Vive la vida como eres en vez de como deberías ser. ¿Y cómo saber cómo eres?
Vive la vida como eres en vez de como deberías ser. ¿Y cómo saber cómo
eres?
Manuel Ángel Santana
Turégano.
“La imagen que cada quien tiene de sí es el resultado de lo que piensa
que los demás piensan de él (o de ella) (C. H. Cooley)
Los últimos avances en psicología
de la personalidad plantean que, como es muy difícil cambiar la personalidad,
es mejor intentar adaptar el entorno en que tenemos que vivir a nuestra
personalidad que no adaptar nuestra personalidad al entorno que nos toca vivir.
En la formulación de Martínez de Ubago (2016), que resulta muy atractiva, la
idea es que debemos de conocernos y vivir la vida como somos, y no como
deberíamos ser. En el debate entre nuestra la naturaleza, ejemplificada en la
idea “soy así porque hay algo en mi
interior que me hace ser así, es mi esencia más íntima”, y la sociedad,
ejemplificada en la idea “soy así porque
la vida me ha hecho así” parecería que estos argumentos reforzarían el rol
de nuestra naturaleza: cada quien tiene una “naturaleza” de acuerdo a la cual
se comporta y es absurdo intentar cambiar eso. Pero lo cierto es que es un
falso debate. Vive la vida como eres, y no como deberías ser. De acuerdo. ¿Y
cómo sabes quién eres? Porque alguien te lo ha dicho, y, siempre, en
comparación con otros. Y explicaré esto con un ejemplo personal.
Este verano, en el que estoy pedaleando por aquellos lugares en los que empecé a hacerlo, y en que empezó mi afición al ciclismo, haca ya más de 30 años, estoy algo desanimado para montar en bici. Usando los términos del libro al que acabo de hacer referencia, quizá le he cogido un poco de tirria a la bicicleta porque a veces me da por pensar que he “perdido” parte de mi vida por no saber quién era y malgastar tiempo y energía persiguiendo sueños que nunca estuvieron a mi alcance. ¿Por qué empecé a montar en bicicleta? Como todo, en parte por azar. Pasé buena parte de mi adolescencia en un entorno ideal para montar en bicicleta: el Campo Internacional de Maspalomas era en las décadas de 1980-1990 una zona recién urbanizada, llana y con kilómetros en los que pedalear tranquilamente sin que nadie te molestara. En mis inicios no me atraía la bicicleta tanto por su vertiente competitiva, sino porque era un medio de transporte que me daba lo que a un adolescente un tanto introvertido tanto le podía gustar: sensación de libertad, poder ir de un sitio a otro, estar tranquilo; si tenías con quién podías pedalear acompañado, pero si no podías montar solo. Podías, si querías, escaparte también hacia barrancos, y había también algunos puertos de montaña. El hecho es que, coincidiendo con el Tour que ganó Perico Delgado me animé a competir. Y es cierto que en alguna carrera quedé tercero de mi categoría (incluso segundo en una) pero también es cierto que en esas carreras corríamos menos de 10, nunca ha habido mucha afición al ciclismo de carretera en Gran Canaria, y menos en categorías inferiores. Así que el ciclismo se convirtió para mí en parte de mi identidad social(identidad y personalidad no es lo mismo). Siendo basante empollón, con tres cambios de centro escolar en seis años, y sin destacar porque jugara bien al fútbol (ni al baloncesto, que era un deporte algo popular entonces), ni especialmente simpático, el ciclismo me permitía construir mi identidad social en positivo. Puede que en el colegio no fuera muy popular, pero el domingo participaba en una carrera, y con un poco de suerte el lunes o el marte aparecía en el periódico que en mi categoría había quedado en el puesto "x" (3º o 5º, o el que fuera). Desde ese punto de vista, el ciclismo era un deporte más “rentable” que otros más populares: podías ser relativamente bueno en el fútbol, pero no salías en el periódico; en ciclismo, como éramos tan pocos los que corríamos, bastaba que terminaras para que tuvieras bastante probabilidad de salir en el periódico. Y del ciclismo de entonces al ciclismo de ahora, marcado, como todo por las redes sociales. Strava es una red social, utilizada sobre todo por corredores y ciclistas (y en menor medida también, nadadores) que utilizando los datos de los dispositivos GPS permite compartir los recorridos que has hecho con otras personas. Lo que quizá lo ha convertido más popular es una característica, los “segmentos” y es por estos por lo que quizá ha tenido más impacto entre los ciclistas que entre los corredores. Los usuarios marcan como un “segmento” determinados tramos de carretera, y pueden comparar el tiempo que han hecho con otros deportistas, aficionados o profesionales.
