Cultura, sociedad e individuo II: ¿Es “Sálvame” un fenómeno natural o una aberración social?


Cultura, sociedad e individuo II: ¿Es “Sálvame” un fenómeno natural o una aberración social?

Manuel Ángel Santana Turégano



Aunque a menudo se nos olvida, cada uno de nosotros somos, además de muchas otras cosas, como hippsters o bohemios, amantes de la cerveza o del vino, merengues o culés, ateos o creyentes, somo miembros de una especie, somos homo sapiens. Y, aunque a menudo tendemos a olvidarlo, más en una época en que nuestra sociedad cree fervientemente en que nada es imposible (“imposible is nothing” es el eslogan de una conocida marca deportiva), lo cierto es que nuestra condición animal marca nuestras posibilidades vitales. Por más que nos digan que nada es imposible, es imposible que ningún ejemplar de homo sapiens corra tan rápido como una gacela, nade tan rápido como un tiburón o viva tantos años como una tortuga. Evidentemente, los seres humanos hemos creado culturas y tecnologías que nos permite, volar, nadar, o desplazarnos por la tierra mucho más rápido que cualquier otro animal. Pero esas son cuestiones que veremos posteriormente. En este apartado queremos centrarnos en cómo nuestra condición animal condiciona nuestro comportamiento. La mayoría de mamíferos, cuando están en celo, se aparean y procuran tener descendencia, no se plantean si es el momento adecuado para tener hijos, no se ha visto a ninguna leona (o león) que haya dicho que “prefiere vivir soltero y no tener hijos”, y por ello quizá tendemos a pensar que nuestra condición animal no nos condiciona. Pero no es así.

En primer lugar, nuestra condición animal nos condiciona porque somos un tipo de animal social. Los seres humanos, al igual que la mayoría de animales, estamos hecho para vivir rodeados de otros de nuestra misma especie, no somos lobos solitarios. Aunque el hecho de que tengamos un período de crianza tan largo hace que buena parte de nuestros comportamientos se entiendan mejor a partir del aprendizaje social y de la cultura, existen algunos condicionantes de nuestro comportamiento que no tienen que ver con la cultura, que no son socialmente aprendidos. Y lo primero que diremos a este respecto es que la estructura social no es una construcción social. Al igual que otros muchos seres vivos, quizá las abejas y las hormigas sean los ejemplos que más suelen venir a la mente al pensar en estos temas, los seres humanos vivimos en grupos, formando estructuras complejas, y de la posición que cada quien ocupe en esa estructura dependen muchas cosas: si tienes acceso a más y mejores recursos, vives en sitios más cómodos, tienes más posibilidades de encontrar compañero/a sentimental o sexual y tener descendencia, entre otras. Como la posición que ocupamos en un grupo es tan importante para nuestra vida, a los seres humanos nos interesan, de forma “natural” los cotilleos: quién hace qué, quién es alguien de fiar y quién no.

En los últimos años han tenido un importe desarrollo dos disciplinas, la antropología y la psicología evolutiva, que estudian cómo los comportamientos humanos pueden entenderse a partir de su utilidad o no para la evolución y la transmisión de los genes. Y es importante tener en cuenta que para la especie lo que es importante es la transmisión de los genes de la especie, no de un individuo en concreto. De hecho, y con ello tiene que ver la idea de evolución que, de forma más o menos intuitiva tiene quien quiera que haya superado una educación secundaria mínimamente seria, para que se propague una especie puede ser positivo que algunos individuos en concreto no propaguen sus genes, pues ello empeoraría las condiciones de la especie en la evolución a medio y largo plazo. Así que, aunque hoy en día, nos digan a menudo que “tienes que vivir tu vida sin preocuparte del qué dirán”, más aún en sociedades individualistas como son, en mayor o menor grado, todas las que actualmente existen en el planeta, preocuparse de los cotilleos no es absoluto algo frívolo. Al fin y al cabo, si nuestros antepasados hubieran sido ejemplares “perfectos” de homo sapiens, fuertes, inteligentes y ágiles, pero no hubieran sido capaces de ganarse el favor de sus semejantes, habrían sido condenados al ostracismo y expulsados de la tribu. Y, a medio y largo plazo, y por más que nos puedan gustar mitos como los de Robison Crusoe, aquellos ejemplares de homo sapiens que viven en soledad están condenados a no transmitir sus genes. Puede que en el pasado hubiera muchos seres humanos que se comportaran como lobos solitarios, pero es evidente que los actuales homo sapiens no somos los descendientes de ellos; porque, aunque un “lobo solitario” hubiera encontrado una “loba solitaria”, sus posibilidades de tener descendencia eran bajas: “it takes a tribe to raise a human”, hace falta una tribu para poder criar seres humanos.

