Cultura, sociedad e individuo I: el individuo como miembro de una especie.


Cultura, sociedad e individuo I: el individuo como miembro de una especie.

Manuel Ángel Santana Turégano

¿Quién soy? ¿De dónde vengo? ¿A dónde voy? Estas tres preguntas, de una forma u otra, se las hecho toda persona a lo largo de su vida. A menudo se tiende a decir que si no te tomas el esfuerzo de responder por ti a estas preguntas acabarás yendo donde otros quieren que vayan. Aunque lo cierto, como iremos viendo a medida que nos introduzcamos en las Ciencias Sociales, es que las cosas siempre son un poco más complicadas: incluso aunque te tomes el trabajo de pensar quién eres, de dónde eres y a dónde vas, construyes tus propias ideas a partir de materiales que han creado otros (otras ideas), por lo que, en cierta forma. En cualquier caso, estas tres preguntas podemos hacerlas, con distintos matices, a lo largo de toda nuestra vida. Si estás empezando unos estudios en la universidad te puedes plantear: ¿por qué estás aquí? ¿qué factores pueden hacer que tengas éxito o no en tu carrera? ¿cómo puede ser tu vida en 20 años? Si, con cierta edad, te planteas darle un cambio a tu vida, seguramente será porque quieres estar en lugar distinto al que parece que la corriente te lleva. Y aunque estas preguntas puedan parecer completamente filosóficas, en las que cualquier opinión vale y cualquier opinión es tan válida como la otra, lo cierto es que, desde la Ciencias, especialmente desde las Ciencias Sociales, podemos extraer ideas muy importantes para que cada quien conteste a estas preguntas.

Muchos de los cursos de introducción a las Ciencias Sociales incluyen en sus primeros temas un capítulo titulado algo así como “Cultura, sociedad e individuo”. El objetivo del mismo es que las personas se comprendan a sí mismo como miembros de un grupo social más amplio. Episodios recientes, como la crisis de la COVID-19, hicieron llegar a la opinión pública numerosos estudios que planteaba que la respuesta a la crisis había sido bastante distinta en las sociedades “orientales”, más colectivistas, y en las cuales las personas tienden a percibirse a sí mismas como miembros de un todo más grande, y las sociedades “occidentales”, más individualistas, que tienden a considerar al individuo como más importante (y antecesor) a la cultura y la sociedad. ¿Qué es primero, el huevo o la gallina? Dado que vivimos en una sociedad muy individualista, si les preguntamos a los jóvenes por qué hacen lo que hacen, por ejemplo, por qué estudian una carrera, o por qué se visten de una determinada manera, o por qué escuchan una música y no otra, practican unos u otros deportes (o no practican deportes), o siguen un determinado régimen alimenticio (son veganos), la respuesta tiende a darse en términos de “porque yo soy así”. Tendemos a creer que hay un “yo” que es estable, y que define la esencia más íntima de lo que nosotros somos. Pues lo cierto es que, por extraño que nos pueda parecer, esta idea es un producto cultural. En un extremo, las teorías más constructivistas[1] vendrían a plantear que el mero concepto de “individuo” es una construcción social, y lo cierto es que el concepto de individuo con el que hoy nos manejamos en la cultura globalizado hunde sus raíces en el pensamiento griego clásico. Pero, aunque posteriormente entraremos en más detalle acerca de estas cuestiones, empezaremos, a la hora de plantearnos las relaciones entre cultura, sociedad e individuo, por éste último término, el de “individuo”. Se diga lo que se diga, yo, como “individuo”, no soy una construcción social (otra cosa es cómo me perciba a mí mismo). Soy una persona, un ser vivo, distinto de otros seres vivos. Justamente es esa la definición que se da del término “individuo” en biología. Si buscamos en el diccionario nos dirá que individuo es: Individuo: “persona considerada independiente de los demás. Y si entramos un poco más en el detalle de las distintas acepciones, veremos que se dice: “Ser vivo, animal o vegetal, perteneciente a una especie o género, considerado independientemente de los demás”.