Y explicaré esto con ejemplos propios
recientes. El pasado sábado 25 de julio
salí a correr en La Laguna, sin un objetivo muy concreto. Al final terminé
haciendo una media maratón (21,1 kms) en 1 h 33’ 27’, lo que me reafirma en una
idea que hace tiempo que ya sé. A niveles populares, lo de correr “se me da
bastante bien”, soy “relativamente bueno”, hay gente que se pasa tiempo entrenando
para hacer ese tiempo en una competición y yo lo hice como un entreno más.
Pero, aunque Strava permite hacer esto aún más evidente, no es algo que yo
ya no supiera. En
bicicleta es distinto, porque el tiempo que haces depende del viento, de con
quien vas, y aunque hay pruebas que durante cierto tiempo se han convertido en
una especie de título de nobleza en ese sentido (he terminado una
Quebrantahuesos, o una Fudenas, o una… en un tiempo X), es más difícil comparar
tiempos.
Pues bien, al día siguiente de hacer una media
maratón, por mi cuenta, en 1:33:27, saqué la bici, y ya puestos, me puse a
subir al Teide por El Portillo, pensando que si no tenía muy buenas piernas
pues iría más tranquilo y punto. Y eso hice. Pues bien, en el segmento de
Strava que son los 27,24 kms que hay desde La Orotava hasta El Portillo tardé
un poco menos de dos horas, menos de media hora más que Thibaut Pinot, un
profesional actualmente en activo y que ha hecho pódium en el Tour de Francia. En
la clasificación del segmento en Strava ocupo en la actualidad el puesto 724 de
3.522. Si tenemos en cuenta que subí, incluso para mi propio ritmo, “despacio”,
que tenía las piernas pesadas de haber corrido una media maratón el día antes,
podría parecer que el ciclismo, en subida, tampoco se me da del todo mal. En
subida. Porque en bajada, en los 31 kms que hay entre el cruce de Izaña y la
Esperanza, tardé media hora más que los más rápidos, y en la clasificación
actual de Strava ocupo el puesto 1.072 de 1.510, o sea, de los últimos. Es verdad
que estaba incómodo con la bici, que al frenar me hacía ruido. Pero que bajando
soy más lento que el caballo del malo es un hecho. Así, la semana siguiente (el domingo 2
de agosto), en la bajada de San Mateo a Tafira Baja (Gran Canaria) aunque bajé
4 minutos más rápido que la última vez que lo había hecho, el 1 de enero, seguí
haciéndolo bastante lento, de forma que soy de los últimos en la clasificación,
el 323 de 381.