Así que, antes de que más adelante nos introduzcamos en los intrincados mundos de las distintas culturas y sociedades, podemos decir que es hay algunos universales culturales, compartidos por todas las culturas y grupos y humanos. Y uno de estos es que se considera que son “buenos” (buenas personas, buenos miembros del grupo) quienes son capaces de tener comportamientos altruistas (lo que en inglés se llama self- less). Y con considerados malas personas (malos miembros del grupo) quienes tienen comportamientos egoístas (lo que en inglés se llamaría selfish)[1]. Ahora bien, ¿qué puede considerarse un comportamiento altruista y qué puede considerarse un comportamiento egoísta? Resulta cuando menos curioso decir que es “natural” que los comportamientos altruistas se consideren “buenos” y los “egoístas” malos cuando, ya en la tercera década del siglo XXI, la mayoría de seres humanos tendemos a pensar que nosotros somos “buenos”, que nos comportamos de manera altruista, que otras personas no sólo no siempre son capaces de ver y valorar eso, sino que, a menudo, son esas otras personas las que son egoístas. ¿Por qué se ha dicho en tantas ocasiones que lo “bueno” y lo “malo” depende de la cultura, que no es igual en todas partes?

Porque lo cierto es que se considera que un comportamiento es altruista cuando favorece al grupo propio, aunque ello a menudo sea a costa de otros grupos (humanos o no humanos). Y se considera un comportamiento egoísta aquel que se preocupa por sí mismo sin tener en cuenta lo que en una sociedad en concreto es considerado “otros significativos”. Los últimos descubrimientos en neurociencias[2] demuestran que los seres humanos somos muy tribales, y que cuando consideramos a “los otros” como miembros de otro grupo somos capaces de comportarnos de forma muy distinta a como nos comportaríamos si los vemos como miembros del grupo propio. De hecho, la triste y larga historia de genocidios de la humanidad tiene que ver justamente con eso: desde los pogromos hasta las matanzas entre tutsis y hutus, la crueldad de los seres humanos contra otros seres humanos llega a límites insospechados cuando uno de los grupos define al otro como “algo menos que humanos”. Visto desde este punto de vista, incluso el habitual tópico de que “a las mujeres les gustan los chicos malos” podría matizarse y verse desde un punto de vista distinto. En realidad, desde un punto de vista de la transmisión de sus genes, una mujer tiene todo el interés en estar con un hombre que sea capaz de ser “malo” con quien quiera que amenace su descendencia, matando incluso si fuera necesario, incluso poniendo si fuera necesario dando la vida por sus hijos. No olvidemos la importancia que tiene en nuestra cultura esta idea de “el padre que da la vida por sus hijos”: evidentemente, eso puede considerarse un ejemplo de un comportamiento altruista. En definitiva, podríamos decir que, pensando en términos de cotilleos, desde decenas de miles de años, los varones tenían interés en ser percibidos como lo suficientemente “buenos” como para sacrificarse por su propia prole, pero lo suficientemente “malos” como para incluso asesinar, si fuera necesario, a quien se interponga en su camino. Las habituales peleas entre suegras y nueras, y ya no digamos si la familia extensa se amplía a tías segundas o abuelas, pueden entenderse así. Un hombre que está siempre pendiente de su madre, de sus tías o de su abuela, está mandando la señal de que no va a estar lo suficientemente pendiente de su mujer y de sus hijos, lo que lo convierte en un “mal partido”. Pero recordemos que desde el punto de vista evolutivo lo importante no es el individuo, sino la especie. En realidad, un grupo necesita de gente que se ocupe de otra gente (la/el solterón que se ocupa de los tíos también solterones o de los sobrinos); que eso implica que los genes de ese individuo en concreto no se transmitan resulta irrelevante si contribuye a la perpetuación del grupo.

