareja y vivir con ella y, cuando por fin
lo logro, no llevo ni una semana y lo que quiero es salir pitando”. Pues
no, no era normal. Y no, por si no lo tuviera aún claro me terminé de aclarar:
no todo es posible. Sí, ya sé que todos decimos que todo el mundo está un poco
loco, pero hay grados: hay quien simplemente tiene a veces opiniones poco
habituales, hay quien tiene que tomar medicación, hay quienes acaban en psiquiátricos.
Si intentas tener algo con alguien que, como hubiera dicho mi abuela, está “un
poco ido del tomate”, al final o cortas lazos o te acaba arrastrando a ti. También
financieramente, por cierto, que me fundí los ahorros, porque, entre otras
cosas, gastaba mucho más que lo que ganaba (que era, básicamente, nada), y
aunque tenía un cacao mental monumental en el fondo quería seguir siendo lo que
había sido toda su vida, “señora de”.
Si enlazas eso con lo que te conté de la señora que me acosaba, y que durante
bastante tiempo viví las cosas a la vez, te imaginarás cómo terminé. Vamos, tenía
una loca en casa, otra que me esperaba cuando llegaba al trabajo y un montón de
gente cuya personalidad bordea lo que se denomina borderline. Así llegué a
estar 15 días de baja, y luego, cuando empezó la pandemia, de nuevo estaba de
baja.
Cómo van las cosas, y qué será lo
que las guía. Y cómo pasa el tiempo. El verano pasado se cumplieron 4 años
desde que empecé con aquella chica, 2 años desde que lo dejamos. Verano del 16,
verano del 18. Como te imaginarás, luego vinieron tiempos de “poner un día tras
de otro”. No sé, y cuando la cosa empezaba a marchar, verano del 19. Que, a
ver, empezaba a marchar en relación a lo de aquella chica, lo de la loca que me
acosaba en la universidad aún seguía. En fin, también podría decirte que casi
que lo que me lo hizo pasar peor no sé si fue tanto el asunto en si como el
tratamiento recibido por parte de la universidad. Como hijo de profesor
universitario hay cosas que seguro te imaginas. Lo que quizá no sepas es que,
debido a múltiples cosas que ahora sería demasiado prolijo enumerar, ahora se
pasa especialmente mal. En fin, que pasa el tiempo, y del verano del 19 nos
ponemos en el otoño y se va terminando el año. ¿Sabes? Por entonces empezaba a sentirme un poco como que ya sabía de cómo iba la película, de cómo funcionaba el mundo. Y, justo cuando
empezaba a enterarme, marzo de 2020, van y lo paran. Y ya ha pasado un año.
Y así estamos ahora. El otro día
conocí un chico irlandés, de 27 años, que estudió en una universidad a la que
yo mandé a bastantes personas de Erasmus y le dije “Oye, pues te las debería de presentar, recuerdo que mandé allí a unas
chicas, más o menos de tu edad, de esa gente que te cae bien, con la mente bien
amueblada y además muy guapas, de esas personas ante las que te quitas el
sombrero”. Hacerte mayor tiene que ver con que sabes que hay juegos a los
que ya no juegas, algunos porque no te tocan, otros porque sabes que no tiene
sentido que tú juegues porque no vas a ganar y otros porque sencillamente no te
apetecen. Hay una amiga, bueno, no es que sea súper amiga, pero tenemos una
relación amistosa, que conocí justamente por medio de una de esas apps que me dice que yo soy muy
exigente. Y es verdad. Es que no veas la de mujeres que hay por ahí que dicen
que lo que buscan (y ofrecen) es una conversación interesante. Es una pena que
ya estés muerto, que a veces me dan ganas de decirle: “mira, te vas, te hablas con mi amigo Billy; y luego, cuando vuelvas, me
dices si te atreves a decir que no tiene una de las conversaciones más
interesantes que has tenido nunca; y luego, si lo pones todo en contexto, y
asumes que le sale el pelo del pecho por la camisa, que está calvo y demás, me
dices si sigues estando tan convencida de que lo único que buscas es una
conversación interesante”.
Así estamos ahora. Eso es lo
bueno (y lo malo) de hacerte mayor. Por supuesto que no lo sabes todo. Pero sí
que eres capaz de hacerte una idea bastante aproximada de muchas cosas. Por
ejemplo, sabes si una conversación te interesa, o no. Sabes si otras cosas te
interesan, o no. Y te puedes hacer una idea bastante aproximada de si puedes
acabar teniendo una conversación, u otras cosas, y con quien. Claro que ahora
que justo ahora que empezaba a tener una idea más o menos aproximada de cómo
funcionaba el mundo va y me lo paran. Pero con eso hay que vivir. ¿Qué hacer? No
sé si en el cielo funciona mejor el WhatsApp, el correo electrónico o la carta
postal certificada, porque otra forma no tengo ahora para comunicarme contigo.