¿Y qué tiene que ver todo esto con los factores de la personalidad? ¿Nacemos o nos hacemos? ¿Cómo podemos hacer para empezar a vivir la vida como eres y no como deberías ser? Y es aquí donde, por deformación profesional de sociólogo, no puedo evitar pensar que no sólo es una construcción social lo de “cómo deberías ser”. Sino que también la propia idea que tenemos de quienes somos, que puede estar más o menos cercana a la realidad “natural”, es fruto de un proceso social. Empecemos, siguiendo con el ejemplo, por ver lo que hay de natural, de genético en nuestro comportamiento, en nuestro rendimiento. Si se me da relativamente bien correr, o subir puertos de montaña en bicicleta, es porque mi genética se adapta para ello, porque tengo una relación peso/potencia bastante buena. Durante mucho tiempo pensé que como subir se me daba, bastaba con esforzarme y terminaría bajando mejor y siendo un “buen ciclista”. Ahora entiendo que no. Sentir más o menos miedo en las bajadas puede tener un componente genético. Tener un gen más o menos competitivo tiene un componente genético, yo casi nunca he esprintado en los finales de las carreras. En todos los deportes los grandes ganadores tienen un cierto “instinto asesino”, un “ansia de ganar”, que seguramente no es muy cercana a personalidades que puntúan elevado en empatía y amabilidad. Siempre se ha dicho de algunos grandes campeones que sabían dejar que ganaran otros… para hacer alianzas; pero eso puede entenderse, en cierto sentido, como una excepción.
Y volviendo del
deporte a la personalidad: ¿cómo me hago una idea de cuál es mi personalidad?
Pues, como habría dicho C.H. Cooley: lo que yo pienso de mí mismo es el
resultado de lo que yo pienso que los demás piensan de mí. Cuando yo era
adolescente, como no existía Strava y éramos muy pocos los que montábamos en
bicicleta, podía auto convencerme de que mi prudencia en los descensos era
normal. Al ser Canarias un lugar al que acuden en invierno a entrenar muchos
ciclistas profesionales, auténticos campeones, es posible compararse con ellos
en Strava. Yo he hecho las mismas rutas que ha hecho, por ejemplo, Froome,
ganador de 4 Tours de Francia, tanto en subida como en bajada. Antes de que
Strava estuviera generalizado, también sabía que se me daba más o menos bien
correr maratones y medias maratones porque no es sólo que hubiera quedado bien
una vez en La Gomera, donde había pocos participantes; es que cuando he ido al
Reino Unido o a Holanda, a Estados Unidos o Argentina, no sólo he hecho tiempos
similares, sino que he ocupado lugares similares en la distribución de las
clasificaciones, entre el 5 y el 25% de los mejores de una carrera. No lo
suficientemente bueno como para ganar, pero relativamente “bueno”. Ahora llevemos
el razonamiento a un terreno un poco menos objetivo, y a una fase de la edad
más confusa, la adolescencia. En el mundo hay millones de niños convencidos de
que serán estrellas del fútbol. Y millones de padres convencidos de que sus
hijos serán grandes estrellas del fútbol. ¿Por qué? No hay el equivalente de un
“Strava” ni de unas marcas en atletismo, que digan “si es capaz con 12 años de chutar un balón a 87 kms/h está entre los
chutadores más potentes”, por ejemplo. Básicamente, quienes creen que serán
estrellas del fútbol, quienes creen que sus hijos serán estrellas del fútbol,
lo creen porque piensan que los demás lo piensan, como habría dicho Cooley. ¿Y
qué pasa cuando hablamos de la personalidad? De acuerdo, me parece muy buena
idea lo de dejar de intentar cambiar y conformarme con vivir la vida como soy,
y no como debería ser, pero ¿cómo sé cómo soy?
