Ecoístas: una interesante manera de repensar el narcisismo.
Ecoístas: una interesante manera
de repensar el narcisismo.
O en términos de Big Bang
Theory: Stewart, la madre de Howard y “ser un fracasado”.
Dedicado a todas las personas a las que les cuesta darse importancia
En los últimos tiempos se ha
puesto de moda hablar del narcisismo, hasta el punto de que hay quien plantea
que vivimos una epidemia de narcisismo, y que, dado que en la actualidad se
tiende a fomentar los comportamientos narcisistas, especialmente con la
eclosión de las redes sociales, la nuestra podría considerarse “la sociedad del
narcisismo”. Llevado a un extremo el narcisismo es un trastorno de la
personalidad, incluido en el DSM, el manual que suelen usar los psiquiatras para
identificar y catalogar las enfermedades mentales. Desde un punto de vista más
coloquial se suele considerar narcisistas a las personas que se dan mucha
importancia a sí mismas, que se creen con derecho a todo, a quienes cuesta identificar
las necesidades y sentimientos de los demás que se pueden decir que se quieren
tanto que están enamoradas de sí mismas. Si esto es el narcisismo, ¿qué sería
lo contrario del narcisismo? Tal y como plantea Malkin (2015) a menudo se
tiende a pensar que lo contrario del narcisista, la persona que se quiere
demasiado, sería la persona “equilibrada”, la persona que se quiere lo
bastante. Y eso es un error: lo contrario del narcisista sería la persona que se
quiere demasiado poco, la persona con “déficits de narcisismo”, lo que Malkin denomina
“ecoístas”. Tradicionalmente se tendía a pensar que el narcisismo, como el
colesterol, era malo, que no podía tenerse “déficits de narcisismo”. Pero resulta
que sí. Se habla mucho de los narcisistas porque los narcisistas causan daño a
otras personas, mientras que los ecoístas se causan daño, fundamentalmente, a
sí mismos. Pero en estos tiempos en que se habla de “epidemia de narcisismo”,
de personas que se comportan de manera narcisista y que generan sufrimiento a
sus parejas, amigos y personas con quienes trabajan, es necesario hablar del
ecoísmo por dos motivos. En primer lugar, porque las personas ecoístas son posiblemente
las más susceptibles de sufrir las consecuencias negativas del narcisismo. En
segundo lugar, porque, de alguna manera, se podría decir que, a nivel social,
agregado, si estamos permitiendo una epidemia de narcisismo, de personas que se
dan demasiada importancia a sí mismas, es también, al menos en parte, porque
estamos condenando a otras personas y grupos sociales a no darse a sí mismos/as
la importancia que merecen, condenándolas así al “ecoísmo“ y permitiendo los
comportamientos narcisistas.
El concepto de narcisismo viene
del mito griego de Narciso, hijo del Cefisos y de la ninfa Liríope, que acaba
enamorado de la imagen de sí mismo que ve reflejada en un estanque de aguas
tranquilas. Pero a la protagonista secundaria de esta historia, la ninfa Eco,
nadie ha prestado atención. Precisamente, porque es una persona tan abnegada
que no tiene voz propia, sólo puede ser el eco de lo que otros dicen (de ahí la
expresión “eco”). En el mito griego, la ausencia de voz propia de Eco era
consecuencia de una maldición de la diosa Hera. En la vida moderna, las
personas ecoístas son quienes tienden a pensar que tienen menos derechos que
otros, que no se merecen nada, por lo que acaban subyugados a los deseos de
parejas, familiares y compañeros de trabajo. La introducción del concepto de narcisismo en la psicología moderna se dio
con la obra de Freud. Hace un siglo el padre del psicoanálisis planteó que el
narcisismo era una etapa “natural” en el desarrollo de la personalidad. En la
infancia todos pasamos una fase narcisista, y es la pasión que sentimos por
nosotros mismos lo que nos permite, posteriormente, comunicarnos con otros. La
idea sería que de alguna manera necesitamos sobrevalorar nuestra importancia en
el universo en esta fase del desarrollo de nuestra personalidad para que
posteriormente seamos capaces de reconocer la importancia de los demás. Si bien
Freud no trató del narcisismo más allá de la infancia, el concepto fue desarrollado
por algunos de sus discípulos.