Otro aspecto de nuestro comportamiento, que, más allá de las múltiples variables que puede adoptar en cada sociedad tiene una base que se puede considerar natural es que la obsesión por el estatus que acabamos de señalar se acaba transformando en alguna forma de consumo ostentoso, siguiendo la terminología de Thorstein Veblen. Contar con la estima del grupo hoy en día tendemos a verlo como una “frivolidad” que se podría resumir en “preocuparse por el qué dirán”. Pero lo cierto es que, en términos naturales, sólo aquellos individuos que se preocupaban por contar con la estima del grupo han conseguido sobrevivir y en último término transmitir sus genes. Las teorías más actuales en este campo plantean que desde corta edad los “cachorros de homo sapiens” crean jerarquías, se preocupan por lo que los demás piensan. Existe una corriente de pensamiento que a menudo se llama “buenismo”, y que en los últimos tiempos ha bebido de las fuentes del igualitarismo, que plantea que la obsesión con la competitividad, que además se considera típicamente masculina, es una perversión que crea la sociedad en los infantes, que de por sí son buenos. Obviamente, quien piensa esto tuvo la suerte de vivir una infancia y adolescencia en el lado de los “ganadores” y no vivió en sus propias carnes lo crueles que pueden llegar a ser niños y adolescentes con otros niños y adolescentes. En qué medida las jerarquías se asocian a diferencias en el ascenso a los recursos ha cambiado a lo largo de la historia, pero el hecho es que siempre han existido jerarquías. En la segunda mitad del siglo XX una corriente de pensamiento planteaba “de una sociedad sin clases a una sociedad con menos clases”. Es decir, es posible que una sociedad la jerarquía sea tal que el 1% superior tenga el 99% de los recursos, y también es posible una sociedad más igualitaria en que el 10% superior tenga el 60% de los recursos; pero que se creen jerarquías difícilmente se va a eliminar jamás, pues está en la naturaleza humana.

¿Y qué papel juega el lujo y la obsesión por el estatus en todo esto? Un ejemplo que se pone a menudo para explicar esto es el de los “collares de dientes[3]”. Las jerarquías pueden establecerse en base a los más diversos criterios. Hay corrientes que, dentro de lo que en general tiende a denominarse “sociobiología[4]”, plantea, por ejemplo, que los ránquines por los que los hombres tienden a clasificar a las mujeres, que en último término tienden a asociarse con “el ideal cultural de belleza”, no son más que, en último término, “abstracciones acerca de la capacidad de una mujer para tener descendencia”. Entre las culturas prehispánicas de Canarias, por ejemplo, se tiende a considerar que imágenes como el “ídolo de Tara”, corresponden a representaciones esquemáticas de mujeres que, dadas las condiciones del entorno, donde las cambiantes condiciones podían causar hambrunas, tenían mayor potencialidad para tener descendencia viable: anchas caderas, pechos generosos… De hecho, la preferencia (al menos hasta bien pasada la época de Rubens) por las mujeres “generosas” tendría que ver justamente con esa percibida “mayor capacidad reproductiva”.  ¿Y cuál sería el equivalente de todo esto para el sexo masculino? Los collares de dientes, con los que los mejores cazadores se adornaban, intentando demostrar así su “competencia” (quizá hoy en día se le llamaría “capacidad competitiva” para cazar y así aportar proteínas al grupo o tribu. Piénsese que, en el colmo del altruismo, estaban dispuestos a “poner su vida en riesgo” por el bien del grupo (aportando proteínas). Por supuesto, lo que pasara con los otros (los animales, otros grupos) no importaba, y se podía ser bueno mientras se fuera “bueno” con el grupo propio, aunque se fuera malo con los otros grupos. Pero, por supuesto, mucho antes de que se falsificaran tesis y otras herramientas contemporáneas de incremento del estatus, las trampas siempre han estado al orden del día. Es mucho más difícil saber si alguien puede ser buen cazador (especialmente si eres una recolectora y tú misma no sueles ir de caza) que contar cuántos dientes tiene un collar. Con lo cual, “hecha la ley hecha la trampa”, también pudiera darse el caso de que alguien fuera bueno asesinando a los buenos cazadores, o robándoles sus collares, pero un auténtico desastre cazando.