Cada quien se hace
idea de cómo es en función de cómo es etiquetado por los demás. Si desde
pequeño vienes escuchando que eres un niño tranquilo, tímido y con gran
capacidad para conectar con otras personas quizá pienses que, usando los
términos actuales, eres una persona introvertida y empática. Claro que también
podría pasar que las etiquetas que te han colocado, y con las que te has
autodefinido, no fueran adecuadas. En la actualidad el proceso mediante el cual cada quien se hace una idea de cómo es tiene que ver con la manera en que se percibe, en comparación con los demás, lo que en la actualidad se hace en gran medida de manera mediada a través de las redes sociales. De la misma
manera que subir de La Orotava a El Portillo en 1:57 resulta más o menos rápido
cuando lo comparas con los tiempos que han hecho otros, haces un test y no te
dicen si tienes mucha o poca empatía o neuroticismo, por ejemplo: lo que te
dicen es que tu puntuación es más elevada que el 90% de las personas que han
hecho el test, por seguir con los ejemplos. Hay libros (Cain, 2012) que
plantean que puede haber variaciones relativamente significativas en los
distintos rasgos de la personalidad entre distintos países. Mi padre tiende a
pensar que yo soy “alto” (mido 1,71) sencillamente porque en su mundo (sus
cuatro hermanos) la gente no solía llegar al metro setenta. Y volviendo a citar
el libro de Cain, la elevada deseabilidad social de determinados rasgos hace
que muchos progenitores se auto engañen, y engañen a sus hijos, respecto a la
posesión de determinados rasgos que son vistos como “buenos”. Mi padre tiende a
pensar que yo soy “alto” porque ser alto es visto como algo bueno. Cain plantea
que en la sociedad contemporánea hay tal exaltación de la extroversión que
quizá muchos padres prefieran ver a sus hijos como extrovertidos cuando en
realidad no lo son, por el mismo motivo que en el mundo hay millones de padres
convencidos que su hijo será el “balón de oro” (el mejor futbolista) dentro de
20 años, cuando lo cierto es que sólo uno tendrá razón y el resto estará
equivocado.
Volviendo al libro de Martínez de Ubago (2016), las corrientes más actuales en la psicología de la personalidad tienden a plantear que el papel de los padres en la educación de los hijos es menos importante de lo que tradicionalmente se había creído. Que los padres transmiten a los hijos, por vía genética, parte de su personalidad, pero que, a partir de ahí, hagan lo que hagan, sus hijos acabarán desarrollando su propia personalidad. Y que, por ejemplo, y usando términos muy coloquiales, si un joven es “desordenado”, por más que los padres se empeñen en educarle para que sea ordenado no conseguirán nada. Lo cual, si es cierto, creo que paradójicamente le da una importancia enorme al papel de los padres, lo único que en un sentido quizá distinto al que se le solía dar. En realidad, los padres no sólo te transmiten, vían herencia genética, buena parte de tu personalidad. Sino que también te transmiten, vía aprendizaje, la percepción que tú tienes de tu propia personalidad. Es decir, puede que seas introvertido o emocionalmente independiente porque lo has heredado de tu padre o de tu madre. Pero también, tiendes a pensar "es que yo soy una persona muy tranquila" porque desde pequeño has escuchado a tu padre y tu madre decir: "es que este niño es muy tranquilo". De la misma manera en que una cosa es que tú puedas tener más o menos condiciones para correr, jugar al fútbol, tocar el piano o montar en bicicleta porque lo has heredado, vía genética, de tus progenitores. Y otra cosa, bastante distinta, es que tú puedas pensar que tienes más o menos condiciones para correr, jugar al fútbol o tocar el piano porque tus padres te han hecho pensar eso, sea verdad o no. Porque quizá lo que te han hecho pensar tus padres no se adecuaba a la realidad. Todos podemos pensar en ejemplos de padres (o abuelos) que se han empeñado en que su hijo tenía grandes condiciones para el fútbol o la música, por poner dos ejemplos habituales, y han condenado a sus vástagos a vivir parte de su vida desgraciados, intentando vivir acorde a una naturaleza que no era la propia. Siguiendo con el ejemplo anterior: para ser buen ciclista no sólo basta con tener una relación peso/potencia buena y subir rápido. También hay que tener cierto “amor por el riesgo” y disfrutar los descensos a tumba abierta. Si no, como me ha pasado a mí durante mucho tiempo, disfrutarás en las subidas y lo pasarás mal en las bajadas. En mi caso particular, como ya he entendido que nunca disfrutaré los descensos rápidos he dejado de intentarlo. No bajo más rápido que antes, simplemente, renuncio a intentar seguir en la bajada al ciclista que va delante de mí, de la misma manera que en la subida muchos de los que van detrás de mí no pueden seguirme.