Heinz Kohut, psiquiatra nacido en
Viena en 1913 y que desarrolló su carrera desde 1940 en los EEUU (huyendo del
nazismo, pues era judío), y que desarrolló a partir de la década de 1970 la “Psicología
del yo” (Self psychology), planteaba que también los adultos, no sólo los
niños, dependemos de los demás, y por lo tanto necesitamos sentirnos de vez en
cuando un tanto admirados. Según sus teorías, un buen aprendizaje en la
infancia llevaría a que al llegar a la edad adulta tengamos lo que él
denominaba un “sano narcisismo”: orgullo genuino, autovaloración y la capacidad
de soñar, empatizar, admirar y ser admirados. Desde su punto de vista, el narcisismo sería consecuencia de una
socialización inadecuada, que produce individuos frágiles y débiles en su
interior: arrogantes, pomposos y exteriormente agresivos, como compensación
porque en su interior se sienten débiles y sin valor. Es innegable que lo
primero que hace falta para ponernos a intentar lograr algo es que nos creamos
capaces de lograrlo, por eso desde su perspectiva el “narcisismo sano” es
importante. Siguiendo el mito, deberíamos de ser capaces de que nos gustara la
imagen que de nosotros mismos que vemos reflejada en un estanque tranquilo,
pero en vez de hacer como Narciso, sumergirnos en ella y acabar ahogados,
deberíamos ser capaces de emerger tras esa inmersión a un mundo enriquecido con
todas las características buenas de las personas a las que amamos. En la década
de 1970 esta visión del narcisismo se convirtió en la dominante, y se reflejó
en la edición de 1980 del DSM[1].
Pero tras la muerte de Kohut en 1981 se convirtió en dominante la visión que
sobre el narcisismo tenía Otto Kernberg, otro psiquiatra de origen judío nacido
en Viena en 1928 e instalado, tras pasar por Chile, en los EEUU (desde 1959). Su
visión era mucho más negativa, básicamente veía a los narcisistas como personas
que, tras una infancia marcada por el abandono o por los abusos, tenían tal
pánico de sentirse de nuevo dependientes que desarrollaban comportamientos
egoístas y destructivos. Ésta es la visión del narcisismo que popularizó en las
ciencias sociales el libro de C. Lasch “La cultura del narcisismo”, de 1979, y
que se refleja en el NPI (Narcissistic Personality Inventory), test que se
suele usar para diagnosticar los trastornos de personalidad narcisistas, de
forma que no se contempla la posibilidad de tener un “sano narcisismo”: se
parte de la idea de que el narcisismo, si se tiene, es malo. Por eso Malkin (2015) plantea que es mejor
contemplar el narcisismo como un espectro. Lo mejor, lo más “sano” es estar en
las posiciones centrales. Las posiciones extremas son patológicas: por un lado,
“narcisismo patológico” (demasiado narcisismo) y por otro “déficits de
narcisismo” (demasiado poco narcisismo), lo que él, inspirándose en la ninfa
Eco, llama “ecoísmo”.
Este enfoque parte por tanto de
la idea de que el narcisismo en sí (si no es extremo) no es una enfermedad
mental, sino una poderosa tendencia humana: el impulso de sentirse especiales.
En realidad, la evidencia empírica acumulada en los últimos 25 años por los
psicólogos muestra que cierto grado de narcisismo es común, y de hecho se ha
llegado a sugerir que un ego ligeramente
sobredimensionado tiende a tener más beneficios que inconvenientes para las
personas que lo tienen. Por supuesto, un narcisismo extremo es negativo, y no
hace falta detallar aquí sus consecuencias negativas. Baste enumerar algunos de
los rasgos que se asocian a las personas que sufren Trastorno Narcisista de la
Personalidad (TNP): tienen un sentido grandioso de la personalidad, consideran
que sólo deberían relacionarse con determinadas personas, requieren excesiva
admiración, tienen un sentido exagerado y no equitativo de sus propios
derechos, son explotadoras en sus relaciones personales, envidiosas y muestran
actitudes y comportamientos arrogantes, altivos y prepotentes.
