Cómo sobrevivir en un mundo para el que no estamos hechos

Sobrevivir en un mundo para el que no estamos hechos


Manuel Ángel Santana Turégano, febrero de 2019.







Desde la publicación en 2012 del libro de Susan Cain, “El poder de los introvertidos”[1] se ha generado un importante interés público sobre la introversión, sin que la mayoría de la gente acabe de tener claro qué significa el término, si es lo mismo que tímido o retraído o si puede considerarse algo “malo”. Dentro de las teorías más actuales de la psicología de la personalidad la introversión tiende a considerarse como un rasgo de la personalidad, y esta podría definirse como el “conjunto de rasgos y cualidades que configuran la manera de ser de una persona y la diferencian de las demás”. Pero en la medida en que en nuestra sociedad se ha acabado dando tanta preponderancia a las características y cualidades asociadas a la extraversión (extraversión e introversión son vistas a menudo como opuestas de un continuo) podría decirse que, dado que casi la mitad de los seres humanos no somos naturalmente extrovertidos, nos toca vivir en un mundo para el que no estamos hechos. Y nótese que se ha usado intencionadamente el término “ser humano” y no “persona”, pues éste hace referencia, etimológicamente, de la máscara que se ponían los actores griegos para representar una obra de teatro. Para poder justificar la idea de que somos muchísimos los que tenemos que vivir en un mundo para el que no estamos hechos es necesario, en primer lugar, hacer algunas matizaciones acerca de hasta qué punto “estamos hechos”. Estemos hablando de introvertidos o extrovertidos, de niños brillantes o niñas trabajadoras, de ligones o apocados, de deportistas natos o negados para los deportes, de triunfadores o fracasados… ¿las personas nacemos o nos hacemos? ¿Somos así o son sólo máscaras que nos ponemos? Se tratan de cuestiones filosóficas que nos ha ocupado desde siempre y que, pese a que ahora tendríamos mucho más conocimiento científico para abordar, los presupuestos de partida de nuestra cultura nos impiden hacerlo.


Empezando por lo más evidente, nadie cuestiona que uno no se hace rubio o moreno, de ojos azules o negros, sino que, salvo que te tiñas y te pongas lentillas, naces rubio o moreno, de ojos azules o negros. La cosa se complica algo más cuando hablamos de gordos y flacos, de altos y bajos. Si nos pasamos mucho tiempo sin comer nos “hacemos” flacos, de la misma manera en que, si nos pasamos mucho tiempo ingiriendo más calorías de las que consumimos nos hacemos gordos. Pareciera que gordos o flacos no nacemos, sino que “nos hacemos”. Pero si en vez de “gordos y flacos” hablamos de los biotipos, mesotipos o somatotipos, ya que no existe acuerdo acerca de cuál es la terminología más adecuada, la cosa es algo distinta. Por motivos que se explican por la genética, a las personas que tienen un tipo de cuerpo endomorfo les cuesta perder peso y, al contrario, a las personas que tienen un cuerpo ectomorfo les cuesta ganarla, mientras que quienes tienen un cuerpo mesomorfo son quienes más se aproximan a lo que, de acuerdo con los cánones actuales, suele considerarse un cuerpo “ideal”. Y si hablamos de ser más o menos alto, en la actualidad los estudios más solventes plantean que en torno al 80% de la variación de la altura es hereditaria[2]. Pese a lo que me decían a mí de pequeño, cosas del tipo de que si tomaba mucha leche y/o jugaba al baloncesto o practicaba natación me iba a hacer más alto, el hecho es que mayormente uno no “se hace” alto, sino que nace alto[3].

Así que aquí tenemos un primer elemento por el que la mayoría tenemos que vivir en un mundo para el que no estamos hechos. Y es que nuestra cultura nos impone que, de acuerdo al ideal de belleza imperante, debemos de tener un físico determinado, que ha ido cambiando a lo largo de los tiempos y de las culturas. En la actualidad se espera de los hombres que sean mesomorfos y altos, mientras que de las mujeres se tiende a esperar que sean ectomorfas (y no es necesario que sean tan altas[4]). ¿Cómo sobrevivimos en un mundo para el que no estamos hecho? Con lo de la altura hay poco que hacer. Pero lo otro ha creado una industria que factura miles de millones: desde gimnasios a suplementos para estar más fuerte o más delgado, según toque, todo además adobado por una ideología según la cual “querer es poder” que acaba convirtiendo el no tener el físico adecuado en un fallo moral: demuestra que la persona en cuestión no se compromete con los valores de la sociedad, o que no se esfuerza lo bastante, porque si así lo fuera estaría lo suficientemente delgada o fuerte como espera de ella la sociedad…

https://nersport.com/blog/nutricion/mesotipos-lo-que-realmente-quieres-saber

En definitiva, y para terminar con el cuerpo, podría decirse que lo que hace nuestra sociedad con los introvertidos es lo mismo que hace con los deportes. Hay múltiples niños y niñas que crecen creyendo que son malos para los deportes, porque sus cualidades personales no se adecúan a las necesarias para triunfar en los deportes más socialmente valorados, cuando lo cierto es que quizá tienen buenas cualidades para otros deportes menos valorados. ¿Qué es ser introvertido? ¿Qué tan normal es serlo? ¿En qué medida pueden los introvertidos sobrevivir en una sociedad que valora la extraversión?