Lo que en Sociología se denomina "proceso de socialización" puede que no construya tanto la personalidad, que en gran medida viene condicionada por la genética, pero sí que influye poderosamente en la percepción de cada quien sobre el proceso de socialización: es decir, puede que, al final, que seas más o menos introvertido, por poner un ejemplo, no dependa tanto de tu crianza. Pero que tú te percibas como más o menos introvertido sí. Y en el proceso de socialización influyen no sólo la familia, como ya hemos mencionado, sino también los grupos de iguales y los medios
de comunicación. Siguiendo con mi ejemplo particular, durante mi adolescencia
buena parte de mi identidad social de construyó en torno a la idea de “soy
ciclista”, hasta el punto de que una de mis hermanas, que vive lejos, cuando se
cruza conduciendo con un ciclista le dice al marido “ahí va un Manolillo”. Un adolescente que monta en bicicleta es
percibido en Holanda como un adolescente más (lo de montar en bicicleta lo hace
todo el mundo). Pero como en Gran Canaria eso era muy raro, se convirtió en
parte de mi identidad. Cuando yo era adolescente era alguien que le daba muchas
vueltas a las cosas, que le encantaba pensar y leer mucho. Eso era muy raro en
mi entorno (en el Sur de Gran Cana ria el nivel de estudios en 1980 era bajo), y
por ello contribuyó, en parte, a definir mi identidad: yo era “el rarito”, el “empollón”,
el “cara libro” o “el que le da demasiadas vueltas a las cosas”. Aún hasta
recientemente he tenido que aguantar de muchas pretendidas, pretendientas y ex
parejas que me dijeran, como algo malo “que pensaba demasiado” o que “le das
demasiadas vueltas a las cosas". Pero eso, que en algunos entornos era “raro” es
de lo más normal en otros entornos. Por eso lo que más he disfrutado cuando he
estado en “universidades prestigiosas” no es tanto el prestigio, cosa que le habría importado quizá más a mi padre. Sino que me he encontrado en mi salsa porque
resulta que en ese entorno muchas de las características de mi personalidad, como, por ejemplo, que me gustara leer, que tuviera cierta tendencia a pensar mucho las cosas, o que no me gustara tanto salir como a otros, que en otros entornos (por ejemplo, el Sur de Gran Canaria en 1987) me hacía ser percibido como "raro", en esos entornos yo era de lo más normal e incluso era menos "raro" que otros.
En el capítulo número 7 de su libro Martínez de Ubago y Aznar Briones (2016) plantean que, pese a que ellos defienden que las personas apenas cambian (la estructura de la personalidad es estable) lo cierto es que las personas sí que tienen la percepción de que cambian. Y entre los factores que explican esto señalan: 1) la evolución natural del rasgo (por ejemplo, los hombres tienden a hacerse más introvertidos con la edad, mientras que muchas mujeres se extrovierten tras la menopausia) 2) la motivación, que nos lleva a cambiar un poco nuestra personalidad para conseguir algo que nos motiva, como yo supongo que en algún momento, porque pensaba que me jugaba algo, bajé más rápido en bicicleta y 3) cuando puedes ser. Incidiendo en este último factor, yo diría que he llegado a la media edad y me he dado cuenta de que no soy como creía ser, no soy como me dijeron que era.
En realidad, no sólo es que no elijas la
personalidad que tienes, es que tampoco elijes a tus padres, las creencias de
tus padres y el marco cultural en que te toca desarrollarte. Volviendo a mencionar
la idea de que nuestra sociedad idolatra unos tipos de personalidad y detesta
otros, como señala Cain en su libro “El poder de los introvertidos”, uno nace
alto o bajo, rubio o moreno, de ojos azules o verdes, introvertido o
extrovertido. Y luego viene la sociedad y te dice que una cosa es buena y otra
es mala, o al menos, menos buena. Con tu altura, color de pelo o de ojos te
tienes que reconciliar relativamente pronto, porque son rasgos tan evidentes
que no te puedes auto engañar. Pero con la personalidad sí. Si te dicen que “lo
que hay que ser es extrovertido”, aunque seas más bien introvertido siempre
puedes recordar comportamientos tuyos en que has sido extrovertidos (todos
tenemos rasgos de todos los tipos), y auto convencerte de que en realidad sí
que tienes las características que la sociedad espera de “un buen miembro de la
sociedad”. Y así podríamos poner miles de ejemplo: si nuestra sociedad cree que
los hombres han de ser competitivos, y las mujeres empáticas, es normal que
tiendas más a auto convencerte de que tienes las características adecuadas.