¿Cuáles serían las consecuencias
negativas de los déficits de narcisismo, es decir, del ecoísmo? Son personas
que, a fuerza de ser abnegadas, se vuelven invisibles, se sienten tan poco
especiales que pueden acabar sintiéndose sin valor e impotentes. Anteponen
tanto los deseos y las necesidades de los demás que acaban sintiéndose
culpables por tener necesidades. Temen que, si piden mucho a las personas a las
que aman, éstas se acaben apartado de ellas, o les dejen de amar, por lo que
tienen acaban desarrollando temor a sus propios deseos y necesidades. Por ello,
a menudo acaban sintiendo que su vida, especialmente en el terreno afectivo, es
poco satisfactoria. Para ejemplificar este tipo de comportamiento podríamos
pensar en las tías solteronas de muchas novelas del XIX y principios del XX,
personas que, de tanto anteponer las vidas de los demás a la propia acaban por
no tener una vida propia. Este ejemplo pone de manifiesto que el “ecoísmo” es
un producto social: en el debate entre nature
o nurture, sobre si nacemos o nos hacemos “ecoístas”, prima el ambiente. Aunque
existen condicionamientos neurobiológicos, así como de la personalidad, que
influyen para que una persona acabe desarrollando este tipo de comportamientos,
lo fundamental es el estilo de crianza y, en muchos casos, acontecimientos
vitales significativos que pueden ser, en gran medida, fortuitos.
El desarrollo de conductas “ecoístas”
tiene que ver, por lo general, con la interacción entre la manera en que una
persona es criada y su personalidad. Está asentado en psicología trabajar a
partir de la idea de la “personalidad”, tendencias innatas, como, por ejemplo, la
tendencia a la introversión o la extroversión. Por supuesto que la crianza
cuenta, una persona con tendencia a la introversión será capaz, si ha sido bien
socializada, de mantener las interacciones sociales normales, si bien siempre
tendrá una mayor tendencia hacia la introspección que otras. En función de cómo
interaccionen estas tendencias con el entorno de crianza, las consecuencias
pueden ser variadas. Las personas que acaban desarrollando comportamientos “ecoístas”
pueden haber sido criados por padres narcisistas, que esperaban de ellos un elevado
nivel de éxitos, y que les alababan cuando los alcanzaban, haciéndoles sentir
poco importantes cuando no tenían éxito. Pueden haber desarrollado la idea de
que, no importara lo que lograran, nunca era suficiente. Las personas cuya
tendencia innata es más hacia la introversión que hacia la extroversión y han
sido criados por padres con tendencias narcisistas es más probable que acaben
desarrollando conductas “ecoístas”. Por otro lado, es posible también que las
personas con conductas ecoístas hayan sido criadas por padres más bien
depresivos, lo que les hizo sentir que no podían esperar más de sus padres de
los que éstos ya les daban, y de alguna forma desarrollar la idea de que
conseguirían el amor si pedían poco. Por último, un factor a menudo importante
son lo que pueden considerarse “acontecimientos vitales fortuitos”. La
enfermedad o muerte de un familiar, desastres económicos o de otro tipo pueden
llevar a que, en etapas clave de la formación de su personalidad, un niño o
niña sienta que se le está diciendo: tus deseos y necesidades no son
importantes. Lo que lleva, como vimos anteriormente, a desarrollar conductas “ecoístas”
de intentar no esperar mucho de las personas a las que quieren para así
garantizar el amor de los seres queridos. En cualquier caso, es importante
señalar que según Malkin (2015) nuestro grado de narcisismo (sano, patológico o
déficits de narcisismo) no es fijo a lo largo de toda nuestra vida. Puede y de
hecho cambia a menudo. Así, por ejemplo, es normal ser más “ecoísta” cuando si
una enfermedad grave en tu pareja hace que te preocupes más de sus deseos y
necesidades que de las propias; por el contrario, situaciones de enfermedad
(propia) o de estrés nos hacen más narcisistas, ocuparnos sobre todo de
nuestros deseos y necesidades y desentendernos de los demás.