Así que la primera respuesta a la pregunta de “quién soy” la puedo responder en término de “soy un ejemplar de homo sapiens”. Aunque los seres humanos hemos tendido siempre a olvidar que somos animales, y que por lo tanto estamos sujetos a las “leyes” de la biología, episodios como la pandemia de la COVID19 nos debería de hacer recordar que no somos más que un ser vivo, susceptible, por ejemplo, de ser atacado por virus. Pero no somos cualquier tipo de ser vivo: hay animales, como las tortugas, que viven cientos de años; otros tienen una gran fuerza, como los elefantes; unos se adaptan a vivir en climas fríos y otros en climas tórridos. Tradicionalmente hemos tendido a pensar que dado que los seres humanos, que en nuestra interacción con la naturaleza desarrollamos la cultura, para nosotros la naturaleza es menos importante. Hasta el punto de que, aún a día de hoy, hay muchas concepciones erróneas o inexactas sobre la naturaleza humana. Se ha dicho a menudo que el ser humano es un ser social (zoon politikón, citando a Aristóteles); aunque es cierto, lo cierto es que muchísimos otros animales son también seres sociales: las abejas, por ejemplo, construyen colmenas y tienen unas pautas de estratificación social muy marcadas; además de las abejas, otros animales como las hormigas y las termitas, que de forma individual son insignificantes, al organizarse de manera colectiva son capaces de crear formidables estructuras. Otros filósofos y pensadores han tendido a ver a los seres humanos como homo faber: animales que, en su interacción con la naturaleza, son capaces de alterarla. Pero lo cierto es que también los castores construyen presas, y que varios tipos de monos construyen herramientas. Y, si hablamos del lenguaje, al menos de eso sí solemos ser conscientes, muchos animales han desarrollado lenguajes que les permiten comunicarse entre sí. Aunque esto no pretende ser un curso de biología ni de antropología evolutiva, ¿qué relevancia tiene para entendernos a nosotros mismos (en cuanto miembros de una sociedad) el decir que somos un ejemplar de homo sapiens?

Lo cierto es que en los últimos años se han producido descubrimientos tan importantes que podrían cambiar la manera en que nos concebimos a nosotros mismos, pero éstos apenas han llegado al gran público, de manera que las ideas que los ciudadanos “corrientes” del siglo XXI tienen no se corresponden con la realidad. Aunque aún hay algunos “creacionistas” que piensan que los seres humanos provenimos, tal y como se cuenta literalmente en el relato bíblico, de Adán y Eva, la mayoría de los habitantes del planeta tiene una idea aproximada de que los seres humanos provenimos, a través de la selección natural que fuera descubierta por Darwin, de los monos. Aunque siempre es complicado intentar sintetizar lo que se podría llamar la “conciencia colectiva” (aludiendo a Durkheim) sobre este tema, la idea vendría a ser más o menos la siguiente. Sabemos, aunque sea porque es el título de una conocida serie de televisión, que todo comenzó con un Big Bang. ¿Cuánto hace de eso? Pues, tal y como expone Harari (2010[2]), hace unos 13.500 millones de años. El planeta tierra se formó hace unos 4.500 millones de años, y la vida surgió, siempre según estas fuentes, entorno a hace unos 3.800 millones de años empieza el surgimiento de la vida en la tierra. Hace 6 millones de años se da el último antepasado común entre humanos y chimpancés, mientras que el género Homo, del cual somos una especie (Homo Sapiens) surgió hace unos 2,5 millones de años en África.

Y, si bien cabe decir que, dejando de lado las fechas exactas, la idea que tiene el público en general no difiere demasiado de lo que hasta aquí acabamos de exponer, a partir de aquí se surgen las diferencias. Por decirlo de forma muy coloquial, lo que tendemos a pensar es que unos monos más “primitivos” dieron lugar a otros monos más primitivos, y que éstos, al final, acabaron dando lugar a los seres humanos. Y que esto se dio, básicamente, porque “en la lucha por la supervivencia sólo sobreviven los más fuertes (o los más aptos).  Sin intención de entrar en terrenos de otros especialistas, lo primero que es necesario aclarar es que es errónea la concepción popular de “la lucha por la supervivencia”, seguramente llevados por nuestra ideología individualista. En la evolución los que sobreviven no son los “individuos”: son las especies. Y no sobreviven los más fuertes: sobreviven los que mejor se adaptan al medio. Lo primero conviene tenerlo en cuenta cuando nos pretendan hacer creer que es la “competencia” lo que ha hecho que el ser humano se haya convertido, como se decía antiguamente, en “el rey de la creación”. Puede que hayamos competido, por el espacio y los recursos, pero con otras especies; dentro de nuestra especie, las relaciones de cooperación han tenido un papel clave para que actualmente estemos donde estamos. En breve, sin salir de esta visión en tanto que “ejemplares de homo sapiens”, hasta qué punto la “competencia” es natural, pero ya podemos decir de entrada que no es el único comportamiento natural en el ser humano en cuanto que “animal”: otros, como el parasitismo o la simbiosis son también “naturales”.

