Un mes de coronavirus en perspectiva
Un mes de coronavirus en perspectiva
Manuel Ángel Santana
Turégano
Ha pasado ya un mes desde que se
declarara el estado de alarma y la epidemia del coronavirus golpeara nuestras
vidas. Desde entonces, más de 100 personas han fallecido en Canarias por el virus.
La actividad se ha paralizado, el turismo se enfrenta a unas perspectivas muy
sombrías y toda nuestra vida ha cambiado por completo. En un mes apenas hemos
salido de casa unas pocas veces, al supermercado. Nuestra vida no se ha
parecido en nada a nuestra vida como la conocíamos: confinados, en soledad o no,
no hemos salido a trabajar, a tomar algo, al cine, a hacer deporte, a ver a
nuestros seres queridos. Es muy posible que la “normalidad” que retomemos
cuando esto pase no sea igual a la que teníamos antes, pero en cualquier caso
falta aún para retomar esa relativa normalidad. Por eso es quizá buen momento
tomar perspectiva para que ver qué tan extraordinario es lo que hemos vivido.
¿Qué tan grave son las tormentas
sanitarias, económicas y sociales que hemos sufrido? España es el país del
mundo en que la incidencia del coronavirus en relación al número de habitantes
ha sido mayor. Pero, de la misma manera en que en febrero sufrimos en Canarias
una tormenta de calima que nos afectó profundamente sin rozar al resto de
España, muchas de las tormentas que azotan la Península Ibérica no tocan a
Canarias, por el simple hecho de que las islas no es que estén al sur de
España, es que están al sur del vecino sur de España. Por una vez el que
Canarias esté a la cola de muchas estadísticas es algo bueno. Por eso, creo que,
para poner las cosas en perspectiva, y sin cuestionar lo que nos une con el
resto del Estado, quizá sería bueno, para no añadir sufrimiento psicológico y
dramatismo innecesario, recordar que, si bien no sería descabellado describir
el escenario que nos ha tocado vivir como “la
gente está muriendo como moscas ahí afuera”, en este caso el “ahí fuera”
nos queda a más de mil kilómetros. Decir que afirmar esto es una falta de
sensibilidad para nuestros congéneres me parece una hipocresía, pues, al fin y
al cabo, en Canarias llevamos más de 20 años conviviendo con el drama de la
emigración a menos de 100 kilómetros de nuestras costas y a pesar de ello hemos
continuado con nuestras vidas.
De acuerdo a las cifras que
facilita el ISTAC, el mes en que más personas fallecieron en Canarias, entre
1994 a 2018, período para el que se facilitan las estadísticas en Internet, fue
enero de 2018 con un total de 1.725 defunciones. Aunque aún las estadísticas no
se han cerrado, si diéramos por buenas las cifras de que el COVID19 ha
ocasionado la muerte de en torno a un centenar de personas en Canarias eso
implicaría que, respecto al mismo período del año anterior, la mortalidad se
habría incrementado algo menos de un 10%.
Un incremento importante pero no inusitado. Entre febrero de 2017 y
febrero de 2018 las defunciones en Canarias se incrementaron más de un 25%,
pasando de 1.339 a 1.693, aunque no soy experto y desconozco el por qué, tan
sólo quería contribuir a poner las cifras en perspectiva. En las islas la
tormenta que nos ha tocado vivir ha sido más importante por sus consecuencias
sociales, económicas o psicológicas que por los muertos que ha ocasionado. Esto
ha sido, y seguirá siendo, enormemente duro porque cambia por completo nuestra
forma de vida y de socializarnos, basada en la relación interpersonal. Porque
pone en jaque nuestra economía, basada en lo que no deja de ser una forma de
interacción entre personas, como es el turismo. Y psicológicamente porque nos
ha hecho recordar algo que siempre ha estado ahí: que podemos salir a la calle
y que nos contagiemos de un virus que en breve termine con nuestras vidas, y ni
siquiera hace falta que salgamos a la calle. Aunque lo cierto es que, aunque
nos guste mirar para otro lado, esa posibilidad siempre ha estado ahí: mi mejor
amigo murió de un ictus con 40 años, el día en que íbamos a celebrar el año
nuevo. Poner las cosas en perspectiva no es menospreciar el esfuerzo de todos
los sanitarios que se han jugado la vida por nosotros. Antes, al contrario, es
valorar que también lo hacían antes de la pandemia. Poner las cosas en
perspectiva no es menospreciar la vida de quienes han muerto. Nos duelen las
muertes porque de COVID19 han fallecido los periodistas a quienes seguíamos,
los profesores que nos dieron clase en la Península, gente a la que conocíamos.
Pero la gente a la que conocemos siempre depende de quienes seamos nosotros.
Cuando voy a ver a mi madre, que vive cerca del Parque de Santa Catalina, los
familiares de mucha de la gente con la que me cruzo vive en lugares como
Senegal, Mauritania o Colombia. Ellos tienen que vivir su vida sabiendo que
todos los días su “gente conocida” muere porque no infraestructuras sanitarias
o porque los matan en guerras y conflictos que se podrían evitar. Nos toca
vivir situaciones muy duras, social, económica y psicológicamente. Nos toca
vivir con la dura realidad de que, en los próximos meses, mucha gente en todo
el mundo, también en nuestro entorno cercano, va a enfermar y quizá morir de
COVID19. Pero miremos las cosas con perspectivas y no añadamos a la gravedad de
la situación dramatismos innecesarios.
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