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El término “introversión” es relativamente moderno, apareció por primera vez en 1921 en un libro del psicólogo Carl Gustav Jung[5]. Atravesando distintas transformaciones los conceptos de intraversión- extraversión han llegado hasta la teoría de la personalidad más aceptada en la actualidad, el modelo de “los cinco grandes”. Este modelo, predominante desde la década de 1980, plantea que la personalidad de cada ser humano se caracterizaría por su puntuación en cinco grandes factores: 1) apertura a nuevas experiencias 2) responsabilidad 3) extraversión 4) afabilidad y 5) neuroticismo- estabilidad emocional[6].

http://psicologiaviva.com/blog/modelo-de-los-cinco-grandes-factores/

Las investigaciones más recientes en neurociencias sugieren que este modelo, al cual tradicionalmente se le hacían objeciones debido a su metodología[7], tiene bases en la genéticas y en el funcionamiento del cerebro. En lo que específicamente nos atañe a nosotros, podría decirse que los extrovertidos tienen una mayor sensibilidad a la dopamina que se asocia a los estímulos positivos. Por el contrario, podría decirse que los introvertidos tienen un mayor grado de activación cerebral, por lo que necesitan menos estímulos externos que los extrovertidos. De hecho, a menudo el exceso de estímulos externos les genera una sobrecarga que hacen que se retraigan, que es lo que tradicionalmente suele considerarse típico de los retraídos[8]. Aunque se trata de una explicación superficial, pues al fin y al cabo ni poseo la formación clínica ni pretendo aportar más que ayudar a reflexionar acerca de cómo un rasgo psicológico se relaciona con rasgos sociales y culturales, podemos sintetizar estas ideas en que, en que las personas reales se encuentran entre los dos polos de un continuo, de un lado los extrovertidos y de otro los introvertidos (el propio Jung, en una frase que se hizo famosa, planteaba que en la realidad extrovertidos e introvertidos puros no se encuentran, salvo quizá en un manicomio).

Ilustraciones de Anna Syrovatkina en cultura inquieta

Los introvertidos ven el mundo a través de un prisma subjetivo (sus pensamientos, sueños, sentimientos), mientras que los extrovertidos lo ven a través de uno objetivo (su interacción con el mundo).  Los introvertidos obtienen su energía psíquica de su mundo interior, mientras que los extrovertidos la obtienen de su interacción con el mundo exterior. Los introvertidos recargan su energía mental en soledad, pasando tiempo con sus propios pensamientos, en su mundo interior. Los extrovertidos, por el contrario, recargan su energía mental estando en contacto con otras personas, estando activos o de una manera u otra interactuando con el mundo exterior.
 
Ilustraciones de Anna Syrovatkina en cultura inquieta


En definitiva, ser un introvertido quiere decir que tus motivaciones primarias vienen de tus propios pensamientos, sentimientos y valores, en vez de estar motivado básicamente por la opinión, atención o validación externas. Pensemos, como estereotipos, en el científico o el artista que trabaja “por amor al arte (o a la ciencia), o bien en el maratoniano que corre porque sabe que lograr tal tiempo es para sí un logro, independientemente de en qué puesto quede en la carrera. Las personas introvertidas tienden a ser pensadores profundos, concienzudas, reflexivas, auto conscientes, motivados, independientes, y observadores. Tienden a percibir que participar en muchos eventos sociales gasta sus energías, y a recargar las pilas en soledad; a reaccionar lentamente, pero pensar profundamente. Tienden a preferir la rutina, a evitar tomar riesgos, a no gustar de las sorpresas y los cambios y a tener pocas amistados profundas más que muchas superficiales[9]. Y es interesante hacer notar que, si bien estimaciones ampliamente citadas plantean que entre una cuarta parte y un tercio de la población es introvertida, estimaciones más fiables plantean que casi la mitad de la población puede ser naturalmente introvertida (aunque hayan tenido que adaptarse a vivir en un mundo que valora a los extrovertidos más que a los introvertidos)[10].

