De bellas, bestias y otros cuentos. ¿Psicología de la personalidad vs Sociología?
De bellas, bestias y otros cuentos. ¿Psicología de la personalidad vs Sociología?
Manuel Ángel Santana
Turégano.
“El problema es que la gente vive la vida como debería ser en vez de
como es. (…) El problema es que las personas viven como deberían ser en vez de
como son”. Martínez de Ubago y Aznar Briones (2016)
Durante mucho tiempo los seres
humanos nos hemos planteado la cuestión de si “nacemos” o “nos hacemos”, si es
que la vida nos hace bellos(as) o bestias o si es que uno nace un poco bestia y
por ello acaba viviendo la vida que vive. Durante más de dos siglos, a partir
de la Ilustración, la idea que ha dominado es la de la “tábula rasa”. A partir
de los ideales iguales (“todos los seres humanos han sido creados libres e
iguales”) se ha tendido a crear que el comportamiento humano se explica más por
el condicionamiento social (nurture)
que por la naturaleza (nature). Sin
embargo, en los últimos veinte años los desarrollos de las neurociencias y de
la psicología de la personalidad han descubierto que la personalidad es en gran
medida innata, genética. El modelo aceptado actualmente es el de los cinco
grandes factores de la personalidad: apertura, responsabilidad, extraversión,
neuroticismo y amabilidad. De la misma manera que nacemos con un determinado
color de ojos, con una determinada estatura, con mayor facilidad para correr
largas distancias o para levantar grandes pesos, nacemos con unos determinados
rasgos de personalidad. Claro que no es lo mismo “personalidad” que
comportamiento. La personalidad está compuesta por rasgos, y los rasgos son la
predisposición a comportarnos de una forma relativamente consistente (en
diversas situaciones y lugares) y relativamente estable (en distintas
ocasiones). Así, por ejemplo, siguiendo una acertada metáfora de Martínez de
Ubajo y Aznar Briones (2016) la extroversión podría definirse como el “ralentí”
del cerebro. Hay quien tiene el ralentí muy bajo, y necesitan excitación
constante, o de lo contrario se “calan”, mientras que hay quienes el ralentí
más elevado, y lo que necesitan es más bien levantar el pie del acelerador para
no quemar el motor. En términos del lenguaje coloquial, que no resultan muy
alejados de las teorías científicas al respecto, las personas extrovertidas son
las que siempre están buscando estímulos externos (ir a fiestas, conocer gente)
mientras que las personas introvertidas necesitarán “paz y tranquilidad para no
estresarse”.
Los cinco grandes rasgos de la
personalidad los tenemos todos, y en lo que varía cada quien es en la cantidad.
Y la distribución de las personas en los distintos rasgos sigue una curva
normal. Así, siguiendo con ejemplos anteriores, hay personas que puntúan muy
elevado en el factor “extraversión”, y otras que puntúan muy bajo (a menudo se
les llama, coloquialmente, introvertidos). Hay quienes puntúan muy alto en
independencia emocional y quienes puntúan muy bajo. Pues bien, lo que los
descubrimientos científicos al respecto nos enseñan es que estas puntuaciones
son “genéticas” y que no se pueden cambiar. Por usar términos del lenguaje más
coloquial, quien “nace” con una empatía muy elevada no podrá evitar ponerse a
llorar con cualquier película sensiblona, que a otra persona le resulta
indiferente. Alguien que sea más introvertido podrá pasarse horas tranquilo en
casa estudiando de forma “natural” mientras que quienes tienen un natural más
extrovertido tendrán que hacer grandes esfuerzos para conseguir encerrarse
cuando tienen que preparar un examen muy difícil. Como que estos rasgos de la
personalidad siguen una curva “normal” es hasta cierto punto fácil de
comprender que la mayoría de la población se concentra en torno a la media, es
decir, no son ni muy extrovertidos ni muy introvertidos, ni muy empáticos ni
muy psicópatas. Pero justamente porque se trata de una curva normal, la mitad
de la población está situada en los extremos, es decir, de cada rasgo o tienen
muy poco (25% inferior) o tienen mucho (25% superior). Y aunque todas las puntuaciones
son “normales” y “sanas”, no todas son percibidas socialmente igual. Quizá esto
se entiende mejor con un ejemplo de nuestras características físicas y no
psicológicas. Como ya hemos dicho, nuestra altura, nuestro color de ojos,
pigmentación de piel, tendencia a engordar, a desarrollar grasa o músculo
vienen determinadas genéticamente. A nadie se le ocurre plantear que un hombre
que mida 1,59 o 2,15 esté “enfermos”, se asume que “es así”. Con el peso parece
que somos un poco menos tolerante. Yo, que creo que en la vida he llegado a
pesar 60 kgs, he tenido que aguantar innumerables veces que me dijeran que “estoy
demasiado flaco”, sugiriendo de alguna manera que no era “normal”, que había algo
enfermizo, que no estaba bien. Pues bien, algo parecido podría decirse de los
rasgos psicológicos. Alguien que nos parezca que se emociona demasiado o
demasiado poco puede, sencillamente, estar “hecho así”, de la misma manera que
unos son altos y otros bajos, aunque está claro que para cada caso concreto
será difícil saber si es que “es así” o es que está sufriendo algún tipo de
trastorno.