¿Por qué es importante hablar del
“ecoísmo” (de los déficits de narcisismo)? En primer lugar, porque aquello que
no se conoce no existe, y si algo no existe ni siquiera se le puede intentar
poner una solución. En nuestra sociedad parece que tenemos claro que tenemos un
problema con el narcisismo, lo cual es el primer paso para que alguna vez se le
pueda poner solución a estos problemas. ¿Pero acaso no tenemos un problema con
el “ecoísmo”? La respuesta breve es que, socialmente, no. Para que algunas
personas cumplan sus sueños, para que vivieran su vida, ha sido históricamente
necesario que otras personas dejaran de cumplir sus sueños, o que no tuvieran
sueños, que dejaran de vivir su vida. Históricamente, hasta hace bastante poco,
el “ecoísmo” era un problema que afectaba más a las mujeres, debido a los
modelos de socialización tradicionales. Al fin y al cabo, tradicionalmente se
pensaba que una de las hijas se quedaría soltera (no tendría su propia familia,
sus propias obligaciones) para cuidar de los padres cuando éstos fueran
mayores. Por el contrario, de los hombres se esperaba que, en cierta manera, se
desentendieran de sus mayores y se ocuparan de su propia familia, lo que para
las teorías biologicistas no sería más que contribuir a obedecer al mandato biológico
de propagar los propios genes. Pero esto ha cambiado, lo que al fin y al cabo
es muy lógico: si ya no cabe esperar que sean siempre las mujeres quienes
renuncien a su propia vida para que otros puedan vivir su vida, cada vez más
hombres tendrán que renunciar a la propia vida para que otros (y otras) puedan
vivir la suya. Es necesario visibilizar el fenómeno del ecoísmo, y asumir que
afecta a mujeres y también a hombres. En cierto sentido, la tía solterona de no
hace tanto que había renunciado a “tener una vida” para cuidar de padres y sobrinos
recibía el aprecio de una sociedad que su rol era imprescindible para que otras
personas vivieran “su vida”. Para comparar esto con la situación actual
pensemos en la teleserie Big Bang Theory. ¿Podría decirse que personajes como
Howard (Horowitz) o Stewart, que organizan su vida para cuidar a la madre del primero,
tienen “conductas ecoístas”? ¿En qué medidas son valorados socialmente por
ellas o más bien son objeto de mofa?
Last but not least, otro motivo por el que es importante
visibilizar el fenómeno del “ecoísmo” es porque es posible que las personas
ecoístas sean quienes más sufran las peores consecuencias del mal de nuestros
tiempos. En más de una ocasión se ha dicho que a cada época y sistema social y
económico corresponde algún tipo de trastorno mental, que es el más prevalente,
pues de alguna manera es fomentado por el “sistema”. La sociedad capitalista globalizada
e hipercompetitiva actual nos empuja a todos a perseguir el logro, como
hámsteres en una rueda hemos de estar siempre corriendo para simplemente
permanecer en el sitio. Ser siempre más ricos, más cultos, más guapos. Más que
ayer, pero menos que mañana, más al menos que el vecino. Por ello, no es
extraño que, como plantea Durvasula (2015) el narcisismo sea una especie de “epidemia”
en la actualidad. El narcisismo sano es necesario, pero las personas que
presentan un narcisismo patológico (TNP, Trastorno de Personalidad Narcisista)
acaban causando mucho daño, psicológico, y a menudo también económico e incluso
físico, a las personas con las que se relacionan. Como con todo lo que tiene
que ver con la salud (con la salud mental), hay un elemento de azar. De la
misma manera que te tocó tener un vaso sanguíneo más débil y te dio un ictus, o
te tocó pasar por la calle el día en que un psicópata se puso a pegar tiros y
te mató, te puede tocar relacionarte con personas narcisistas y eso te va a
causar mucho daño. Acudiendo a la frase tantas veces citada, “dado que hay circunstancias que no puedes
cambiar, lo único que puedes cambiar es cómo vives las circunstancias”.
Pero es que, curiosamente, el tener una determinada manera de vivir las
circunstancias, caracterizada por “adaptarte,
no darle importancia, salir para adelante”, te va a hacer más o menos
propenso/a sufrir a personas con narcisismo tóxico. Al fin y al cabo, puede que
el que te topes con una persona con TNP sea cuestión de probabilidad y azar.
Pero mientras que una persona con un narcisismo sano no estará dispuesta a
dejar de lado sus necesidades y sus deseos, una persona “ecoísta” quizá sí, lo
que quizá contribuya a reforzar a la persona narcisista. Así que terminaremos
resumiendo todas estas ideas en dos frases. Una persona ecoísta es aquella cuyo
comportamiento es el opuesto al propio de una persona patológicamente
narcisista. Y no, no es algo bueno. Se habla más de los narcisistas porque
éstos causan daño a otros, mientras que los ecoístas se causan daño a sí
mismos. Por eso, ya va siendo hora de hablar un poco de los ecoístas, para que
se causen un poco menos de daño a sí mismos.
Referencias:
Durvasula, R. (2015): Should I stay or
should I go. Surviving a relantionship with a narcissist, Post- Hill Press,
Los Angeles.
Malkin, C. (2015): Rethinking narcissim: the
bad- and surprising good- about feeling special, Harper Collins, Nueva
York- Londres.
[1]
Repetimos: Diagnostic and Statistical Manual, el libro que usa la American
Psychiatric Association para identificar, catalogar y tratar las enfermedades
mentales (al estilo del vademécum de los médicos), y que, por su capacidad
performativa, acaba influyendo en gran medida en lo que se considera salud
mental.
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