El ídolo de Tara


Desde este punto de vista, la industria del lujo y algunos elementos de la sociedad contemporánea podrían explicarse también desde esta necesidad de ostentar estatus. Salvo que uno tenga una compleja formación en derivados financieros, es mucho más fácil ver que el director del banco tiene un coche caro o viste trajes de lujo que saber si, efectivamente, el director de esa sucurs[5] de que en realidad se produjo una hibridación entre los neandertales y los homo sapiens resulta especialmente sugerente, pues si se intenta aplicar el mismo tipo de razonamiento que antes utilizamos para entender, a través del ídolo de Tara, los ideales de belleza femenino, a los masculinos, vemos que éstos se asemejan más a los ejemplares varones de homo neanderthalesis que a los de homo sapiens. Los neandertales era tipos duros, fuertes y musculosos, y no porque fueran el chico guapo de un producto audiovisual mainstream, sino porque estaban adaptados a vivir, en la época de la glaciación, en la fría Europa, cuando había que caminar sobre nieve, y a veces había que podía esprintar, pero apenas se podía correr. Por el contrario, los homo sapiens provienen del cuerno de África, de donde vienen los mejores maratonianos: y si bien los keniatas tienden a ser un pelín más altos que los etíopes, se trata de “tirillas” adaptados a correr por la sabana, aptos para escapar de los leones y con el suficiente fondo para “cazar por agotamiento[6]”. Y las capacidades que pueden resultar mejores para un entorno y peores para otro no son sólo físicas, sino también psíquicas. Para ser cazador es mejor tener una personalidad valiente, lo que, siguiendo las teorías actuales al respecto, diríamos “con una baja puntuación en neuroticismo”. Para recolectar bayas y dar de comer a la tribu seguramente vendrían mejor personalidades un tanto más introvertidas[7]. Si entendemos que los seres humanos son, al fin y al cabo, individuos que pertenecen a una especie animal, es fácil comprender que igual que hay todo tipo de perros hay todo tipo de humanos, y que a unos se les da mejor correr, a otros encontrar trufas y a otros ayudar a pastorear o a cazar, y esto tiene que ver con los diferentes tipos de personalidad, que es lo que veremos en próximos apartados. Para terminar este, ya que nos hemos planteado, siguiendo las ideas de la antropología y psicología evolutiva, que nuestra especie es como es, al igual que otras especies animales, en parte como consecuencia de la adaptación al medio, tan sólo esbozar una reflexión. ¿Qué características tenía el entorno que nos ha hecho ser cómo somos? Siguiendo las ideas del antropólogo Niobe Thompson[8], nos quedaremos con la idea de que lo que ha caracterizado al entorno es el cambio, y lo que ha constituido la ventaja adaptativa del homo sapiens ha sido justamente esa capacidad de adaptarse al cambio. Pero eso ya será el tema de otras entregas.


Un collar de dientes








[1] En general, el grueso de las ideas que aquí se exponen están extraídas del capítulo “The Tribal Self”, de Storr, D (2017):
[2] Véase, por ejemplo, Eagleman, D. (2017): El cerebro, Barcelona, Anagrama.
[3] Lo cita Storr (201) pero ideas similares se encuentran en la obra de Veblen.
[4] Podría verse al respecto la obra de Wilson.
[5] La citamos en el episodio anterior, puede verse el siguiente enlace a uno de sus documentales https://www.documaniatv.com/historia/neandertales-cap-2-video_bfc149e89.html
[6] Un concepto de lo más interesante: recomiendo ver el documental citado en el enlace anterior.
[7] Aunque esto tiene que ver con lo que veremos en próximos capítulos, una referencia interesante al respecto es la obra de Susan Cain “El poder de los introvertidos” y el trabajo de Elaine Aron que ha desarrollado el concepto de “Highly Sensitive Person- Personas Altamente Sensibles, PAS”.
[8] Véase el documental “La gran odisea de la humanidad” https://www.filmaffinity.com/es/film150962.html

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