Pues bien, de la misma manera en
que la sociedad nos impone determinados cánones estéticos acerca de cómo
debemos de ser físicamente, se nos imponen también determinados rasgos de
personalidad. Y, aún, es más, en función del grupo al que socialmente se
considere que pertenecemos, se supone que debemos tener unos rasgos de
personalidad y no otros. Por abundar en ejemplos, sobradamente conocidos,
históricamente han existido estereotipos sobre hombres y mujeres, que han
acabado cayendo a menudo en absurdos como “si
es un hombre y es empático es que es homosexual, porque ya se sabe que los
hombres no son buenos con las emociones”. Aunque esto no es más que mi
opinión personal, quizá el gran avance de lo que a menudo se llama “perspectiva
de género” tiene que ver con eso, con dejar que la gente sea como es, y no como
la sociedad espera que sean. Pero basta mirar a la realidad para ver que esta
perspectiva presenta, en la actualidad, un balance agridulce. Qué bueno que hoy
en día haya muchas mujeres que se hayan librado de los estereotipos, y si, por
ejemplo, está en su “forma de ser” ser pilotos de fórmula 1, se hayan
convertido en pilotos (aunque antes se pensara que esa forma de ser tiende a ir
más con los hombres). Pero, tristemente, aunque algunos estereotipos puedan
estar cayendo parece que se están reforzando otros, pues, por ejemplo, parece
que hoy en día es casi incompatible ser hombre (heterosexual) con ser profesor
de primaria.
Las teorías actuales de la
psicología de la personalidad plantean que “Un
50% de nuestra forma de ser depende de los genes, un 0% depende de la
experiencia compartida (es decir, y aunque suene sorprendente, no influye en tu
forma de ser que te críes en una u otra familia), y un 50% depende de la
experiencia privada. Y esto chocaría en gran medida con lo que ha defendido
tradicionalmente la Sociología, la idea del “yo” como un “self-looking glass”
de C.H. Cooley, uno de los primeros sociólogos, que viene a plantear que “la imagen que cada quien tiene de sí es el
resultado de lo que piensa que los demás piensan de él (o de ella)”. ¿Cuál
es nuestro yo? ¿Una personalidad que es básicamente genética, y por lo tanto
fundamentalmente estable en el espacio y el tiempo? ¿O una identidad, que es
básicamente social, y que por lo tanto puede cambiar si cambiamos de lugar, o
si cambian los tiempos? Pues depende.
Desde la publicación del libro de
Susan Cain “El poder de los introvertidos” (Cain, 2012) se ha empezado a poner
atención al hecho de que determinados tipos de personalidad son mucho mejor
vistos socialmente que otros. Es curioso, porque, así como campañas del tipo “Real
Beauty” han enfatizado la idea de que físicamente todos somos distintos y que
nadie tiene por qué sentir vergüenza por ser cómo es no se ha dado algo
parecido en el terreno psicológico. A todos nos escandaliza (o al menos hacemos
que nos escandaliza) que alguien ha sido rechazado para un puesto de trabajo, o
que ha sido discriminado de una manera u otra, por tener unos cuantos kilos de
más, o por el color de su piel, o por ser poco agraciado físicamente o
sencillamente por no tener el físico que se espera de una mujer (o de un hombre).
Sin embargo, entendemos que es normal que quien no tenga capacidad de liderazgo
labia u otro tipo de características psicológicas consideradas socialmente
deseables sean dejados de lado a la hora de ocupar un puesto de trabajo.
