Lo que necesitas es amor: Cataluña, España y las islas.
Lo que necesitas es amor: Cataluña, España y las islas.
Manuel Ángel Santana
Turégano
El resultado de las elecciones
catalanas ha vuelto a poner de manifiesto el hecho de que una parte
significativa de la población catalana ha votado a partidos que plantean que
Cataluña sea un estado independiente del resto del “Estado Español”. Esta
postura se defiende a menudo desde el nacionalismo, una filosofía política que plantea
que si un conjunto de personas comparte una serie de vínculos históricos,
culturales y lingüísticos, y además tienen la conciencia de pertenecer a un
mismo pueblo, es decir, si constituyen lo que se suele considerar una nación,
deberían por tanto constituirse como estado, bajo la fórmula nación = estado.
Decir, en el resto de España, que los independentistas catalanes son
nacionalistas parece casi una perogrullada. Y aunque se asume que puede haber
catalanes que sean nacionalistas, pero no independentistas, casi nadie se para
a darse cuenta de que buena parte de los argumentos que se hacen en contra de
la independencia de Cataluña son también nacionalistas. Pues tan nacionalista
es argumentar que Cataluña deba ser un estado por ser una nación como que no
tenga “derecho” a serlo por no ser una nación. Que nación no es igual a estado
deberíamos tenerlo claro: hay naciones repartidas entre varios estados y hay
estados que incluyen a varias naciones: el Reino Unido es un estado en que hay
varias naciones. Pero se ve que los 40 años de franquismo y su insistencia en
la “unidad de destino en lo universal”,
“una, grande y libre” y otros lemas
propios de un cierto tipo de nacionalismo aún pesan en nuestra cultura (o falta
de cultura) política.
Basta mirar el diccionario para
entender que el concepto de nación es siempre subjetivo: “personas que sienten que tienen vínculos en común”. Cuando yo
estudiaba la carrera en Barcelona mi mejor amigo era un mallorquín que decía
sentir que tenía vínculos en común con el resto de mallorquines; con catalanes
y valencianos, por compartir la misma lengua y algunas instituciones y
tradiciones; con el resto de españoles, con el resto de personas de habla
hispana; y con el resto de habitantes del mediterráneo (Sicilia o Cerdeña tienen
muchas cosas en común con Mallorca). Lo que no se sentía mucho era “balear”; no
sentía que tuviera mucho más en común con un menorquín que con un catalán; ni “europeo”:
si bien sentía que tenía mucho más en común con un siciliano que con un
neozelandés, no sentía que tuviera mucho más en común con un británico
(entonces parte de la UE) que con un australiano.
¿Quién es quién para decirle a
nadie con quién ha de sentir que tiene vínculos en común? El otro día hablaba
con una antigua alumna tinerfeña que se considera nacionalista (canaria) que me
reconocía que apenas conocía Gran Canaria. ¿Qué une al resto de los españoles
con los catalanes? A menudo lo que une a un grupo es el odio al otro. Hay
catalanes antiespañoles y españoles anti catalanes. Estamos más que
acostumbrados a personas de culturas y lenguas diversas, y si bien nadie arruga
la nariz si se cruza con dos turistas británicos que van hablando entre ellos
en inglés hay quienes lo hacen si se cruzan con quienes hablan entre sí en catalán.
Políticamente Cataluña y Canarias son Comunidades Autónomas, según su Estatuto
de Autonomía “nacionalidades”. Y en términos generales cabe decir que Canarias
es más autónoma que Cataluña, pues tenemos nuestro propio Régimen Económico y
Fiscal.
El “anti catalanismo” de algunos
españoles se debe a que perciben que los catalanes miran por encima del hombro
al resto de los españoles. Y, qué quieren que les diga, yo, que hice todos mis
estudios en Cataluña, sé bien que hay catalanes que se sienten superiores al
resto de los españoles. El “anti españolismo” de muchos catalanes se debe a que
perciben que el resto de los españoles miran por encima del hombro a la cultura
de los catalanes. Y, qué quieren que les diga, no me extraña que los catalanes
sientan el desconocimiento que muchos españoles tienen por su cultura como un
desprecio. En Canarias la misma gente que se ofende cuando los peninsulares no
saben situarnos en el mapa es la que no sabe que si las Canarias fueron
conquistadas por castellanos las Baleares fueron conquistadas por catalanes, y
por eso hablan catalán. Aunque a mí personalmente aprender catalán no me hizo “menos”
(canario, español), sino más (culto, abierto a la diversidad) no creo, como
alguna vez se ha planteado, que, como sucede en Canadá o Suiza, la solución para
“el encaje territorial del Estado” pase porque todos los ciudadanos aprendan
alguna lengua distinta a la propia. Aunque es cierto que quizá si los canarios estudiáramos
otras lenguas peninsulares ello nos ayudaría a comprender que muchas de las
palabras que consideramos típicamente “canarias” por no ser “castellanas” son
en realidad galaico- portuguesas, desde mojo a gaveta, pasando por millo.
Como decían en la tele creo que
lo que España necesita es amor. He escuchado a muchos “españoles” decir que “los
catalanes no nos quieren”, y a muchos “catalanes”
que “los españoles no nos quieren”. Y
la verdad es que ambos tienen razón, si uno hace caso a la mayoría de los
medios lo que escucha, mayoritariamente, no es amor, sino odio. Hace un par de
domingos, mientras circulaba por una carretera canaria, una radio pública
española me transportó a Mallorca, y escuché las palabras de Ramon Llull, en
voz de María del Mar Bonet: “Amigo, tú,
que tanto amas ¿me dirías qué es el amor?”. Me acordé de mi amigo. Lo que
España necesita es amor. Yo no le puedo decir a los catalanes que “todos los españoles les quieren”, pero
sí que yo les quiero. Siendo educativamente catalán, no puedo decir a los
españoles que “todos los catalanes les quieren”, pero sí que yo les quiero. Un
grano no hace granero. Pero ayuda, compañero.
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