Puede que la manera en que tus
padres te crían no influya mucho en cómo se desarrolle tu personalidad, pero sí
en cómo tú la percibes. Mi padre sufría “miopía social” que le hacía pensar que
yo era “alto” cuando en realidad no lo era. Quizá también, porque son valores
altamente apreciados en nuestra cultura, ha tendido a verme como una persona
ordenada, trabajadora, sacrificada, inteligente y no sé cuántas cosas más, y es
partir de lo que yo pensaba que los demás pensaban de mí que me he ido
construyendo mi auto imagen. ¿Pero y si los demás eran como mi padre, y me decían
que era como en realidad no soy? ¿No me habré construido una imagen de mí misma
errónea? Por lo tanto, una primera influencia de los padres en la personalidad
se da mediante ese mecanismo: te ayudan a tener una percepción más o menos
adecuada de tu propia personalidad. Pero otra influencia, quizá más importante,
tiene que ver con la medida en que te permitan vivir en paz con tu propia personalidad. Mis padres me pueden
haber transmitido la idea de que soy introvertido, cuando en realidad soy
extrovertido, de que no soy empático, cuando en realidad lo soy, de que puntúo
bajo en responsabilidad, cuando en realidad puntúo alto. Pero lo importante no
es cuánto puntuamos, sino qué hacemos con ello. ¿Que yo pueda ser extrovertido o introvertido, más o menos empático, es visto socialmente como algo bueno o malo? ¿Qué hacemos con ello?
Volviendo a los ejemplos de Strava,
si en la subida de La Orotava al El Portillo ocupo el puesto 724 de 3.522, habiéndolo
hecho tranquilo, y al día después de hacer una media maratón, quizá, si me esforzara
en entrenar para ello podría alcanzar un puesto “relativamente bueno”. Pero en
las bajadas casi que ni vale la pena que me esfuerce, si de lo que se trata es
de alcanzar un puesto “relativamente bueno”. Pero eso es porque yo parto de la base de que lo
de “nothing es imposible” es sólo un lema de márketing, pero en la práctica es
una solemne tontería. Volviendo del deporte a temas mucho más importantes, hay
personas que se pasan la vida luchando contra su naturaleza. Por usar términos
muy coloquiales, hay quien tiene una tendencia “desordenada” y se pasa la vida
luchando contra esa tendencia, convencido/a de que algún día podrá ser un
dechado de pulcritud. Quien no le gusta leer ni estudiar y se empeña en hacer
doctorados (conozco más de un caso) porque tenía un abuelo que fue doctor, y le
han dicho que para ser alguien de provecho hay que tener un doctorado. O quien,
por el contrario, quien se pasa la vida intentando ser mejor “comercial de sí
mismo, y más competitivo”, cuando lo cierto es que eso no va con su naturaleza.
Y todo ello tiene que ver con que hay quienes tienen la suerte de nacer en un entorno que les permite aceptar su propia naturaleza, y hay quienes tienen la mala suerte de nacer en un entorno que les lleva a pasarse la vida luchando contra la propia naturaleza.