Ilustraciones de Anna Syrovatkina en cultura inquieta
Y, si casi la mitad de la población puede considerarse “naturalmente introvertida”, ¿por qué hemos construido una sociedad que les obliga a “ser quienes no son”? El texto de Cain (2012), que centra su análisis en la sociedad estadounidense, aunque dada la importancia que ésta tiene en la cultura global ha alcanzado ya una trascendencia global, basa su argumento en que hemos pasado de una sociedad “del carácter” a una sociedad “de la personalidad”. De hecho, tal y como puede verse en su charla, tradicionalmente se ha sabido valorar las cualidades de las personas que eran capaces de trabajar calladamente y sin darse mucha importancia, y no ha sido sino muy recientemente que hemos creado un mundo en que importa más que sepas venderte que no que seas bueno en tu trabajo. Así que, aparte de animar a ver el vídeo, lo único que haré es dar unas pinceladas de cómo muchos de los ámbitos que tradicionalmente solían considerarse un refugio para los introvertidos se ha convertido en entornos que obligan a fingir que son quienes verdaderamente no son a quienes optaron por una profesión porque pensaban que se adaptaba a su manera de ser. Pensemos, por ejemplo, en la profesión de profesor universitario en España en la actualidad. Uno de los criterios que establece la ANECA, el organismo encargado de ello, para considerar que alguien puede ser “profesor titular de universidad” es “haber demostrado capacidad de liderazgo de equipos de investigación”. Como hubiera dicho Mafalda, “sonamos”. Si muchas personas se convirtieron en profesores de universidad era porque ello les permitía pasar tiempo entre libros y/o laboratorios, y lo de "liderar" era algo que más bien les producía alergia. Como se muestra en este reciente artículo, la mayoría de quienes se interesaron por este tipo de profesiones, eran personas motivadas por aprender y estudiar más que por presumir de lo que sabían. Y lo mismo podría decirse de otras profesiones tradicionalmente “amigables” para los introvertidos, como las de contable, asesor fiscal o informático: se trataba de que hicieras bien tu trabajo, a menudo solo y concentrado, y no de que supieras envolverlo de forma que resultara atractivo para su venta. 

Ilustraciones de Anna Syrovatkina en cultura inquieta


Para ser profesor de universidad hoy en día tienes que “demostrar el liderazgo de equipos”. Tienes que no sólo escribir artículos e ideas interesantes, sino convertirte en comercial de ti mismo para conseguir que esas ideas se publiquen en los sitios que son socialmente valorados. Los introvertidos tenemos que sobrevivir en un mundo que favorece y recompensa a los introvertidos, y nosotros, que a menudo preferimos vivir y trabajar tranquilamente, sin buscar la alabanza externa, a menudo somos ignorados. ¿Qué podemos hacer para sobrevivir en un mundo para el que no estamos hechos? Tendremos que buscar el equilibrio entre adaptarnos y a la vez no dejar de ser quienes somos. De momento, por mi parte, poner fotos en un blog, y limitar la extensión. No sólo se trata de hacer las cosas bien, sino también de hacerlas atractivas. Así que, para quien quiera más ideas, les cito para próximas entregas.


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[1] Puede verse un interesante video de la autora en este enlace:
Cain, S. (2012). El poder de los introvertidos en un mundo incapaz de callarse. RBA; La versión original inglesa es: Cain, S. (2013). Quiet: The power of introverts in a world that can't stop talking. Broadway Books. Con datos de febrero de 2020, en Google Académico la versión inglesa tenía más de 1.000 citas, mientras que la versión en español apenas pasaba de 10, lo que es sintomático de la escasa recepción de estas ideas en el mundo hispanohablante.
[3] Aunque lo que me decían mis abuelas, criadas en el hambre de la postguerra, no estaba del todo equivocado. Si tienes la alimentación adecuada crecerás hasta convertirte en tan alto como “establezcan” tus genes. Pero entre las generaciones de la postguerra, las carencias alimenticias en períodos de crecimiento explican que mucha gente que “genéticamente” tendrían que haber sido más altos se quedaran más bajos de todo lo altos que podrían haber sido; por cierto, ello explica que posteriormente padres que no eran tan altos tuvieran hijos más altos, porque los genes sí que los tenían, lo que pasa es que no los habían podido desarrollar.
[4] Podría decirse que la escala jerárquica para los hombres es: 1 mesomorfo 2 endomorfo 3 ectomorfo: si eres un hombre es mejor ser “fuertote” que no ser “esmirriado”. Para las mujeres sería 1 ectomorfa 2 mesomorfa 3 endomorfa: si eres mujer es mejor ser “grácil y delgada”, si no “musculada” y lo peor “gorda”. Pero esto, no hace mucho, era distinto: se consideraba la gordura símbolo de salud, basta pensar en las “venus de Rubens”.
[5] La versión en inglés es de 1923. A partir de 1926 la psicóloga estadounidense Katherine Briggs empezó a trabajar con estos conceptos; en 1944, junto con su hija Isabel Brigss- Meyers crea el “Briggs- Myers Type Indicator”; en 1956 se cambia su nombre a su forma moderna: Myers Brigg Type Indicator, que aún se sigue usando como test de personalidad.
[6] El modelo es conocido también como OCEAN por las siglas en inglés: openness, conscientiousness, extraversión, agreeableness, neuroticism.
[7] Básicamente, se trata de que las personas muestren su acuerdo o desacuerdo con determinadas afirmaciones y a partir de ahí inferir su personalidad.
[8] Esta explicación está basada básicamente en el libro, ya referido, de Susan Cain, así como en Falco, M.:  (2017): Introvert: a scientific explanation and guide to an introvert’s mind.
[9] Todas estas ideas han sido extraídas de Falco, M. ( 2017): Introvert: a scientific explanation and guide to an introvert’s mind
 [10] El ya citado libro de Susan Cain  (2012) hace referencia a que los introvertidos representan entre el 25 y el 40% de la población. Por otra parte, Falco (2017), también ya citado, plantea que cerca de la mitad de la población puede considerarse introvertida.

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