Dicen que hoy empezamos otra
primavera. La segunda primavera de pandemia, la primavera en que mis sobrinos
ya son plenamente adolescentes, la octava primavera en que tú ya no estás aquí con
nosotros cumpliendo primaveras. La primavera es algo así como el renacimiento
de la vida, pero la vida que ahora vivimos es tan distinta de la que conocíamos
antes que a veces cuesta llamarla vida. ¿Recuerdas cuando estabas en La Gomera
y venías a pasar el fin de semana en La Laguna? Íbamos de bares, nos tomábamos
4 cervezas y cuando volvíamos hacia casa, y a la altura de Herradores, cuando
el frío gélido que entraba del norte hacía que se nos hubiera bajado ya el
puntillo decías “¡Coño qué frío!”. Pues
eso ya no se puede hacer. Y no sólo porque tú ya no estés, sino porque no se
puede estar en la calle después de las 10 de la noche, y ya de ir a un bar
mejor ni hablar. Decía Vinícius que cuando te pasa algo bueno y no tienes cerca
a tus amigos a veces te asalta el pensamiento “qué pena que no esté aquí mi amigo para compartir esto conmigo”. ¿Sabes?
Aunque sea una obviedad, parece que hay mucha gente que lo olvida: “estaremos vivos mientras vivamos”. ¿Podrías
venir del otro mundo para recordárselo? Lo peor de la pandemia no es el miedo a
morir. Es que hay tanta gente que le ha cogido tanto miedo a morir que se
olvida de vivir. Vivir. Yo no puedo correr maratones ni medias maratones, no
puedo cambiar de isla cuando me apetezca, no puedo ir a tomar cervezas cuándo y
cómo quiera, no puedo contarte a ti las cosas. ¿Te acuerdas de cuando hablábamos
de la teoría Blockbuster?: entre una edad x y una edad y, apenas
conoces a nadie, porque la mayoría de la gente está en casa, preocupándose tan
sólo de pagar la hipoteca y entreteniéndose con el último éxito que sacan del
videoclub. Ahora ya apenas quedan videoclubs, es aún peor, las películas se
descargan (ahora sí de forma legal) a través de Internet. Y las personas vivimos
en pequeñas islas de seguridad doméstica, en pequeñas burbujas conectadas al
exterior tan sólo mediante el cordón umbilical de Internet y los medios, que sólo
sirve o bien para decirnos que las cosas son como nosotros queremos que sean o
para hacernos indignar porque las cosas están fatal por culpa de unos cuantos
malos malísimos.
Así estamos ahora. Nos hacemos mayores, lo cual quiere decir que nos vamos conociendo, y sabiendo qué cabe esperar de nosotros mismos, y qué no. Ahora nos toca vivir una vida dentro de casa, y parece que lo mejor que te podría pasar es tener con quien compartir. Pero claro, la gente ya no conoce Radio 3. Y no conocen el poema “Todas las cartas de amor son ridículas”, de Pessoa.
Así estamos ahora. En pandemia. Ahora
que nos hacemos mayores, y nos vamos conociendo, y sabiendo qué cabe esperar de
nosotros mismos, y qué no, resulta que ya no sabemos qué cabe esperar del
mundo, y qué no. Y no, no es que no sepamos si alguna vez volveremos a vivir en
que una vez vivimos. ¿Recuerdas aquello de Parménides y Heráclito de que no te
puedes bañar dos veces en el mismo río? Pues lo cierto es que si algo sabemos
es que ya no podremos volver a vivir el mismo mundo porque, cuando menos,
nosotros habremos cambiado. Cada vez me acuerdo más de mi abuelo, de cuando decía
que cada vez entendía menos este mundo, que estaba por irse a vivir a una cueva
en Tejeda. Yo, lo que cada vez entiendo menos de este mundo en que una pandemia
debería de recordarnos que estar vivos es un milagro, es que la gente se olvide
tanto de ello. Tú ya no estás aquí, así que se podría decir que lo que yo vivo
ahora es “tiempo añadido”. Aunque sea así. Aunque sea en pandemia.
Así estamos ahora. Empezando una
nueva primavera. Que es lo que importa. Y todo lo demás está demás. Porque al
final, como decía Vecchioni, parafraseando a Pessoa, lo que importa es
escribir. Y que para nosotros no se nos haga tarde en entender tarde que lo importa es escribir, escribir de amor,
aunque se rían de nosotros, también cuando miras la vida que amas, también cuando pierdes la vida que amas, lo que importa es escribir, y no tener miedo, no tener nunca miedo, de ser
ridículos. Porque, al final, sólo las criaturas que nunca escribieron cartas de
amor son las que son ridículas.
Así estamos ahora. Empezando una
nueva primavera. Espero que allá arriba estén bien y, ya sabes, cuando te puedas bajar, aquí agradeceríamos que explicaras un par de cosas a la gente.
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