Quizá puede ser un rasgo de mi personalidad lo de estar siempre buscándole los tres pies al gato, lo que creo que quizá me ha convertido en “relativamente bueno” en lo que hago (sociólogo académico). Así que, aunque sea buscarle un poco los tres pies al gato, admito que, si bien por una parte me gusta el discurso de los psicólogos, ejemplificado en el título del libro de Martínez de Ubago y Aznar Briones (2016): Deja de intentar cambiar. Vive la vida como eres en vez de como deberías ser pienso que es un discurso parcial y que necesita complementarse desde una perspectiva más sociológica. De acuerdo, me parece fantástico que yo tengo que aceptar mi propia forma de ser y deje de intentar cambiar. Pero para ello pido una sociedad que admita que mi forma de ser es tan válida como cualquier otra. Tristemente, no todo el mundo, a lo largo de toda la historia de la humanidad, ha podido hacerlo y no sólo en las novelas folletinescas del XIX en que los personales se veían obligados a vivir contra su voluntad. Para que puedas vivir la vida como eres en lugar de como deberías ser, lo primero que ha de pasar es que la sociedad admita que la tuya es una forma de ser válida. Aunque es tarea individual de cada quien la de aceptarse como es, es tarea colectiva la de crear un entorno en que todas las formas de ser sean válidas.
La hiper competitividad de la sociedad actual nos lleva a pensar que no vale la pena jugar a aquellos juegos a los que no puedes ganar, porque entendemos que la única forma válida de ser es la "forma de ser ganadora". Así que terminaré haciendo una reflexión, volviendo al Strava. De acuerdo, soy malo bajando, y de los 383 “clasificados” en segmento de San Mateo a Tafira Baja soy de los últimos, el 323. ¿Acaso sería mejor que subiera en bicicleta y bajara en coche? Pues no. Lo que quizá no tiene mucho sentido es que mire los tiempos, o que intente mejorar, sobre todo mejorar en la clasificación (otra cosa sería mejorar mi propio tiempo). Porque lo cierto es que, aunque fuera el 383 de 383, toda clasificación, necesariamente, ha de tener alguien que ocupe la última posición. La "forma de ser ciclista" de mucha gente, que no está demasiado en forma, es subir despacito y bajar más rápido; es una forma de ser que es socialmente considerada como "aceptable". Los que son considerados "buenos" tienen una "forma de ser ciclista" que les hace subir rápido y bajar rápido (están más en forma). Es una forma de ser que es socialmente considerada como "deseable". Y luego hay algunos que tenemos una "forma de ser ciclista" un tanto rara, que nos lleva a acabar saliendo casi siempre solos. Porque subimos más rápidos que la mayoría, con lo cual subiendo no nos siguen muchos. Pero luego bajamos más lentos que la mayoría, con lo cual la se nos van bajando. Acabamos casi siempre solos. Desde luego, es una "forma de ser ciclista" que socialmente no encaja muy bien, pero ¿quiere ello decir que sea menos válida? Parafraseando el título del libro, para que dejemos de intentar, y vivamos la vida como eres, en lugar de como deberías ser, la sociedad nos ha de demostrar que nos acepta como somos. Tanto si eres de los primeros en la clasificación de la subida como si eres de los últimos. Tanto si eres de los primeros en la clasificación de las bajadas como si eres de los últimos.
Es tarea individual de cada quien el aceptarse como es, el aceptar la propia forma de ser. Si viviéramos en una sociedad que sólo aceptara como "formas geómetricas
aceptables" a los círculos nos encontraríamos a un montón de cuadrados
que intentarían recortar su figura. Y nadie culparía a los cuadrados por
no aceptarse como son, se entenderían que no están haciendo más que lo
que la sociedad les pide para "encajar". Pues hagamos lo mismo con las
personas y las personalidades. Es una tarea colectiva de todos el construir sociedades que acepten todas las formas de ser, todas las personalidades. Sólo entonces, cuando
nos sintamos plenamente aceptados, será cuando dejaremos de intentar vivir la vida como
nos imponen que deberíamos ser y disfrutaremos de vivir la vida como somos.
Referencias
Cain, S. (2012). El
poder de los introvertidos en un mundo incapaz de callarse. RBA
Davies, W. (2015). The
happiness industry: How the government and big business sold us well-being.
Verso Books.
Martínez de Ubago, R. y Aznar Briones, M. (2016): Deja de intentar
cambiar. Vive la vida como eres en vez de como deberías ser, Madrid, Calima.
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