Por otro lado, en los últimos años se han producido una serie de importantes descubrimientos que deberían de hacer cambiar la opinión que los seres humanos tenemos de nosotros mismos, al menos en cuanto que miembros de una especie animal. La evolución ha funcionado seleccionando, para cada entorno, aquellos tipos de animales más adaptados al medio. Por eso hay, por ejemplo, distintas especies de osos, lobos o cerdos; unos están adaptados al frío polar, y otros a climas más cálidos. ¿Cómo es posible que la evolución haya “producido” una sola especie del género homo? Pues lo cierto es que no ha sido así: aunque ahora mismo el homo sapiens es la única especie del género homo que habita en el planeta tierra, han existido otras especies del género homo, ahora ya extintas. A un nivel superior de agregación, las especies se agrupan en familias. Los humanos pertenecemos a la familia de los homínidos, que incluye cuatro géneros y 8 especies vivas, entre las que se incluyen humanos, orangutanes, gorilas, chimpancés y bonobos; estos serían, en términos biológicos, nuestros familiares (vivos) más cercanos. Pero es que tenemos también tenemos familiares ya fallecidos: dentro de la familia de los homínidos, y dentro del mismo género de los homo, además de nuestra propia especie, homo sapiens, han existido otras especies; quizá la más conocida es el homo neanderthalis, que se desarrolló en Europa (el nombre, Neander Thal, hace referencia al valle de Neander, en Alemania, cerca de Düsseldorf). Pero han existido otras especies de homo: en el Este de Asia se desarrolló el Homo Erectus, que sobreviviendo allí durante 2 millones de años es (hasta ahora) la especie de homo más duradera que haya existido. En Indonesia surgió el Homo Soloensis, y en una pequeña isla cercana (Flores) el Homo floresiensis. En 2010 se descubrió el Homo de Denisova en Siberia. En el Este de África surgieron tres especies del género homo: Homo rudolfensis, Homo Ergaster y el Homo Sapiens (hombre sabio, nuestra especie). Así que, si la visión popular de la Teoría de la Evolución plantea que en entornos fríos se desarrolló el oso polar, adaptado a climas fríos, y que en otros entornos surgieron otras “razas” (el término más científico sería especie) de osos, conviene recordar que, en realidad, los homo sapiens surgieron del Este de África. En Europa había surgido otra especie de homo (Neandhertalis); y la adaptación al medio se ve mejor que en ninguna en el homo floresiensis, una especie enana: al igual que sucede con otras especies animales, en entornos insulares, una respuesta adaptativa muy común es desarrollar individuos más pequeños.


El saber popular tiende a pensar que el hombre de neaderthal era el antepasado (el padre) del hombre actual, pero el hecho es que no es así. De hecho, durante mucho tiempo, convivieron en el planeta tierra distintas especies del género homo. Hace unos 70.000 años, a través de la península arábiga, empezaron a llegar a Europa, que estaba entonces habitada por Neanderthales, los actuales seres humanos (homo sapiens). Durante mucho tiempo convivieron, y hay teorías que plantean que uno de los últimos lugares donde sobrevivieron los neandertales fue en el extremo sur de la península ibérica, en Gibraltar. Pero, por razones que aún se desconocen, los neandertales desaparecieron. Aunque durante mucho tiempo había teorías contradictorias, ahora parece aceptarse la teoría de que neandertales y homo sapiens se hibridaron, de forma que aunque los neandertales, como tales, desaparecieron, parte de su ADN sobrevive en los actuales seres humanos[3]. Estos descubrimientos tienen cierta relevancia acerca de cómo nos percibimos los seres humanos a nosotros mismos. Como lo expone Harari: “Es una falacia común ver a estas especies como ordenadas en una línea directa de descendencia, de manera que el homo ergaster habría dado lugar al erectus¸ éste al nendertal, , y estos evolucionando hasta los actuales homo sapiens. Este modelo linear da la impresión errónea de que en cada momento sólo había un tipo de humano que habitaba la tierra, y que todas las especies anteriores eran meros modelos más antiguos de nosotros. La verdad es que desde hace unos dos millones de años, hasta hace unos 10.000 años, el planeta tierra era el hogar, al mismo tiempo, de diversas especies humanas. Lo que no es extraordinario, si se piensa que en la actualidad habitan en el planeta tierra distintas especies de lobos, osos o cerdos.