Incidiendo en el argumento de que
“en el fondo el contexto no incide tanto”,
desde la psicología de la personalidad se plantea: “Cada uno tiene una estructura con la que ha de ser coherente para ser
feliz. Los humanos casi todo lo tenemos que aprender y es nuestra genética en
interacción con el ambiente lo que conformará lo que aprendemos y cómo nos
manifestamos de adultos (…) Es el
cerebro, ya preparado al nacer, el que marca el camino”. (Martínez de Ubago
y Aznar Briones, 2016). En definitiva, lo que se nos viene a plantear es que lo
que tienes que hacer es “aceptarte tal y como eres” y o no intentar cambiar, lo
que resulta bastante coherente con el ethos
neoliberal de nuestros tiempos. Y lo cierto es que, la Sociología suele
ocuparse de esas cosas, no todas las personas estamos en igualdad de
condiciones. Para empezar, porque en la actualidad nos toca vivir, con una intensidad
nunca antes vista, la creencia generalizada en el mito de que “el cambio
siempre es posible”. Así, por ejemplo, antes a un joven al que le costaba
estarse quieto (extrovertido) se le aconsejaba que eligiera una profesión que
no le implicara estar mucho tiempo quieto; por el contrario, alguien para quien
el trato con muchas personas resulta estresante (introvertido) se le aconsejaba
profesiones más tranquilas. Hoy en día ya no es así. Con la creencia de que si
verdaderamente te esfuerza “nothing is imposible”[1]
se llega a situaciones que, vistas desde la distancia, serían cómicas sino
fuera porque son trágicas. Yo creo que en la actualidad en las universidades se
malgasta mucho talento porque hay muchísimas personas que llegaron hasta donde
están por tener una determinada personalidad (ser un tanto introvertidas, un
poco perfeccionistas) se les pide ahora que se comporten de manera antinatural (que
sepan vender su trabajo, que sean líderes, que…).
A mí estos “descubrimientos” de
la psicología de la personalidad me han llegado ya en mi “edad media”. Quizá
hubiera sido mejor conocerlos antes, pero es lo que hay. Me resulta muy
sugerente el título del libro “Deja de
intentar cambiar. Vive la vida como eres en vez de como deberías ser”. A veces pienso que ojalá me lo hubieran dicho
antes. Pero para esto también sirve la perspectiva sociológica, aunque quizá
sea necesario revisar algunas de las categorías que siempre hemos usado. En un
manual muy utilizado en las clases de introducción a la sociología se dice que “empiezas a pensar en términos sociológicos
cuando empiezas a pensar en términos de cómo el pertenecer a unos grupos
sociales u otros condiciona nuestra vida”. En mi caso personal, yo me he
pasado mucho tiempo intentando cambiar, intentando vivir la vida como me decían
que debía ser, y no como era. Claro que esto ha estado socialmente
condicionando, diría incluso que determinado. Me criaron en un entorno en que “siempre
es posible cambiar” era dogma de fe, que presuponía que, si me esforzaba lo
bastante, podría ser como debía ser, y si no lo lograba era tan sólo porque no
me esforzaba lo bastante. Pasada la media edad ya sé que nunca voy a ser más
alto, ni mucho más fuerte, y en el terreno físico lo de “vivir cómo soy en vez
de como debería ser” se puede traducir en correr maratones en lugar de jugar al
baloncesto (que era el deporte al que jugaba entre los 10 y los 13 años). ¿Estamos
mejor o peor que antes? En algunos ámbitos quizá mejor. Para las personas homosexuales,
hasta hace unos cuarenta años en España (y sólo desde 1967 en países tan
avanzados como el Reino Unido), lo de “el
problema es que las personas viven como deberían ser en vez de como son”
era una quimera, pues la sociedad les obligaba a vivir como deberían ser (heterosexuales)
en lugar de como eran. Pero diría que, dejando de lado ámbitos concretos como
el señalado, en términos generales estamos peor ahora que hace 50 o 100 años. Y
es que la creencia en que “nothing is imposible” se ha convertido en un dogma
de fe tan fuerte que hace que sintamos presión por tener el tipo de
personalidad que la sociedad actual considera como ideal, cuando quizá tenemos
otro tipo de personalidad. Y es quizá por eso porque la nuestra es una sociedad
cada vez más loca. Como plantea Davies (2015) en su libro, la industria del
bienestar nos ha hecho creer que podemos ser lo que queramos, que podemos estar
a la altura del hombre o mujer ideal que según la sociedad deberíamos ser. Cervantes
presentaba a Don Quijote como un loco porque veía gigantes donde sólo había
molinos. Quinientos años después la sociedad nos dice a los que somos pequeños
que podemos ser como gigantes. Pues sí, quizá, de manera individual, la receta
más fácil para “ser feliz” sería vivir la vida como eres en vez de como deberías
ser. Pero para ello tendremos que crear, de manera colectiva, las condiciones para
que, seas como seas, puedas vivir la vida como eres y no como otros piensan que
deberías ser.
Referencias
Cain, S. (2012). El
poder de los introvertidos en un mundo incapaz de callarse. RBA
Davies, W. (2015). The happiness industry: How the government and big business sold us
well-being. Verso Books.
Martínez de Ubago, R. y Aznar Briones, M. (2016): Deja de intentar
cambiar. Vive la vida como eres en vez de como deberías ser, Madrid, Calima.
[1] Recuerdo
una clase en que, para ilustrar la idea de que estamos condicionados, dije que
yo, que mido 1,72, difícilmente me habría convertido en jugador de baloncesto;
y algún alumno/a (no recuerdo) me dijo que no era así, que si verdaderamente
hubiera querido y me hubiera esforzado…
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