Y, en definitiva, si somos una especie del género homo, ¿qué podemos extraer de esa idea a la hora de comprendernos a nosotros mismos? Una característica común del género “homo” es que tenemos cerebros muy grandes en comparación con otros animales (los neandertales tenían cerebros mayores que los actuales homo sapiens). ¿Por qué son tan raros los cerebros tan grandes en el mundo animal? Un cerebro muy grande es una carga muy grande. El cerebro humano representa en torno al 2% de nuestro peso pero consume cerca del 25% de la energía cuando estamos en reposo, mientras que el de otros monos requiere sólo un 8%.  Por ello los predecesores de los actuales humanos pagaron un precio por dos motivos. En primer lugar, tenían que pasar mucho tiempo buscando comida. En segundo lugar, sus músculos se atrofiaron: enviaron la energía a las neuronas en vez de a los bíceps. Y que eso fuera una ventaja evolutiva no estaba tan clara: un elefante podría ser más tonto, pero aplastarte. Caminamos en dos piernas, lo que nos permite explorar la sabana, otear a los enemigos y tener disponibles las otras dos extremidades para otras cosas, hacer cosas con las manos. Los seres humanos podemos hacer cosas complicadas con las manos. Podemos hacer herramientas.

La postura erecta hizo que los niños tuvieran que nacer pequeños (no podían salir muy desarrollados). Comparados con otros animales, los seres humanos nacemos prematuros. Un potro es capaz de trotar poco después de nacer; un gatito es capaz de buscarse comida tras sólo unas semanas… los seres humanos necesitan de los padres hasta los 40 años… Esto nos ha convertido en una especie social: tenemos que desarrollar habilidades sociales y tenemos problemas sociales. Las madres solitarias no podrían recabar suficiente alimento para sus hijos (necesitan ingresos vitales u otro tipo de apoyos) si tienen que cuidar de los hijos. Criar niños requiere del apoyo constante de otros miembros de la familia y de los vecinos. De alguna manera cabe decir que “Hace falta una tribu para que crezca un ser humano”. Por ello la evolución favoreció a los individuos capaces de formar lazos sociales fuertes. Aún, es más, dado que los humanos nacen subdesarrollados, pueden ser educados y socializados mucho más que otros animales. La mayoría de mamíferos salen del vientre de su madre poco menos que sabiendo qué tienen que hacer para conseguir comida; los seres humanos tienen que venir a la universidad y luego hacer un máster para conseguir comida;

Tendemos a pensar que tener un gran cerebro, ser capaces de usar herramientas y tener mejores capacidades de aprendizajes y estructuras sociales complejas son una ventaja. Y, aún, así, tuvimos todo eso durante casi 2 millones de años sin que mucha cosa cambiara. Eso ha dejado consecuencias importantes, que han sido estudiadas en los últimos años por disciplinas de desarrollo reciente, la antropología y la psicología evolutiva. Pero eso será ya el objeto de una próxima entrega.





[1] Podemos entender como tales a las corrientes de pensamiento que enfatizan que muchos fenómenos que pensamos que son naturales son en realidad una construcción social: no hay “guapos y feos”, pues lo que en una sociedad se considera bello en otra no; de momento, y para lo que aquí nos ocupa, valga esta breve definición.
[2] Su libro será la referencia que se usará en lo que a continuación sigue.

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